ESPECTáCULOS
“Buenos Aires no es tango puro”
Fue uno de los “raros peinados nuevos”, hasta que su búsqueda artística lo llevó a vivir en Europa. Esta noche, el multiinstrumentista Fernando Samalea mostrará a qué extraños puertos lo terminó llevando su música.
› Por Esteban Pintos
Fernando Samalea vive la rutina alocada de reencuentros con amigos y visitas familiares, al paso por la ciudad que ama. Eso mismo que le toca vivir a cada porteño que regresa a Buenos Aires después de un largo tiempo fuera del país. Para él, además, esta visita es bastante corta, pero aún así le basta para tocar con Charly García (mañana en The Roxy, una remake de Los Enfermeros), grabar en el estudio de su amigo Emmanuel Horvilleur y encontrar tiempo y lugar para mostrar algo de su música. Así sucederá hoy en El Argentino (Maipú 761), donde el baterista-bandoneonista-músico todoterreno, junto a una banda formada para la ocasión, interpretará canciones de sus tres últimos discos, desconocidos en Argentina y producto de su experiencia madrileña: Metejón, grabado junto a Andrés Calamaro y Diego Galaz; Una noche en Madrid, registrado en el Teatro Lope de Vega durante la “Semana Argentina en Madrid” de 2001, y el flamante Alivio, que espera dar a conocer antes de fin de año en Europa y Argentina.
El caso artístico de Samalea –uno de los “raros peinados nuevos” que inmortalizó Charly– es uno de los más interesantes ocurridos en la última década en la escena rockera argentina. Samalea es un baterista top, miembro de un grupo de culto como Fricción, de las mejores bandas que hayan acompañado a Charly García, de Illya Kuryaki en su pico de popularidad, y más recientemente, de la que acompañó a Joaquín Sabina en sus giras. Pero también es un entusiasta ejecutante del bandoneón, explorador de la historia del tango y de una Buenos Aires mítica, buscador de nuevos sonidos, incansable propulsor de sus proyectos. Cada uno de sus recientes discos exhiben esa saludable dispersión: lo suyo suena a tango pero no lo es. En su viaje espacial porteño se mezclan influencias, gustos y obsesiones de alguien que ama a Buenos Aires pero que tiene ojos y oídos abiertos para percibir la música del mundo. Así, de ese mundo donde conviven Charly, Horacio Ferrer, el cine de los ‘40, la belle époque y la nostalgia ciudadana, se nutre la búsqueda de Samalea.
¿Baterista o bandoneonista? “Elegí sumar... Siempre se trató de eso, no quise cerrar puertas porque disfruté mucho cada experiencia musical. Me sigo sintiendo tan baterista como compongo, escribo relatos o música con el bandoneón. Si para alguien que lo ve desde afuera mi carrera perdió lógica, para mí no es así. El viaje no solo fue metafórico sino literal, porque gracias a la música me trasladé mucho por el mundo, que para mí es un lujo virtual de vida privilegiada. Quise crecer y aprender todo lo posible, ese es mi viaje”, le dice a Página/12.
–Esta búsqueda de un “sonido de Buenos Aires 2000” que transmite su música ocurre, sin embargo, desde Europa. ¿Cómo desarrolla su música desde allí?
–Ya lo dijeron los grandes, no hace falta parafrasear a Borges y Cortázar, pero nunca mejor que comprender a la Argentina desde lejos. Contrariamente a lo que parece, cuando estás en un lugar ajeno –aunque no tan ajeno, porque vivo en Madrid–, se comprenden mejor algunas cosas. Metejón tiene mucho más que ver con lo argentino y esa cosa de film de los ‘50. Cuando estaba con tantos proyectos con otros artistas, terminé de comprender que el sonido de Buenos Aires no era exactamente el farolito, ni los tranvías en blanco y negro, las fotos sepia y los cabarets... Hay una Buenos Aires diferente, entonces lo que hago tampoco es llevar el sonido de la ciudad hacia algo extraño, sino pensar en la fusión con otras culturas. A mí siempre me gustó el rock, la electrónica, el jazz..., no solamente no me quedo en los aires de tango, sino que tratode hacer algo que incluya todos esos mundos. Si uno ve y escucha a Buenos Aires hoy, no es exactamente tango lo que se percibe. Estoy intentando transmitir algo que se asemeje a la ciudad que viví y vivo, en vez de remitirme a una cosa tanguera que no sería real. Buenos Aires no es tango puro ni mucho menos.
–En todo este proceso, ¿en qué influye su estancia en Madrid?
–Incide porque me dio la posibilidad de conocer músicos que aquí no conocería. Constantemente trato con gente de otras nacionalidades y es muy común que en un grupo tal vez ninguno sea del mismo país. A la vez, Madrid es una ciudad hermosísima donde se vive con un relax privilegiado. En este mundo tan injusto y en guerra, es un lugar que parecería darle la espalda a cualquier problema y estar hecho para disfrutar. No quería dejar de vivir en Buenos Aires, porque aquí es donde me siento yo, pero a través de la posibilidad de grabar y salir de gira con Joaquín Sabina me quedé en España. No me fui por algún conflicto, fue la posibilidad de vivir una nueva experiencia, una aventura europea, estar ahí... Cuando terminaron las giras de Sabina, decidí quedarme y jugarme con mi proyecto personal, que es muy pequeño. En esa pequeña escala, me fue bien y por eso me siento feliz allí.