ESPECTáCULOS
› LUCHO GONZALEZ Y RAUL CARNOTA, POR PRIMERA VEZ JUNTOS
“Somos dos hedonistas de la música”
El dúo se presentará esta noche en ND Ateneo, donde aportarán su “espíritu lúdico” para sintonizar sus respectivos estilos musicales.
› Por Karina Micheletto
Raúl Carnota y Lucho González son algo así como parientes cercanos dentro de la gran familia de la música popular argentina. Sus respectivas búsquedas artísticas los llevaron por itinerarios similares: González integró tríos que dejaron una marca distintiva en el folklore local de los ‘80 en adelante (Vitale/Baraj/González, Nebbia/Baraj/González, entre otros). Acompañó con su guitarra a grandes de la música del continente como Chabuca Granda, Mercedes Sosa y Milton Nascimento, y el año pasado grabó su primer disco solista, Esta parte del camino. Carnota, además de haber tocado junto a figuras como Adolfo Abalos y de liderar diferentes tríos y cuartetos, hizo crecer el cancionero local con composiciones que se nutren de las más variadas vertientes. Es autor de clásicos como “Grito santiagueño” y “Pecado de juventud”.
Ambos son reconocidos y respetados por sus aportes a la música popular latinoamericana desde un lugar ajeno a las estridencias del mercado. Parecía cosa cantada que, tarde o temprano, estos primos cercanos tenían que reunirse. Como si fuera una continuidad natural, un paso lógico en el camino, este año juntaron sus guitarras, sus voces y sus composiciones, y formaron un dúo que mostrarán por primera vez hoy a las 22 en el teatro ND/Ateneo (Paraguay 918) en el espectáculo Criollos, y que llevarán mañana a La Plata, el domingo a Mar del Plata, y de ahí a diferentes lugares del interior del país. Carnota y González hablan de música y se entusiasman, suben el tono, dibujan figuras en el aire. Está claro que juntos se divierten. “No concebimos hacer música si no es para disfrutar. En definitiva, somos dos hedonistas.”
–¿Por qué se eligieron como compañeros musicales?
L.G.: –Aunque nunca habíamos tocado juntos, son muchos años de conocernos, de compartir muchas cosas. Hace tiempo que conozco el compositorazo que es Raúl. Para elegirlo como compañero lo único que tuve que hacer es recordar lo que me pasa cuando escucho su música. Es lógico pasar de decir: “¡qué bien toca este tipo!”, a decir “¡qué bien piensa este tipo!”, y de ahí: “¡cómo me gustaría tocar con él!”. Nuestro encuentro se fue gestando y por fin se dio el momento.
R.C.: –A mí siempre me apasionó la forma originalísima de armonizar de Lucho, y el swing que tiene, que es algo que todos los músicos deberían tener, pero algunos lo tienen más desarrollado que otros. El empezó de muy jovencito, yo lo escuchaba con Chabuca Granda y me daba vuelta como los acróbatas chinos.
–¿Cuáles son los puntos de conexión en lo musical entre ambos?
R.C.: –Los dos cultivamos la máxima de que no hay que interponerse entre la música y la gente: el protagonista no es el músico sino el hecho musical, que es tanto popular como propio de uno. Y los dos sabemos que de lo que se trata es de disfrutar. La música es cosa seria, pero hacer música tiene que ver con lo lúdico, con el gozo, con lograr lo irrepetible: uno puede hacer cincuenta veces el mismo tema y siempre le va a salir algo diferente.
L.G.: –Cada uno sabe qué cartas tiene para mostrar, y con quién quiere sentarse a jugar. Esto siempre y cuando haya ganas de compartir la música. Siempre digo que ser músico no estaba en mis planes, pero sí en mi destino. Yo estaba en cuarto año de Derecho y pensaba ser abogado penalista, cambié mis planes gracias al consejo del decano de la facultad. Pero si abracé la música no fue para hacer “Lucho y su guitarra”, como quería un tío mío, o para ser Lucho Cárpena, que es mi segundo apellido y me sugerían usar para no ser un González más. Siempre tuve claro que no hay que perder la chaveta en aras de la fama. Chabuca siempre me decía: “hay que buscar ser popular, no famoso”. Bueno, creo que Raúl entiende muy bien eso, basta escuchar sus discos para saber que lo entiende.
–Más allá de las afinidades musicales, ¿surgió algún problema a la hora de trabajar juntos?
L.G.: –Por suerte, no. Los temas fueron saliendo, cada vez más lindos. En las juntadas nuevas siempre surgen las dudas: ¿podrá hacer esto como lo quiero yo? ¿Podré hacer esto yo? Y más en tipos como nosotros, que tenemos nuestros años y ya nos pusimos mañeros. A esta altura uno cree haberse ganado el derecho de estar feliz arriba de un escenario, sin tener que transpirar por si se aprendió tal partitura.
–¿Cómo seleccionaron el repertorio?
L.G.: –La mayoría son temas de Raúl, otros son de mi último disco, como “Palabras para Julia”, que tiene un significado especial porque da la casualidad que él tiene un hijo de una edad parecida a la de mi hija. Armamos algunas cosas que quedaron muy lindas, hacemos “Pecados de juventud” y en el comienzo le ponemos una parte de “Here comes the sun” de Los Beatles. Me encanta cómo quedó eso, yo creo que Harrison, si lo escucha desde algún lugar, y seguramente es así, va a decir “¡yes!”...
R.C.: –Yo voy a tocar el cajón en unas marineras por primera vez en mi vida. O, por ejemplo, hacemos un tema de Yupanqui con una forma rítmica peruana, y yo toco el bombo. Es como encontrarnos en la casa de una vieja tía en común y empezar a revolver, a ver qué hay, y jugar con eso: ¡Uy, mirá esta bufanda! Y no tiene nada que ver con “fusión”, “proyección”, esas palabras que se inventan y que no sirven para explicar esto. Hay ciertos temas en los que las palabras están de más.