Sáb 14.09.2002

ESPECTáCULOS

“Unos luchan por recordar, otros luchan para olvidar”

Ariel Barchilón es autor de “Ya no está de moda tener ilusiones”, una pieza que parte del tema de la identidad y la memoria, para terminar cuestionando ese modo argentino de soñar con imposibles.

› Por Cecilia Hopkins

El tema de la identidad suele ser el disparador pero el humor y la tragedia siempre aparecen en la obra del sanjuanino Ariel Barchilón. Residente en Buenos Aires desde su adolescencia, este dramaturgo de 44 años teje tramas en las que sus personajes y ambientes netamente argentinos se ofrecen a modo de metáfora o símbolo de la realidad. Autor de El manchado (obra que integra el ciclo Teatro x la Identidad, con dirección de Rubens Correa) y Aro de humo (monólogo que interpreta Raquel Albéniz, con dirección de Marcelo Mangone), Barchilón está nuevamente de estreno: hoy sube a escena Ya no está de moda tener ilusiones, bajo la dirección de Mónica Viñao, en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960), con un elenco integrado por Verónica Schneck, César Repetto, Silvia Dietrich, Jorge Rod, Luis Solanas y Alejo Mango.
“El teatro no hace la revolución pero cambia la realidad de quienes lo hacen y en parte, de quienes lo ven”, afirma el autor en una entrevista con Página/12. Está convencido de que hay un resurgimiento del teatro con intenciones políticas “después de décadas de un teatro que intentó borrar las referencias ideológicas como un modo de reacción a otro, burdamente didáctico”. Barchilón no es partidario “ni de lo panfletario ni de lo pedagógico, sino de un teatro que conmueva, que muestre lo que uno ni siquiera es capaz de imaginar”. Para el autor, “el teatro es un fenómeno que no debe ocurrir en el escenario sino dentro del espectador, a partir de ciertas pistas, de ciertos signos que van construyendo imágenes conmovedoras dentro suyo”.
Barchilón explica por qué cree que los textos en la actualidad están volviendo a señalar referencias ideológicas precisas: “A partir de la dictadura se nota en la sociedad argentina que algunos luchan por olvidar y otros, por recordar”, opina. “Creo que el pensamiento posmoderno que afirma la muerte de las ideologías es muy peligroso para uso y consumo de los países más pobres y débiles. Es la propuesta del todo vale, un territorio en el que las referencias políticas se diluyen. Pero a partir del 20 de diciembre, las referencias reaparecieron abrupta y descarnadamente”, analiza. Llamada originalmente Dulce hogar, el nombre actual de la pieza forma parte de un poema escrito por Viñao quien, en opinión del autor, encontró para la puesta “una estética hiperrealista, que produce un efecto onírico muy particular”.
–¿Qué diferencias existen en cuanto al tratamiento del tema de la identidad entre El manchado y Ya no está de moda...?
–En El manchado un hombre llega a una oficina y allí, arbitrariamente, se le construye una nueva identidad: la obra trata sobre el mecanismo de construcción de identidad del enemigo, para después destruirlo. Es lo que ocurrió después de la matanza de los piqueteros, cuando se dijo que eran delincuentes comunes, buscando el modo de justificar su eliminación. En cambio, en Ya no está... la identidad surge en la relación con un otro diametralmente opuesto. Es una obra ambigua, que tiene que ver con el mundo apacible de una familia de clase media que luego revela un costado siniestro. Detrás de ese marco costumbrista aparece un lado oculto cuando el protagonista recuerda un crimen olvidado.
–¿Qué mecanismo activa esa memoria?
–El personaje cree estar seguro de quién es, pero comienza a vacilar cuando sus vínculos primarios –sus padres, la maestra, el médico de la familia– le dan otros datos de su pasado y no se reconoce. La obra habla de la identidad como algo relativo que está dado a través de los vínculos con los otros. Por un lado, trabaja sobre un mito bíblico, la vuelta del hijo pródigo, y por otro, sobre un tópico de la novela policial, el del asesino que vuelve al lugar del crimen. Y el crimen es, para él, una instancia del pasado en la cual construyó algún tipo de identidad.
–¿Cuál es su experiencia en Teatro x la Identidad?
–A partir del ciclo tuve la clara impresión de que hacer teatro es realizar un acto político. Generó una movilización muy fuerte, incluso hubo unos 70 chicos que se presentaron para hacerse estudios pensando que podían ser hijos de desaparecidos. El teatro evidencia que se están cayendo las ilusiones, al igual que algunos mitos muy arraigados, como esa esperanza mesiánica de que “alguien debe venir a salvarnos”, que hoy puede identificarse con el FMI y la paradoja de que sean ellos, precisamente, los que vengan a sacarnos de la situación en que estamos. Creo que la ilusión siempre está relacionada con la identidad, y éste es un país que vive de ilusiones. Ya sea desde la idea positiva de proyectar deseos, esperanzas y utopías, como también desde la debilidad de creer en las apariencias, en todo aquello que se diluye en una ensoñación. Como las creencias transmitidas por el menemismo –la ilusión de pertenecer al Primer Mundo, por ejemplo– que manipularon a la sociedad durante años.
–A comienzos de octubre, en el ciclo de Teatro Nueve estrenará Tablas de sangre, con dirección de Marcelo Mangone. ¿Por qué eligió como protagonista a José Rivera Indarte?
–Fue un cordobés muy culto y ambicioso, que estudió en Buenos Aires junto a Alberdi, Echeverría y José María Gutiérrez. A los 21 años inició su carrera de poeta dedicándole odas a Rosas y escribiendo en el periódico El Federal. Después cambió de bando, se exilió en EE.UU. y en Montevideo se unió a los unitarios y escribió fervorosas poesías anti-rosistas. Es el autor de Tablas de sangre, el Nunca Más de la época, un libro estadístico pero de estilo apasionado y condenatorio, un documento que contabiliza los crímenes atribuidos a Rosas. Rivera Indarte es un personaje camaleónico, que pasa de una identidad a otra, que usa máscaras. Estos camaleones son para mí una de las marcas de la historia argentina. Pensemos en Menem con patillas a lo Facundo Quiroga, adalid de los pobres, y en el personaje liberal que dejó ver después, cambiando su entorno y su aspecto. O en Frondizi, que llegó con los votos del peronismo, dijo que iba a hacer una política del petróleo nacional e hizo lo contrario. Por otro lado, con la obra quise hacer un homenaje a los muertos del pasado. Por eso aparece un personaje femenino que recuerda a Antígona, la mujer que lucha por hacer valer la fuerza de la sangre por encima de la ley autoritaria. Será porque soy judío y en la cultura del judaísmo la memoria es central: recordar y, especialmente, recordar a los muertos es algo sagrado.

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