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Daniel Santoro,
en el Café de la Cultura Popular
De un lado, proyectados sobre una pantalla gigante, fotografías, recortes de diarios y revistas de hace más de medio siglo, cuidadosamente seleccionados, e imágenes de decenas de obras de arte, pinturas de Daniel Santoro que sintetizan una época, una manera de sentir y de vivir. La iconografía peronista: un collage de imágenes del “peronismo clásico” (1945-1955) que aluden a la movilidad social, el Estado benefactor, la arquitectura, los descamisados, las vacaciones en Chapadmalal, y Evita, abanderada y mito. Una parte de la misteriosa construcción constante de la identidad argentina.
Del otro, observando este recorrido visual, asintiendo, evocando, decenas de hombres y mujeres de más de 50 años que vivieron su niñez en aquella Argentina, acompañados de jóvenes, estudiantes, vecinos, militantes.
¿Cuáles son los elementos simbólicos y sociales que marcan la identidad nacional?, fue la pregunta que atravesó la charla. Santoro: “Las imágenes del peronismo fueron negadas siempre en el mundo del arte. El peronismo expresado en forma plástica revulsionó nuestra cultura, regida por un código de hombres blancos europeos que lo mostraron como fascista”.
José Pablo Feinmann,
en el Café de las Letras
La crisis financiera mundial, Hollywood y la capacidad de la ficción para adelantarse a la realidad, el escenario político argentino, las idas y venidas del conflicto con el campo, el rol de los medios de comunicación en la sociedad actual… algunos de los temas sobre los que se reflexionó durante los 150 minutos que duró el debate moderado por Feinmann. “Esto no es una iglesia. Si esperaban ver a Dios, acá no lo van a encontrar”, dijo el filósofo. Un público inquisidor. Más de cien personas escuchando, todos ellas, militantes de la opinión. Sentados en las mesas estaban los de más edad, los que habían llegado primero. Detrás, parados, estudiantes en banda. Para el cierre, con música de suspenso de una de las salas del cine Cosmos –donde se desarrollaba el encuentro–, el relato de “El asesinato de Aramburu”, tema de su próxima novela, que está por editar, con final incluido.
Tarde de miércoles. La oferta: cinco Cafés sobre arte, literatura, política, historia, juventud y lucha contra las drogas. Todo comienza a las 16 en el sur de Buenos Aires y concluye, por la noche, cerca de las 12, en Boedo. Lástima: un par de encuentros se superponen. Para algunos, la solución es emprender raids culturales, trazar itinerancias, armar rutas posibles que permitan participar de distintas reuniones.
En paralelo, con la consolidación del ciclo en el circuito cultural porteño, surge la figura del habitué, aquel que, lápiz en mano, diseña una agenda de Cafés a los que piensa sumarse: hoy, escuchar el pensamiento lúcido de Feinmann; mañana, disfrutar del Tata Cedrón en concierto; la semana que viene, cuentos narrados por Alberto Laiseca… Así, gratis y para todos, hasta diciembre.
Cuadernos, carpetas, blocks de notas, grabadores de cinta magnética o digital son algunos de los instrumentos de los que se valen los estudiantes para tomar apuntes en sus clases.
Pero ¿a qué recurre un “cafeísta”, un participante de los Cafés? El nombre de un personaje postergado de la historia nacional, la fecha de publicación de un cuento memorable, el título de un tema musical de difícil olvido o de un libro que promete ser de interesante lectura, el apellido de un artista en cuya obra merece indagarse… datos de los que hay que tomar debida nota. ¿Dónde? En el reverso de los manteles de papel dispuestos con prolijidad sobre las mesas de cualquiera de los bares donde se desarrolla Café Cultura Nación.
El comienzo de la reunión se retrasaba. Todos allí –el público y las disertantes, de las Madres en Lucha contra el Paco– aguardaban la llegada de un grupo de padres e hijos del comedor “Pancita llena, corazón contento”, de La Boca. En el Club Riestra, de Flores, decenas de chicos y jóvenes de las divisiones inferiores esperaban. ¿Qué hacer?
Dos mazos de cartas españolas aparecieron sobre las mesas, donde ya había torta frita, té y mate (faltaba el café). Truco para doce. Y apuestas, chanzas y risas.
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