Lun 09.09.2002

ESPECIALES • SUBNOTA

POR QUE BERTA BRASLAVSKY

Militante por la educación

› Por Nora Veiras

A los 89 años, Berta Braslavsky vive sola y prepara su viaje a Europa para visitar a sus hijas, nietas y al flamante bisnieto. “Somos de una familia de longevos, mi hermano mayor tiene 97”, explica y acepta con amabilidad las sugerencias del fotógrafo. Obviamente, no es el azaroso paso del tiempo el motivo del diálogo sino la inteligencia y convicción con las que ha llenado su vida. “La primera nota me la hicieron en el ‘36 –recuerda– cuando me expulsaron del profesorado de Física del Joaquín V. González porque era del centro de estudiantes. Me faltaban dos materias y no me dejaron terminar.” A los 23 años, Berta militaba en el Partido Comunista, se había recibido con medalla de oro en la escuela normal y sus ideas empezaban a molestar. Provenía de una familia socialista pero ella se sintió atraída por la Revolución Rusa y toda la literatura de ese origen, evoca a Gorki, Dostoievski, Chejov... En el profesorado cuenta que conoció a un personaje que “le bajó línea” y pesó en su alineamiento político. Cuando dice quién fue uno se sorprende: Rogelio Frigerio.
Esa expulsión marcó su vida académica pero no la acobardó en su participación. A pesar de la prohibición para que siguiera estudiando que había firmado el ministro de Educación Jorge de la Torre, Braslavsky se inscribió en la recién creada carrera de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. También la quisieron echar pero sus méritos académicos y la solidaridad de sus compañeros pudieron más. “De alguna manera, mis compromisos académicos me generaban cierta distancia con la vida del partido, y pude conservar mi independencia del aparato porque nunca dependí de él”, dice a sabiendas de que su prestigio le permitió tomar distancia del dogmatismo y verticalismo. Con la publicación de Positivismo y Antipositivismo ya había ganado trascendencia en América latina y Europa.
Sin embargo, para el Estado estaba “fichada”. Entre 1936 y 1963 no pudo acceder a ninguna designación oficial. Recién cuando asumió la presidencia el radical Arturo Illia le ofrecieron un cargo en la Universidad de La Plata y luego en Buenos Aires. Con La Noche de los Bastones Largos –la represión y posterior persecución de la dictadura de Juan Carlos Onganía a los universitarios– renunció a la UBA pero siguió en La Plata. Durante la última dictadura le aplicaron la denominada Ley Anticomunista y también la dejaron fuera de la universidad. Se refugió entonces en los organismos internacionales y volvió al país a principios del ‘80 cuando denunció el aberrante método para enseñar a leer y escribir que sólo habilitaba conocer nueve letras en primer grado, con lo cual se enorgullecían de “retener” el aprendizaje de los chicos. En el ‘85 se terminó de distanciar del PC al enfrentarse con la línea del partido que cuestionaba al Congreso Pedagógico Nacional. Ahora se reivindica como independiente con una visión cercana al socialismo utópico.
Sigue convencida de que a pesar de todo, “la escuela puede” y sólo se le advierte cierta desazón cuando al hablar de sus hijas Cecilia, titular deEducación de la Unesco con residencia en Ginebra, y Silvia, investigadora en Ciencias Exactas y radicada desde hace años en Alemania, se trunca y revierte el camino que forjó a la Argentina. “Nosotros somos hijos de la inmigración y ahora... los hijos se van y los nietos ya no vuelven.”

Nota madre

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