ESPECTáCULOS
› PERFILES DE LA FILARMONICA DE BUENOS AIRES
Los estilos de la diversidad
› Por Diego Fischerman
La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, en sus dos últimos conciertos, fue conducida por dos directores de características diferentes y esa distancia, precisamente, es la que permite ver la ductilidad del organismo. En ambos programas, el del sábado 21 dirigido por Gabriel Senanes y el de este fin de semana, en que el director fue Alejo Pérez Pouilleux, hubo clásicos del repertorio sinfónico y en los dos se presentaron obras muy poco transitadas. La Obertura de Tannhäuser de Wagner, la Cuarta Sinfonía de Brahms y una composición del propio Senanes, su Concierto en Canto Negroriano, dedicada al violinista Fernando “el Negro” Suárez Paz –que actuó como solista– conformaron el programa del primer concierto. En el segundo, la orquesta tocó el Cuarto Concierto para violín de Franz-Joseph Haydn (con Alberto Lysy como solista y director), el Concerto Grosso para cuarteto de cuerdas y orquesta escrito por Julián Orbón en 1958 (con el Cuarteto Buenos Aires), el poema sinfónico Los Preludios de Franz Liszt y el Adagio de la Décima Sinfonía de Gustav Mahler. Una paleta estilística lo suficientemente amplia como para dibujar el estado de situación de una orquesta cuyo rumbo, últimamente, no resultaba del todo claro.
En primer lugar debe señalarse que la Filarmónica tiene en este momento un potencial excelente y que casi todas sus filas poseen un muy buen nivel. Los problemas mayores aparecen por el lado de la desconcentración (llama la atención, por ejemplo, que algunos de sus integrantes estén charlando hasta último momento, antes de cada obra), de algunas caídas en agujeros expresivos, donde las notas están en su lugar pero faltan el calor y la convicción (lo que se notó sobre todo en el Adagio de Mahler, a pesar de los esfuerzos de Pouillieux por mantener la unidad narrativa), y de imprecisiones rítmicas y desajustes en los ataques. Es posible que el nombramiento de un director estable o de directores invitados principales –a cuya búsqueda se encuentran abocadas las autoridades actuales del Colón–, que puedan llevar adelante un trabajo que vaya más allá de los ensayos para cada concierto, solucione gran parte de estos problemas. Por otra parte, es notable el cambio que se produce en la actitud musical de la orquesta según el enganche afectivo que establezca con el director. Si bien esto sucede con todas las orquestas del planeta, debería conseguirse un cierto rendimiento crucero aun en los casos en los que los directores no consiguieran producir mayores entusiasmos en los músicos.
Senanes, que prácticamente estrenó su cargo de director del Colón sobre el podio (el concierto estaba programado desde principio de año), brindó interpretaciones meticulosas, detallistas al extremo, y tanto en Wagner como en Brahms mostró una particular sensibilidad para dibujar la armonía. Para señalar los acordes como los auténticos protagonistas de la historia. En Tannhäuser, por ejemplo, fue magistral la manera en la que contuvo a la orquesta, hasta la tensión que prepara la explosión final. En el Concierto en Canto Negroriano, una obra que trabaja sobre las distintas posibilidades del instrumento solista pero, sobre todo, del propio estilo de Suárez Paz y en el que el segundo movimiento resulta particularmente inspirado, tanto la actuación del solista como la de la orquesta fueron impecables. Pouilleux, con mejor suerte en la obra de Orbon (con una actuación brillante por parte del Cuarteto Buenos Aires, integrado por Haydée Seibert Francia y Grace Medina en violines, Marcela Magin en viola y Edgardo Zolhofer en cello) y en la de Liszt que en la de Mahler (que tuvo la desgraciada idea de otorgar un papel de importancia a la fila de violas), confirmó que es uno de los directores jóvenes más promisorios del momento.