ESPECTáCULOS
› "STEFANO", EN UNA PUESTA BRILLANTE DE JUAN CARLOS GENE
Las fábulas del inmigrante
La versión del clásico de Armando Discépolo, con Luis Brandoni al frente del elenco es, a su modo, una lección de historia argentina.
› Por Hilda Cabrera
“L'ideale es el castigo de Dío al orguyo humano; mejor dicho: l'ideale es el fracaso del hombre", declara en un tono levemente irónico el Stéfano de esta historia de inmigrantes a sus padres napolitanos, instalados ya en su casa de la Argentina, ambientada a la manera de esas fotografías de época que registran interiores de una vivienda de clase media. Stéfano es el emigrado que desde la tierra elegida anima a su familia a unirse a la aventura, pintándole un panorama auspicioso e irreal. La idea de un éxodo interminable está presente en la melancolía que, de diversa forma, manifiestan los personajes, y en la concepción escenográfica de esta puesta de Juan Carlos Gené, donde se observa un amontonamiento de valijas y envoltorios que impresionan como la consecuencia de una catástrofe.
La demoledora situación que el gran Armando Discépolo plantea en esta pieza, estrenada en 1928 (año en que se inicia la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, abortada por el golpe militar de José Félix Uriburu), echa por tierra el mito de una Argentina considerada aún hoy tierra de promisión para los emigrados europeos más humildes de fines del siglo XIX y comienzos del XX. El montaje que concibió el director Gené alude a esa literatura engañosa a través de una primera escena que no existe en el original de Discépolo. Esta secuencia traslada al espectador de modo abrupto a un tiempo documentado y a la vez simbólico. Responsable también de la dramaturgia, el director aviva la memoria histórica del público al incluir proyecciones de video que agigantan fotografías y dan cuenta de registros fílmicos que testimonian la masiva llegada de inmigrantes a Buenos Aires. Estas imágenes ilustran la proeza de quienes se atrevieron a dejar el sitio que sentían propio y ponen un marco sociocultural al discurso que uno de los personajes lee en la escena inicial agregada. Se trata de un texto del tucumano antirrosista Juan Bautista Alberdi (fallecido en París en 1884), que sostiene la necesidad de fomentar la inmigración y otorgar a los nuevos pobladores derechos y facilidades para su asentamiento.
Este discurso de 1858 suena aquí a proclama, a enfática oratoria en torno de una teoría que, pasado el tiempo, será un espejismo, otro más de los varios que circulan por el original de Discépolo, pieza en la que algunos datos provenientes del entorno social y los que surgen del comportamiento asumido por los personajes anticipan el desenlace. Las rabietas familiares son un elemento más, básicamente las que se suscitan entre el protagonista (papel a cargo de un expresivo y a la vez sobrio Luis Brandoni) y sus padres María Rosa y Alfonso (actuados por la convincente Perla Santalla y el destacable Daniel Tedeschi), trabajadores rurales que lo vendieron todo para emprender un éxodo interminable. De esta "eternidad" del viaje en busca de un lugar que los conforme es ejemplo el padre, que arma precipitadamente sus valijas ante una situaciónenojosa. Una actitud inútil, propia de individuos acorralados en una tierra que no fue para ellos ese sitio opulento que soñaron.
En esta obra de varones abrumados por la frustración y mujeres que lloran su desencanto, Stéfano va a emprender un viaje circular. Como a los otros, también a él le ha caído el tiempo encima sin haber podido hasta entonces establecer una comunicación que lo conforte. Son seres autocompasivos que sólo se escuchan a sí mismos. Quizá por eso, cuando se produce el choque con la realidad, ésta les resulta trágica. Al trombonista Stéfano, cuya ambición mayor es componer una ópera, la verdad de su situación lo quiebra. Una de las escenas más patéticas y conmovedoras es la que el protagonista comparte con su discípulo Pastore (papel que cumple con excelencia Horacio Roca). Stéfano toma allí conciencia de su autoengaño.
Stefano es el perdedor que arrastra consigo a una familia de ilusos: una madre que finge desconsuelo (a la manera de las lloronas contratadas en otro tiempo en los velorios) y un padre que lo califica de haragán. También arrastra a su mujer Margarita (interpretada por Beatriz Spelzini en un tono exasperado y lacrimoso) y a sus hijos. De éstos sólo aparecen en escena los mayores: la desdichada y también llorona Ñeca (Daniela Catz), el adolescente Radamés, personaje perdido en la bruma de su debilidad mental, que se cree bombero y salvador, pero asombra con algunos chispazos inventivos (un buen trabajo de Esteban Pérez), y el primogénito Esteban (Mariano Miquelarena), el mimado de Margarita, especie de injerto en esta obra. Esteban es aquí el intelectual, el "aspirante a poeta".
La loca ilusión de Stéfano de llegar a ser artista exitoso estalla cuando se enfrenta sin máscaras a la realidad. Agresivo y sin esperanzas, intuye que la vida se le escapa sin haberla vivido en plenitud. En esa situación, mezcla de tremendismo e ironía, se hace visible el terror al fracaso y la incapacidad de reconocerse integrante de un sistema que, como el de los años anteriores al derrumbe del '30, aísla y fomenta la desconfianza. De ahí tal vez el pesimismo de esta pieza, calificada por los estudiosos de grotesco criollo, como, entre otras, Relojero y Mateo, también de Discépolo. Cuidada en todos sus rubros, esta lograda puesta de Gené asume las heridas y emociones propias de las obras que se conectan profundamente con asuntos medulares de la historia argentina, tan recurrente a veces, como este retrato tragicómico de una familia que suma fracaso y exilio.