ESPECTáCULOS › UNA DISCUSION TELEVISIVA EN TORNO A ALEJANDRA PIZARNIK

La poeta que fue al fondo de todo

El ciclo “La lengua suelta” que conduce Silvia Hopenhayn en Canal á mostrará mañana a cinco poetas que discurren sobre la influencia y la singularidad de aquella mujer indescifrable ante cuyo talento se rindieron figuras como Julio Cortázar, Olga Orozco y Octavio Paz. “Podía pasar horas o días buscando la palabra que pudiera expresar lo que sentía”, grafica uno de los participantes en este homenaje, a treinta años de su muerte.

 Por Verónica Abdala

“Explicar con palabras de este mundo, que partió de mí un barco llevándome”. A. Pizarnik

@Sobre el pizarrón de su cuarto de trabajo escribió, la noche en que se fue para siempre: “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”. Hasta el momento de su suicidio, Alejandra Pizarnik (1936-1972) había nombrado la muerte y su vacío de una y mil formas, en su propia lengua, y burlando toda las simplificaciones. Se había mirado en ese espejo oscuro como una niña fascinada y perturbada a la vez con su reflejo. Hasta que se sumergió en él, y ella y su imagen fueron la misma cosa: “La noche soy yo y hemos perdido/ así hablo yo, cobardes./ La noche ha caído y ya se ha pensado en todo”. A partir de entonces, de su desaparición física producida por una sobredosis de barbitúricos (cincuenta pastillas de Seconal), un hecho del que en septiembre se cumplirán treinta años, poetas y lectores (entre los que se contaron figuras de la talla de Julio Cortázar, que la apodó cariñosamente “mi bichito”, Olga Orozco, que compiló años después de su muerte junto a Ana Becciú los Textos de sombra y últimos poemas, y Octavio Paz, que prologó una edición de su Arbol de Diana) se interesaron por explorar las claves de su poesía, de esa voz singular e irrepetible que le dieron un lugar en la literatura.
“Difícil entre todos el oficio de evocar a Alejandra Pizarnik”, pensó Ivonne Bordelois, autora de un libro editado por Seix Barral que reúne su tarea epistolar bajo el título de Correspondencia. “Nunca se sabe si bordeamos el sacrilegio o el ridículo, y, al mismo tiempo, asoma la urgencia de rescatar su figura extraordinaria, menuda, valiente, obstinada y única”. A esa urgencia, y a ese riesgo, se enfrentan cinco especialistas convocados para homenajearla en una emisión que Canal á emitirá este lunes a las 22 en el ciclo “La lengua suelta”, que conduce Silvia Hopenhayn. Y que se construye como un espacio de diálogo entre amigos, más que como un programa que atienda pretensiones académicas. En ese marco, cada uno de los participantes aporta su punto de vista, las anécdotas vividas o escuchadas, y su experiencia de lectura, sólo para que de cada remembranza y cada reflexión surjan nuevos motivos para evocarla.
En torno a los poemas de Pizarnik, básicamente, pero con la conciencia de que éstos resultan en última instancia inseparables de ese último acto de liberación que terminó con su insondable tristeza, sueltan la lengua Diana Bellesi, escritora y amiga personal de Pizarnik; Tamara Kamenszain, poeta y crítica, y tres jóvenes poetas –Carlos Batillana, Anahí Mayol y Verónica Viola Fisher– que se atreven a pensar en voz alta las razones por las que la lectura de Pizarnik supuso un antes y un después en los respectivos procesos de aprendizaje y de escritura.
“Necesité olvidarla después de leerla, porque ella puede dejarte los ojos tatuados”, dice en este contexto Viola Fisher. “Y creo que esto les ocurrió a muchos de mis colegas. Necesitamos olvidarla para no frustrarnos en el intento de imitarla, de querer parecernos. Aunque ella es a la vez la que nos descubre nada menos que una nueva forma de escribir.” Para Mayol, que se reconoce después de años de transitar su poesía “todavía extrañada ante la potencia de ese mundo”, lo que define el universo Pizarnik es precisamente el hecho de que encuentra su espacio “en el mismo límite entre la vida y la muerte, en la voluntad de morir, que sin embargo escribe”. Lo que Batillana califica como “un núcleo irreductible y doloroso, una verdad última. La intención de postularse ella misma como poema, de escribirse con el propio cuerpo”.
Bellesi, que mantuvo con Pizarnik una relación de amistad que se inició el día en que, con 20 años y recién llegada del interior, golpeó a la puerta de la casa de Alejandra decidida a conocerla, la recuerda como una mujer “irónica, con un inmenso sentido del humor y un gran poder de seducción, que tenía un compromiso radical, con la escritura. Habría quedecir, para empezar a comprenderla, que ella era un acto literario en sí mismo, que ella no estaba escindida de su literatura. Ella era su literatura. Y era una mujer fuerte, que seguramente hubiera pensado que el mito que se construyó en su derredor, más que colaborar con la comprensión de su poesía, parece querer domesticarla”.
Kamenszain, que dedica a Pizarnik uno de los textos de su libro Historias de amor y otros ensayos sobre poesía, no la conoció personalmente. Pero asegura que en sus años de estudiante llegó a sentirse intimidada por “su presencia misteriosa y permanente, casi fantasmal” en torno de la Facultad de Filosofía y Letras, allá por los años 60. Kamenszain piensa que, si hay algo que define a la poesía de Pizarnik, es la aparente “ausencia de mediaciones” entre los sentimientos de la autora y su palabra escrita: “Esas verdades que te tira en la cara y en las que reside toda su potencia”. Sin embargo, no habrá acuerdo sobre este último punto.
Ante una acertada pregunta de la conductora (“Y cómo es posible que no haya mediaciones cuando de escritura se trata?”), Bellesi narra los pormenores de ese “extenuante trabajo” que implica la selección y el desarrollo de los mecanismos formales “por medio de los cuales el poeta dirá lo que se quiere decir”. Pizarnik, piensa Bellesi, “eligió decir determinadas cosas y no otras, Construirse de determinada manera en los textos. Reinventar la lengua para poder decirse. Y en eso se le fue la vida. Y en eso no hay casualidad. Alejandra podía pasar horas o días buscando la palabra que pudiera expresar lo que sentía, semanas con una palabra escrita en su pizarrón a la que esperaba encontrarle un sinónimo que se ajustara más a lo que necesitaba. Eso era lo que más llamó la atención a quienes la conocieron: su entrega, su estar ahí en la escritura, sin respiro, sin tregua.”

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Alejandra Pizarnik se suicidó en 1972, después de haber construido una obra poética notable, personalísima.
 
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