Hay películas buenas, malas, regulares, y hay otras lisa y llanamente incomprensibles. La entrega, ópera prima de Oliveira Cézar, es una de ellas. Según informa la gacetilla de prensa, la realizadora contaría con prestigiosos antecedentes en el ámbito teatral, de las bellas artes y el cine publicitario. De todos ellos, sólo este último es advertible en la lustrosa fotografía de una película en la que desentrañar qué se propuso su directora parecería tarea de adivinos.
Todo empieza como un film intimista, en el que María Socas es Margarita, una bióloga que se dedica a atravesar cucarachas bajo el microscopio. En el laboratorio de al lado trabaja Lucho, que a pesar de su nombre es italiano y a quien encarna Andrea Prodan, hermano de Luca. Apuesto y elegante, Lucho invita a cenar a Margarita. A pesar de que extraña enormemente a su hijo (que al comienzo parecería estar de viaje por España con su padre, pero luego se sugiere que éste lo habría secuestrado), la bióloga acepta el ofrecimiento. Al segundo encuentro, él la invita a su departamento. Una breve interrupción en su primera relación sexual con el biólogo-galán saca a Margarita de sus casillas, y a partir de ese momento lo que pintaba para un placentero encuentro se convierte en una relación digna de un matrimonio que hace rato no se soporta más.
Al tiempo, Margarita y Lucho cruzan sus vidas con una galería de personajes que coinciden en un restorán. A la vez, la TV informa sobre una serie de atentados con bombas y lo que era parecería querer derivar a algo así como un thriller científico, alrededor del tráfico de órganos. Pero el guión (insólitamente premiado en un concurso oficial) le da tanta importancia a atar los cabos sueltos como antes les dio a sus criaturas. A esa altura, Margarita parece haberse olvidado de su hijo para convertirse en investigadora amateur, y todos los personajes (menos uno o dos) terminarán volando por los aires ante un atentado terrorista que jamás se sabrá quién cometió, ni por qué.