Mié 10.12.2008

ESPECIALES • SUBNOTA  › 25 AñOS > DOS DéCADAS JUNTO A MIRTHA, MARCELO Y SUSANA EN LA ARGENTINA

Los atributos de una especie dominante

Por constancia, reiteración y énfasis, los dueños de la TV definieron los rasgos de la cultura de masas más allá de los alcances de una televisión de autor, muchas veces negando el país exterior y con la ilusión de que el tiempo no pasa.

› Por Julián Gorodischer

Fueron marcando territorio desde fines de los años ’80, y todavía definen la agenda temática de lo que hablamos: nos referimos a la mesa de Mirtha, al living de Susana, al “certamen” de Tinelli. Los naturalizamos. Son el faro del ser televisivo: uno piensa en la televisión de los últimos 25 años y se aparecen como entes totalitarios: Susana, Mirtha, Tinelli. No es que no haya habido programas de autor, sobre todo en el humor a través de las décadas (los monólogos de Tato, las muletillas de Olmedo, las caricaturas de Juana Molina, los arquetipos sociales de Gasalla, el humor fou de Casero hasta llegar a las parodias de Diego Capusotto) pero los que controlan la baraja son los monstruos: le impusieron un pulso a la cultura de masas mediante una operación única de repetición de un esquema original que antepone un yo carismático a un contenido de calidad.

Como especie, consolidaron una lengua regida por unos pocos términos, contados modos de invocar “al público”, por ejemplo. La obsecuencia a la masa se demuestra mediante la reiteración persistente de fórmulas fijas aplicables a contextos variables: “Estás divino”, fue popularizado por Susana al responder a llamados telefónicos y al recibir invitados a su piso. La especie dominante se expresa mediante volumen y timbre altos, como si la transmisión se estuviera dando en ámbitos ruidosos para públicos dispersos. En el caso del varón, la actitud inicial era de un modelo de locutor de tipo radial (en sus primeros tiempos, detrás de un mostrador, sólo enfocado desde el pecho hacia arriba, poco lookeo, hablándole al “off”) y evolucionó hacia un tipo de presentador en movimiento que semeja al hombre de circo; se dirige como si estuviera en la carpa, voz en alto, mirada clavada “a lo lejos”, el grito como tono neutro y de ahí para arriba, no hay techo. Las mujeres no llegan a tanto; los énfasis están puestos en acrecentar la feminidad anquilosada de viejos manuales para señoritas, un estado del ser burbujeante y chisposo que hace que, pasados los 60 años, su paradoja sea seguir desplegando sobre sí mismas esos protocolos para quinceañeras, aun con mucha vida vivida: rubor en las mejillas, sonrosamiento como muestra de pudor, sonrisa como mueca fija, pollera por debajo de las rodillas, destinatarias únicas de la galantería masculina.

El respeto reverencial a la fórmula original que los popularizó hace diez, quince, veinte años habilitó modificaciones leves del decorado inicial (se agregan recursos de producción pero sobre un molde invariable: el mostrador de Videomatch, ahora asignado a “los jurados” de Showmatch, por ejemplo), el ya mencionado living con diván blanco de Susana, y la también nombrada mesa de gala con centro de flores de los almuerzos de Mirtha.

Si en ellos habita un talento, éste es la capacidad de congelar la moda y el contexto para que se adapte a “la situación originaria”. Complejos sistemas de normativas como el protocolo y el ceremonial han intentado domesticar sin suerte los cambios en las costumbres sociales. Ellos encerraron la “evolución” en un estudio de paredes blancas con fondos alternativos. Algunos rituales ayudan a fortalecer el estado máximo de quietud: invitan a sus debut de cada temporada a los mismos invitados, son evasivos y distantes para aludir a la coyuntura social y política, pero imitan los peores vicios del clientelismo bonaerense pagando en dinero o especias al destinatario (concursos varios) para que les sigan siendo fieles.

