Mié 25.09.2002

ESPECTáCULOS  › A TREINTA AÑOS DE LA MUERTE DE ALEJANDRA PIZARNIK

Tras las huellas de la desmesura

La intensidad de su obra fue y es motivo de numerosos estudios, pero se escribieron muchas más páginas para abordar su vida conflictuada y su muerte misteriosa. El mito de la poeta maldita que se suicidó joven fue agigantándose con los años, y hoy es objeto de los homenajes más diversos.

Por Angel Berlanga

Por las noches, Alejandra Pizarnik trabajaba con las palabras, las exprimía, las resignificaba, las tallaba como a piedras, las retorcía y las acariciaba, las silenciaba, las colgaba en un muro y les exigía que significaran y que dijeran lo que sentían en ella, lo que ella era. Quienes más y mejor han estudiado su obra gustan de usar la palabra desmesura para hablar de la intensidad de su trabajo. De esa laboriosidad, artesanal, una obra literaria que resiste las inclemencias editoriales e institucionales locales y a la vez es objeto de múltiples estudios y atenciones en la Argentina y en diversas partes del mundo.
Brillan los poemas en esa obra. La alusión a las luminosidades que generan sus versos fue señalada, ya, por los dos poetas que, acaso, más bellamente escribieron sobre su arte: Delfina Muschietti y Arturo Carrera. “Ningún poema como los de Alejandra Pizarnik para lograr esa síntesis brillante en un lenguaje que deja en la mente esa impresión duradera como la huella de un flash”, escribió Muschietti. “Los poemas de Alejandra conservan aún la compacidad de las joyas únicas. Esa apertura afectuosa, titilante, a veces, del destello”, anotó Carrera. “Mendiga voz”, de Los trabajos y las noches, el sexto de los libros publicados de Pizarnik, servirá de ejemplo: “Y aún me atrevo a amar/ el sonido de la luz en una hora muerta/ El color del tiempo en un muro abandonado./ En mi mirada lo he perdido todo./ Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay”.
Hace hoy exactamente tres décadas, una amiga la encontró muerta en su departamento de Montevideo 980. Tenía 36 años. Los que piensan que se suicidó tomando pastillas subrayan las constantes alusiones a la muerte y al suicido en sus escritos y alimentan el mito de la poeta-maldita-que- muere-joven (que incluye el mezcladito drogas-locura-depresión-sexualidad “atípica”-problemas familiares). Este énfasis puesto en su costado trágico-romántico-biográfico desvía el foco y la atención de la auténtica razón por la que la obra de Alejandra Pizarnik persiste: su calidad literaria. Lo que se ve y se escucha horas y horas en televisión también es, en buena parte, resultado del mezcladito.
Olga Orozco, su amiga y madrina literaria, hizo en ese departamento un trabajo minucioso, de meses, para rescatar prolijamente cada manuscrito dejado por Pizarnik. Tras pasar por las manos de Julio Cortázar y Aurora Bernárdez en París, sus originales fueron depositados en la Universidad de Princeton, Estados Unidos. Salvo algún milagroso ejemplar en viejas librerías o ferias, los libros de Pizarnik no se consiguen en la Argentina. Algunos de sus textos, incluso, nunca fueron publicados en el país. Hace pocos días apareció en España la primera edición de Prosa completa. Para diciembre se espera, aquí, la segunda edición de Poesía completa. Y para el año que viene la edición de sus Diarios, también en España.
Nació en Avellaneda el 29 de abril de 1936 y fue la segunda y última hija de un matrimonio de origen judío (¿rusos, polacos, ucranianos?) que se había afincado en el país en 1934. Sartre y Faulkner fueron algunos de los autores leídos ya en la secundaria; luego, al tiempo que pasaba fugazmente por las carreras de Filosofía, Periodismo y Letras y se vinculaba con variados grupos de escritores (Girondo, Lange, Orozco, Porchia, Cozarinsky, Molloy, entre tantos), comenzó a ensanchar su caudal de lecturas: Proust, Joyce, Kafka, Rimbaud, Beckett, Eluard, Baudelaire, Apollinaire, Freud, Breton, Artaud. Tenía 19 cuando publicó su primer libro de poemas, La tierra más ajena, del que luego renegaría. Fue la única obra que firmó como Flora (el nombre que le pusieron sus padres) Alejandra Pizarnik. Antes de su viaje a París, en 1960, publicó otros dos libros de poemas: La última inocencia y Las aventuras perdidas.
Las muestras de sus lúcidos análisis de lecturas diversas quedaron plasmadas en sus ensayos sobre Silvina Ocampo, Artaud, Octavio Paz yCortázar, por citar algunos ejemplos. En París, donde vivió hasta 1964, escribió Arbol de Diana. Allí, también, comenzó su afamado vínculo con Cortázar, con quien tuvo muchas afinidades literarias. De regreso a Buenos Aires publicó Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de la locura y El infierno musical, entre otros.
Están en su estilo algunos de los ejes centrales del ideario surrealista: apariencia de escritura “automática” o “espontánea”, espacio para lo onírico, documentación, superposición de imágenes y sentidos, unas veces contrapuestos y otras no. “Sus versos –escribió el teórico literario Enrique Pezzoni, a propósito de Los trabajos y las noches–, desarman todo tipo de explicación.” Pizarnik está muy cerca del proverbio oriental: “La pintura es un poema callado y el poema es una pintura dotada de voz”. Arturo Carrera escribió que Pizarnik en ese libro y en Arbol de Diana echa raíces en el poema-pintura al mismo tiempo que, formalmente, sus poemas “se aproximan a nuestras traducciones de haikus japoneses”. Escribió Delfina Muschietti que sus poemas son “concisos e infinitos en su capacidad de desplegar sentidos. Herméticos, cerrados sobre sí y al mismo tiempo, como el infierno musical, fijados a nuestra memoria, por esa indisoluble e intraducible conjunción de letra y sentido”.
“La poesía –escribió Pizarnik, en 1962– es el lugar donde todo sucede. A semejanza del amor, del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo, la poesía se desentiende de lo que no es su libertad o su verdad. Decir libertad y verdad y referir estas palabras al mundo en que vivimos o no vivimos es una mentira. No lo es cuando se las atribuye a la poesía: lugar donde todo es posible.” La espesura de la definición, extrema, es señal de la intensidad de la relación entre Pizarnik y su oficio y, tal vez, esté relacionada con los brillos y los magnetismos perturbadores que, se dice, emiten sus poemas.

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