Jue 03.10.2002

ESPECTáCULOS  › “EL REÑIDERO”, DE SERGIO DE CECCO, EN EL TEATRO DE LA RIBERA

Cuando la vida baila en un cuchillo

El grupo de teatro del Nacional Buenos Aires se luce en esta relectura porteña de “Electra”, una de las más notables tragedias de Sófocles.

› Por Cecilia Hopkins

En 1964, Sergio De Cecco escribió El reñidero tomando como base a la Electra de Sófocles. Se trata de uno de los tantos ejemplos de cómo la literatura clásica ha inspirado a dramaturgos argentinos de diversas épocas. Autores tan dispares como Horacio Rega Molina, Juan Carlos Ferrari y Osvaldo Dragún tomaron de tragedias y comedias griegas un conjunto de personajes y motivos característicos, para reelaborarlos desde otro punto de vista o incluso, para concretar sabrosas parodias, como Mauricio Kartun en Salto al cielo, sobre Las aves, de Aristófanes. Entre los acercamientos al teatro de Sófocles, Leopoldo Marechal en 1951 y Griselda Gambaro, en 1986, reescribieron la historia de la condena de la hija de Edipo en sus respectivas Antígona Vélez y Antígona furiosa, contextualizándola en el campo, en el primer caso, y en Buenos Aires, en el segundo.
Precisamente en el límite que separa el mundo rural y la ciudad capital, hacia 1905, tiene lugar la tragedia contenida en El reñidero. De Cecco distribuye los roles clásicos en un área marginal en el que toda cuestión se dirime a punta de cuchillo. Allí aparece la barriada de Palermo retratada como el reino del terror, un arrabal donde se vive “a rempujones, a puro estrilo, daga y sangre”. Las únicas leyes respetadas son las que dicta una ética primitiva basada en el culto al coraje. Es por esto que el reñidero –la pista de arena donde luchan los gallos para distracción de los hombres– se instala como para graficar la realidad social que viven estos guapos y gauchos. Las cuentas pendientes que tienen con la Justicia los obliga a aceptar una única oportunidad de trabajo: el ponerse al servicio de los caudillos políticos, ya sea para guardarles sus espaldas o para eliminar a sus adversarios. En estos menesteres emplea su tiempo Pancho Morales (Agamenón, en la tragedia de Sófocles), esposo de Nélida (Clitemnestra), padre de Elena (Electra) y Orestes, el único que conserva el nombre clásico.
Al margen de la conflictiva social que presenta, en la obra existe un espeso sistema de relaciones de amor-odio que vincula a padres e hijos tomado directamente, claro está, de la obra de Sófocles, pero que De Cecco –a tono con el auge del psicoanálisis en los ‘60– convierte aquí en un surtido muestrario de insanas devociones filiales, rivalidades y mandatos insoslayables. De modo que, dadas las dificultades que plantea la obra, llama la atención el resultado obtenido por los jóvenes actores integrantes del Grupo de Teatro del Nacional Buenos Aires, bajo la conducción de Orlando Acosta. Aun cuando muchos de ellos llevan ya ocho años junto al director, la elección del texto los puso por fuera de la protección de trabajos actorales de índole coral, como fueron en gran parte sus anteriores Babilonia, de Armando Discépolo, y El duende, sobre textos de García Lorca. Esta vez el grupo debió aceptar, en principio, que no todos interpretarían personajes centrales o con oportunidades de lucimiento. Y a aquellos a quienes les fueron asignados los roles protagónicos les cupo la responsabilidad de sostener de principio al fin criaturas de muy complejas características. Porque, aun cuando el autorhaya elaborado a los personajes desde una perspectiva costumbrista empleando, incluso, un registro de habla coloquial, quedan en pie los procedimientos de la tragedia como género.
Las circunstancias del drama pesan por turno sobre una hija obstinada en vengar al padre, una esposa inconsciente y un hijo en plena lucha por encontrarse a sí mismo y dejar de vivir para cumplir mandatos ajenos. En torno del trío que componen Elena (Constanza Peterlini, en notable desempeño), Nélida (María Paula Battolla) y Orestes (Juan Coulasso) orbita otra serie de personajes de los cuales se requieren singulares matices. A Vicente (Mariano Saba) le cabe encarnar al hombre que ansía la paz y apuesta al trabajo desde que supo escaparle a su destino de matón a sueldo. Por su parte, Morales (Luis Berenblum) regresa en cada flash back para exponer los impulsos y las razones de sus actos más polémicos, y Soriano (Francisco Prim) entra y sale de la zona de conflicto, desde que inicia el minucioso cortejo a la mujer del amigo hasta que consigue usurpar su lugar.

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