ESPECTáCULOS
Fabio Zerpa tiene razón: debe haber marcianos entre la gente
“Mensajero de la oscuridad”, de Mark Pellington, trabaja sobre un terreno fértil en la era de “Expedientes Secretos X”.
› Por Horacio Bernades
Como si se tratara de un episodio doble de “Expedientes Secretos X” que cree a pie juntillas en lo que cuenta, Mensajero de la oscuridad tiene algo de esas series unitarias sobre hechos paranormales, presentadas por Robert Stack o Peter Graves. Tal vez en esa pretensión de verismo resida su mayor falencia: a diferencia de la recién extinguida serie con los agentes Mulder & Scully, la nueva película de Richard Gere se toma tan en serio el cúmulo de profecías apocalípticas, mensajes de ultratumba, apariciones de seres sobrenaturales y vuelos de hombres-pájaro, que daría la impresión de que su objetivo no es divertir al espectador sino convencerlo del status de verdad de todos esos disparates. No por nada una de las privadas ofrecidas a la prensa contó con la entusiasta presencia de Fabio Zerpa y un pequeño séquito de creyentes, que seguían este cuento fantástico con reverencia de iniciados.
No es que Mensajero de la oscuridad sea una mala película: hay más de un momento de verdadera tensión, producto de la aplicada técnica de construcción de suspenso puesta en juego por su realizador, Mark Pellington, de quien hace un par de temporadas se había conocido Intriga en la calle Arlington, un thriller tan tenso y manipulador como éste. Los hechos que se narran habrían tenido lugar en la pequeña población de Point Pleasant a mediados de los años ‘60 y terminaron con una auténtica catástrofe, el derrumbe de un gigantesco puente sobre el río Ohio, que produjo la muerte de medio centenar de vecinos.
En la ficción, un periodista de The Washington Post (Richard Gere, mucho más soportable que de costumbre) sufre un trágico accidente que le parte la vida al medio y lo lleva a emprender una fuga hacia la nada en su auto, durante una noche de insomnio. En sólo una hora de manejo, el hombre va a parar a Point Pleasant, localidad ubicada a unos 600 kilómetros de su punto de partida. Es sólo uno de una cadena de hechos aparentemente imposibles ocurridos en la zona, que tienen absolutamente alterada a una agente de policía (Laura Linney, la gélida rubia de The Truman Show). La gente de la zona reporta encuentros del tercer tipo con un extraño ser oscuro y alado, que tiene rostro y tamaño humanos, y los ojos sulfurosos.
Como si se tratara de un heraldo del infierno, este hombre-polilla transmite, con voz amenazante, mensajes cifrados sobre terribles calamidades. Obviamente, tiempo más tarde éstas ocurren. Estaría todo bien si este mejunje no estuviera narrado con unas aspiraciones de seriedad que no difieren demasiado de las de Señales, y que alcanzan su clímax con la aparición de Alan Bates como un Zerpa de dimensiones casi shakespeareanas. Como M. Night Shyamalan en Señales, Pellington construye suspenso con el oficio y la minucia de un artesano. Pero se le va la mano.
Formado en el laboratorio de edición de la MTV, prácticamente no hay escena que Pellington no convierta en una montaña de indicios inquietantes, de tal modo que más temprano que tarde el espectador puede llegar a sentirse agobiado ante semejante inflación climática, sonora y anticipatoria. Es cierto que Mensajero de la oscuridad no incurre en el exceso de efectos especiales que hundió al género fantástico en las últimas dos décadas. Pero es tanto el esfuerzo por inducir al espectador, y tanta la seriedad puesta en el asunto, que lo que debió haber sido sugerencia termina convirtiéndose en otra forma de efectismo, tan cansadora como aquélla.