ESPECTáCULOS
“Si estamos en el temporal, tenemos que embarrarnos”
La cantante popular Liliana Herrero, que mañana presentará un nuevo espectáculo en el ND/Ateneo, explica de qué modo fue concibiendo su flamante repertorio: “Estas canciones son la memoria política argentina”, sostiene.
› Por Fernando D´addario
Liliana Herrero tomó prestados de la bellísima zamba “La nostalgiosa” los versos de Jaime Dávalos: “Quiero hundirme en esos ríos turbios/ donde el barro huele a temporal”. La necesidad de síntesis y una adecuación a los tiempos actuales forzaron la paráfrasis del último verso, reconvertido como “En el temporal”. El rescate de esa idea, menos metereológica que política, propició el bautismo de su nuevo espectáculo, que le dará nombre también a su próximo disco. Un CD que empezará a grabar a fin de mes y cuya fecha de edición es tan incierta como el futuro del temporal. La cantante popular, que mostrará mañana sus “nuevas” canciones (en este caso las comillas aluden a la capacidad que tiene Herrero para reinventar viejos temas) en el ND/Ateneo (Paraguay 918), ofrece algunas precisiones respecto del nombre elegido: “Podía haber sido ‘En la tempestad’, pero eso era Shakespeare. Preferí una expresión más campera. Inclusive había pensado en ponerle ‘Huele a temporal’, porque así dice la canción, y es una frase que tiene una significación especial entre la gente de campo. Pero la deseché. Me di cuenta de que lo que estamos viviendo no ‘huele a temporal’. Es el temporal”.
En el show de mañana la acompañará su banda habitual (Diego Rolón, Luis Volcoff y Facundo Guevara), habrá invitados especiales (Adrián IaIaies subirá al escenario para interpretar “11 y 6” y “Naranjo en flor”, y Gerardo Gandini lo hará en “Milonga triste” y “Los ejes de mi carreta”) y canciones nuevas en su repertorio: la ya citada “La nostalgiosa”, “Remanso Valerio”, “Esa tristeza”, “Confesión del viento”, “Guitarra dímelo tú” y “Las golondrinas”, entre otras. “Esas canciones son, en su conjunto, la memoria de la vida política argentina”, resume Herrero en una entrevista con Página/12, durante la cual recorre las diferentes lecturas sugeridas por ese temporal tantas veces anunciado y ahora en plena efervescencia.
–¿Qué tiene para decir la música popular en medio de esta crisis?
–La música popular siempre tiene algo para decir. Si la consideramos como un fósil, es lógico que no nos diga nada. Estas canciones movilizan porque tienen un lamento, una plegaria, que expresan la fragilidad en que estamos viviendo. De esa fragilidad puede surgir un acto creativo.
–Es curioso, porque esas canciones fueron escritas en momentos muy diversos del país, pero prevalece la década del 60. Una época también de ebullición, pero más optimista. ¿Hoy esos textos se ven resignificados?
–El arte siempre tiene que querer decir otra cosa. Ahí está su encanto. No sé si hoy “Mañana en el Abasto” significa lo mismo que hace quince años, cuando Luca Prodan lo escribió. Siempre sentí esa canción como un descenso a los infiernos, y a Luca como un Dante porteño y a la vez extranjero. Pero Luca no llegó a ver el shopping, no llegó a vivir la desterritorialización que sufrió ese barrio, y que hace que hoy no podamos escuchar su canción del mismo modo, como si nada hubiese pasado.
–Da la sensación de que, frente a este temporal, el pensamiento crítico tiende a ponerse a la defensiva. Como si en lugar de forzar algo nuevo, se pusiese todo el esfuerzo en evitar ser arrasado...
–Yo no lo vivo como una situación de arrasamiento. No siento esa paranoia. Estamos en medio de uno de los más grandes sacudones que recuerde la historia argentina, y esa inestabilidad deja sin lugar preciso a todo aquello que antes teníamos como establecido. Esto puede ser tremendo, pero también es estimulante.
–¿Esa inestabilidad es también germen de confusiones?
