Mar 24.09.2002

ESPECTáCULOS

“El teatro argentino me llega a matar de envidia”

El español Borja Ortiz de Gondra estrena mañana “Dedos” en Buenos Aires, una ciudad en la que, dice, encuentra un pulso teatral difícil de encontrar en la actualidad en otras tierras.

› Por Hilda Cabrera

Nacido en Bilbao, pero con una carrera hecha en Madrid y París, el autor teatral Borja Ortiz de Gondra se encuentra en Buenos Aires para presentar Dedos, una obra que –según anticipa en diálogo con Página/12– difícilmente pueda reconocerse como española. Y esto porque ha sido adaptada al porteño por Alejandro Tantanian, director de este montaje que se podrá ver a partir de mañana, a las 20, en la Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín. Esta obra de Ortiz –licenciado en Derecho, director escénico y autor de varios títulos (Mane, Thecel, Phares y Metropolitano), algunos premiados, como Dedos, con el Marqués de Bradomín 1995– fue vista ya en Madrid y México DF, sólo que ajustada al lenguaje de cada ciudad. Esta vez no sólo recoge el habla de Buenos Aires sino que adquiere otro formato, característico del musical.
“El texto original tiene un humor ordinario, barriobajero, de acceso inmediato, y una estructura de vodevil que va bien con el teatro popular español”, cuenta Ortiz de Gondra. En todo caso, lo que diferencia a este musical son sus temas: “En el vodevil, las historias son generalmente banales, de encuentros o desencuentros amorosos entre chica y chico. Aquí, los jóvenes se aman o no, pero están en el paro y no consiguen trabajo. Se habla de gente desencantada, capaz de cualquier cosa con tal de comprar una salida hacia delante”. Esta alusión a asuntos “candentes” no neutraliza la intención de ofrecer un “espectáculo brillante”, donde se canta y baila sobre música original de Marcelo Moguilevsky y letras de Tantanian. “La idea es que el público salga tarareando la música, pero que debajo de esa sensación placentera haya otras cosas sobre las que vale la pena pensar”, sostiene el autor, entusiasmado con el trabajo del elenco local que integran Susana Pampin, Javier Lorenzo, Alberto Suárez y Analía Couceyro.
Ortiz dice no tener preferencia por ningún género teatral y huir de los encasillamientos: “Quiero que mis obras viajen, pero no que se conviertan en materia de importación”. De este autor se conoció anteriormente, y de modo fugaz, un semimontado de Dedos en el Centro Cultural de España (ICI), y Exiliadas (en el Margarita Xirgu), un trabajo que hizo por encargo para la compañía Atalaya, dirigida por Ricardo Iniesta, quien la presentó con ese nombre en el pasado Festival del Mercosur, realizado en la ciudad de Córdoba. El escrito original, Hacia el olvido, “fue creciendo en la dramaturgia escénica realizada junto a Iniesta”, puntualiza.
–¿Escribe indistintamente en francés y castellano?
–Viví seis años en Francia: fui a trabajar tres meses a París, y me quedé. Comencé con una asistencia de dirección en una obra que Lluís Pasqual puso en el Teatro del Odeón, en 1992. Era Tirano Banderas, interpretada por artistas latinoamericanos. En París tuve oportunidad de trabajar con Jorge Lavelli, en el Teatro de La Colline, y también en la Comédie Française. Aquella experiencia mía de alejamiento y extrañamiento respecto del teatro español me convenía mucho. Era salir de un medio teatral pequeño y muy opresivo para mi gusto. Me ahogaba. Ahora está cambiando, pero en algunos aspectos sigue siendo bastante limitado: encerrado en sí mismo.
–Así como lo cuenta, ese viaje se parece a una huida...
–Era un exilio voluntario, y de lujo. Me fui porque quise.
–¿Qué opina del teatro que se hace en la Argentina?
–Conozco el de Buenos Aires. Cuando vine por primera vez, hace dos años, me sorprendió. Después empecé a admirarlo y ahora me mata de envidia. No es mi intención elogiar excesivamente, pero he visto cómo se trabaja en otras ciudades latinoamericanas y no encontré en ninguna esta forma de llevar adelante una nueva escritura dramática. Los niveles de actuación, escritura y dirección son muy altos, y de una gran apertura. Esto es difícil de ver en otros países, y también en España. Nosotros hacemos espectáculos cojos, porque alguno de esos tres niveles que mencioné antes es deficiente. En Buenos Aires, muchos actores ydirectores, o autores y directores, demuestran gran capacidad para crear un campo poético personal. Me refiero a El pecado que no se puede nombrar, de Ricardo Bartís, y Cachetazo de campo, de Federico León, obras que me cambiaron la sensibilidad. Me siento muy contaminado de ese teatro.
–¿Cómo ve esta nueva emigración de artistas argentinos a España?
–Es difícil responder sobre ese tema cuando uno vive en España. Quiero ser cauteloso, pero me parece que este exilio de argentinos por cuestiones económicas es una tragedia para el país. Me conmueve y lo considero respetable. No se le puede pedir a nadie que resista hasta lo imposible. Ahora, en lo que a mí respecta, espero que esta experiencia fructifique en España, que algo de este empuje extraordinario del medio teatral argentino se trasplante y renueve el teatro español. Soy consciente de que éste es un pensamiento egoísta, pero al menos este exilio tendría un sentido positivo para nosotros.
–¿Estrenará algún otro espectáculo después de Dedos?
–Sí, pero en Madrid. Es un unipersonal para una actriz (la española Blanca Portillo) y muchas pantallas de video. El tema central es la invasión de los medios en la vida real. Ahora cualquier cosa se puede convertir en noticia. Esta es la historia de una periodista que trabaja en una cadena de televisión y que por una serie de circunstancias ella pasa a ser noticia. Aparecen cuestiones comunes, tonterías, como en el reality show y grandes mentiras, como las que cuenta la CNN. Hace poco estuve en Irán y descubrí un país que no tenía nada que ver con la imagen que nos da la CNN. Admito que en Irán existe una dictadura, pero la gente que uno ve en la calle no es el demonio. Los medios ejercen una vergonzosa campaña de satanización sobre algunos pueblos y países. Antes de venir a Buenos Aires me advertían de asaltos en las calles. La impresión era que uno llegaba y se iba a encontrar con que alguien lo estaba encañonando.

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