En el aspecto exclusivamente formal, imitan las rutinas del porno. De ahí parecen tomar la obligatoriedad de “rituales”; en la película porno es una sucesión de beso-fellatio-coito, codificados como una coreografía cronometrada, reglamentándose incluso dónde tiene que ir a parar el chorro, a qué distancia deberá enfocarlo la cámara, cuánto debe durar el plano del charquito. Esta especie de dominantes-televisivos está igualmente presa de una rutina de presentación de variedades y anuncios publicitarios. El rito de Tinelli (desnudar a una vedette, incitarla a frotarse contra el caño, arrancarle la pollera, presentar luego un analgésico) mantiene incluso una proximidad mayor con el triple X, también en cuanto a la trama.

Se infiere que conciben a la interrupción del ciclo “virtuoso” de la repetición del mismo modo en que el fóbico enfrenta lo desconocido: un fracaso de ribetes monumentales. Por eso, llegan al extremo de anunciar transmisiones en vivo y en directo (como se denunció este año sobre “Bailando por un sueño”) que en realidad fueron previamente grabadas. Nada hay más allá del vacío del “cambio”. El andar en espirales (reproduciendo todos los días una misma rutina) calma la angustia de incertidumbre, provee de una contención en el contexto siempre desarreglado de la economía. Como si pagaran un karma, recrean una pesadilla mayor a la narrada en El día de la marmota (con Bill Murray): en ese film el protagonista tenía la capacidad de revivir el mismo día a su antojo, variando el interior de una estructura siempre constante. Pero la especie dominante televisiva fue más allá y se autodeterminó también respecto a las formas de vivir el mismo día, y entonces se repetirán preguntas, entrevistados, números vivos, secuencias “artísticas” legitimados en argumentos que también se repiten con igual fruición. “El público se repite”, suele decir Mirtha.

Durante los últimos años se hicieron omnívoros. La voracidad no sólo los expandió en formatos diarios y sobrepasó los límites de la hora diaria de emisión sino que los llevó a devorarse a otras figuras que antes encabezaban sus propios espacios; se engulleron a mamá Cora, a Tortonese, a Carmen Barbieri, a Sofovich, a Moria y los pusieron a bailar para ellos, y en el caso de la vieja de Gasalla se logró un momento memorable: el arte del retrato se plasma con una precisión literaria en esa abuela hiperconectada que deviene a la “conectividad total” por contraste con su versión anterior de Esperando la carroza, alelada y barrial.

Nunca lo dicen pero podrían acreditarse ser “la fuente” de todo lo pretendidamente nuevo: los duelos públicos de Mirtha habrían alumbrado a la estética del reality show; los números circenses que exhibió Tinelli (pero al menos con alguna coherencia argumental: todos bailarines, todos patinadores) se plasman caóticamente en el actual Talento argentino, feria de variedades con menor esfuerzo argumental y filtro de la calidad que los desplegados en una fiesta escolar.

El rugido de la especie data del pasado reciente. Es ese momento en el que se pusieron de pie y ostentaron su poder a través de acciones como programar la final de uno de sus certámenes de baile para un día de elecciones nacionales. O durante la convulsión social de diciembre de 2001, cuando no se hizo ninguna mención a la crisis política y social. Incluso Jorge Rial transmitió móviles, en ese tiempo, desde las caceroleadas, no así los dominantes. La política, cuando se expresa en el living o en la mesa que los ampara, lo hace a través de sus voceros. No han desarrollado la función crítica, limitándose durante sus comentarios sobre cultura y espectáculos a recomendaciones y halagos promocionales para figuras que estén presentes.

La creación vigente de entidades tales como “el jurado” en el espacio de Tinelli parece menos inspirada en las instituciones de la vida democrática que en un Estado autoritario que castiga a través de concilios espontáneos con el exilio.

A veces parecería que el deseo latente es decretar la autonomía de sus naciones. Cuando avizoran un posible futuro a cargo de un virtual electorado se aferran a terminología vetusta, cargos que no existen más (“Yo querría ser intendente”, repite Mirtha cuando puede). Cuando miran hacia atrás no tienen menos arrugas. Su “presente continuo” se paga con inverosimilitud pero se premia con patrimonio. No organizarán celebraciones ni recordatorios especiales para los 25 años que se cumplen por estos días. No debería tomarse como una afrenta. En su mundo aparte no rigen efemérides, aniversarios ni ninguna medición simbólica del tiempo, tampoco para el plano más personal de sus respectivos cumpleaños.

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