–Sí, claro. Confusión, temor, expectativa, estímulo. Está todo eso junto. La única certeza que tengo con respecto a esa suma de sensaciones, es que no hay que retirarse. Debemos interrogar la realidad desde adentro.
–Existe un fenómeno curioso: se multiplicó el público de León Gieco, el de Víctor Heredia, inclusive usted vio aumentado el número y el fervor en sus conciertos. Paralelamente, hay una explosión de popularidad en Bandanay Diego Torres convoca multitudes con su “Color esperanza”. ¿Son las dos maneras, tal vez irreconciliables, de soportar la crisis?
–Es verdad, está pasando eso. Se puede proyectar esa idea a otros ámbitos culturales, como la TV. Hay avidez de información, hay un espíritu crítico, pero también asistimos a la peor programación televisiva que yo recuerde. Es increíble la mediocridad que se advierte ni bien se prende el televisor. No es extraño que triunfe Bandana, que más que un grupo musical es un plan mediático. Eso sucede hace años, pero ahora la situación es tan grave que los contrastes son patéticos. La brecha está más expuesta. Y digo más: si esa brecha entre los que nos embarramos y los felices bendecidos por el mercado se agranda, no me preocupa. Al contrario. Queda todo más claro. Este es un momento de tomar decisiones. Hay que embarrarse. Ese color esperanza es el modo que tienen muchos de retirarse, pero ellos son los que serán arrastrados por el temporal.
–Ante una situación tan abrumadora, ¿existe la tentación de “retirarse”, no en el sentido literal, sino a través de la opción de cantar desde un lugar menos comprometido?
–Si no viviera el arte como lo vivo, me sentiría retirada. Aunque es cierto que todo el tiempo lo pienso. Diez minutos antes de subir a un escenario me pregunto “¿qué estoy haciendo acá?”. Pero últimamente siento en los shows, de parte de la gente, una alegría, un reconocimiento, una devolución de la pasión que pongo en esto, que me ayuda a seguir. Yo me enojé durante años con el “no reconocimiento”. Percibía que estaba transitando un camino inútil. No percibía que, junto con un grupo de almas, estábamos vibrando la misma cuerda.
–Su estilo privilegia la sugerencia por sobre lo explícito. Para algunos, esta época propiciaría la búsqueda de un repertorio políticamente más “directo”...
–Nunca me había pasado, pero recientemente tuve la idea de hacer un disco con poéticas más políticas. Me vinieron ganas de retomar viejas canciones de Violeta Parra, Zitarrosa, Paco Ibáñez. Después decidí hacer “En el temporal”, pero no descarto lo otro. Me seduce la posibilidad de volver a pensar en aquellos textos, sacarlos de su universo literal y volver a interrogarlos desde la realidad actual. Esto no significa que mi repertorio actual no sea político. Una canción como “El jangadero” es profundamente política. Y adquiere hoy otra valoración, porque nos está hablando de un país que ya no existe. La jangada no está más.
–¿Le queda al espectador el trabajo de develar ese significado?
–Lo que intento hacer con las canciones es apelar a que el espectador reponga en un tema ya canonizado, lo que yo le sustraje. Si canto “Los ejes de mi carreta” y le sustraigo un texto, el espectador lo va a completar. Allí se produce la comunión artística. Eso destruye la idea estúpida de que el público sólo participa batiendo palmas, saltando o gritando. También el silencio y el recogimiento pueden ser síntomas de participación. Si de eso sale algo nuevo, lo que surge es arte y política.
–Pero también un recital puede ser para mucha gente un modo de entretenimiento, sin que esté revestido de ninguna pretensión intelectual.
–Claro... tampoco quiero que mis recitales sean como seminarios. Si no parece que se le pide al público que después del show entregue una monografía. Hay una conexión básica que se produce entre el artista y el público, que no se tiene que perder. Hace poco estuve dos meses en Europa. Una gira hermosa. Canté en Toulouse, en Valencia, en Madrid. Y en esos lugares no se daba lo que hablaba antes de la confrontación entre el tema original y la versión que yo ofrecía. Simplemente porque en muchos casos, mi versión era la primera que escuchaban y, tal vez, sería la última. Ahí lo que importaba era lo que transmitía la canción en sí misma.