Mié 11.09.2002

ESPECTáCULOS  › GILBERTO GIL HOMENAJEA AL HEROE DEL REGGAE EN “KAYA N’GAN DAYA”

A Marley le hubiese encantado

El músico bahiano, que cultiva el reggae desde los años ‘70, le dio forma a un tributo extraordinario, en el que no sólo concreta versiones de canciones legendarias, sino que además hasta las recrea. Lo hace bajo la certeza de que el mensaje de los temas de Marley sigue siendo universal.

El jazz y el tango, cada uno a su modo, hicieron un largo camino desde su condición original de músicas orilleras, pecaminosas y hasta prohibidas, hasta las salas de conciertos, los teatros y la mal llamada alta cultura. En el medio, pasó el siglo XX, aquel en el que la música, mediante una sucesión de extraordinarios progresos tecnológicos, dejó de ser sólo un acto de ejecución en vivo para convertirse en una posibilidad de consumo a distancia. El imperio del rock se construyó, en el último medio siglo, en base a la explotación de las nuevas posibilidades industriales de la música. Entre todos los fenómenos de internacionalización de ritmos y estilos que la cultura del rock deparó, uno de los más interesantes y movilizadores es el de reggae jamaiquino. El reggae, como el jazz, el rock y el tango, es hoy un movimiento internacional, con una figura central clarísima, Bob Marley, que murió en 1981 sin imaginar lo que ocurría de ahí en más. Es a ese Dios musical, sin ateos casi en el planeta musical, el que homenajea el brasileño Gilberto Gil en su flamante Kaya n’gan daya.
El crítico negro Leroi Jones definió en los años ‘60 al jazz como “la música universal de los oprimidos”, al intentar explicar por qué había traspasado vallas y barreras en el proceso por el cual salió de Estados Unidos. El reggae tiene una raíz semejante –cómo música de los pobres de Jamaica– pero su explosión mundial no debe ser leída sólo ideológicamente. En ella conviven el carácter sabrosón y festivo de métrica, la celebración del consumo de marihuana, una cuota importante de moda, el programa político que parece alentar un porcentaje de sus letras, y, en menor medida, la religión rastafari y su colección de equívocos. Es posible que nada de esto hubiese sucedido si aquel movimiento surgido de los guettos negros de Kingston no hubiese parido una figura descollante como Marley, cuyo papel en el reggae puede ser comparado hoy con el de Duke Ellington en el jazz, Los Beatles en el rock o Astor Piazzolla en el tango. Sin embargo, lo que ha pasado en los últimos veinte años con Marley no deja de ser una típica operación de mercado: un icono revolucionario, de mensajes subversivos, convertido en un estandarte de venta, más allá de su voluntad. Lo del negocio no es broma, ni menor: las estadísticas indican que del disco Leyenda se han vendido en el mundo, en el último lustro, un promedio de un millón de ejemplares por año.
Lo que Gil logra en su disco es formidable: interpretar a Marley con soltura, rigor, y al mismo tiempo, sin diluir su sólida personalidad artística. Fundador del Tropicalismo junto a Caetano Veloso y Tom Zé, dueño de una trayectoria impresionante –tiene 40 discos grabados– figura paradigmática del cruce de culturas en Brasil, el negro Gil entendió cuando Marley estaba vivo que el reggae revolucionaría la música popular del planeta. Muy temprano respecto del resto del mundo, Gil grabó sus canciones (siempre fue extraordinaria su versión bilingüe de “No woman no cry”), elogió su movimiento sin caer en la trampa de los rastas que adoran a Haille Selassie, y se convirtió en vocero del ingreso del reggae a otros movimientos musicales. Un proceso similar concretó en la Argentina, pero de manera más esporádica y brutalmente interrupta, el grupo Sumo, ante todo por la procedencia anglosajona de la cultura musical de su líder el italiano Luca Prodan. Sin embargo, cualquiera sabe que el reggae, como la bossa nova o la chacarera, son difíciles de tocar con gracia sin un proceso largo de aprendizaje, que no pasa sólo por lo técnico. Es bastante evidente que Gil interpreta a Marley con autoridad: incluso The Wailers se pliegan a su entusiasmo.
Pero si Gil hace suyo a Marley es porque para eso no necesita hacerse el jamaiquino, sino porque lee en él una cultura próxima, que no habla sólo de la negritud común, de los mismos abuelos esclavos ni de la proximidad geográfica entre Bahía y Kingston, sino también de un programa de acción cultural parecido. Gil, que fue secretario de Cultura de Bahía, explicita esto en el disco, en un texto en el que habla de las similitudes entre los rastaman y los cangaceiros. Esta es una parte de esa comparación: “El cangaceiro: estrella de David adornando su sombrero exótico, mal colocado, cabellos largos y enrulados, ropa de fajina, cartuchera en cruz sobre el pecho, los pies calzados con sandalias, las manos armadas con un fusil para luchar por la libertad y la justicia. El rastaman: las mismas estrellas de David, sus dreadlocks descubriendo, enfatizando, cabellos también largos y crespos, su ropa de fajina, la comida vegetariana, la marihuana en los labios, una lengua llena de nuevos signos, un discurso como arma para la lucha por la libertad y la justicia”.
Este disco no sería este disco –ni uno en vivo, que Gil acaba de grabar en Brasil, durante los shows en que lo presentó– si no fue la grandeza de las versiones. Un ansioso puede comenzar por la banda 6 “Nao chore mais (No woman, no cry)” y darse al mismo tiempo una panzada. Gil, Os Paralamas completos, es decir con Herbert Vianna, y un coro descomunal construyen sobre una canción indestructible, que sirve en sí misma para ahorrar explicaciones sobre la importancia del reggae y de Marley, una obra maestra. Conviene recordar a los neófitos que el tema no fue compuesto por Marley sino por Vincent Ford (como “Positive vibration”) pero que no hubiese llegado hasta hoy de no mediar su increíble talento de intérprete, la naturalidad con que hacía cosas que docenas y docenas de malos imitadores se han cansado luego de repetir, en vano. Gil, que es a su vez un compositor admirable de canciones populares y un intérprete exquisito, no cae en el error de cantar a Marley siguiendo códigos de secta: lo hace con la cabeza abierta a las multitudes, desafiando supuestas ortodoxias jamaiquino-céntricas, seguro de que el verdadero legado de Marley es que el mensaje de sus canciones siga conmoviendo conciencias, escapando a todo intento de reducción.

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