Vie 04.10.2002

ESPECTáCULOS  › DANIEL J. FERNANDEZ, AUTOR Y DIRECTOR DE “SON PALOMAS”

Un alerta contra el genocidio

La obra que inauguró una nueva sala porteña refiere a hechos puntuales, pero ensaya una reflexión general sobre las masacres raciales.

› Por Hilda Cabrera

El genocidio, la vida cruelmente arrebatada, es siempre una tragedia universal. “Cuando se pone en marcha, deja marcas de continuidad, y no solamente en el lugar en el que se ha producido.” Esto dice Daniel Jorge Fernández, autor y director de Son palomas, pieza teatral sobre el genocidio y sus implicancias socioculturales que puede verse los viernes y sábados a las 22 en la nueva sala del Centro Cultural Tadron (Niceto Vega 4802). El autor rastrea hechos históricos puntuales: las masacres perpetradas por el Estado turco contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923 y el asesinato, en 1921 y en Berlín, del ex ministro del interior de Turquía, Taleat Pashá, por el estudiante armenio Soghomón Tehlirian.
Son palomas recibió el Premio Juan Rulfo 2001 (distinción que patrocina Radio Francia Internacional) y será estrenada el próximo diciembre, por otro elenco y en el formato de semimontado, en el Festival Don Quijote que se realiza periódicamente en Francia. En diálogo con Página/12, Fernández y el actor santafesino Lindor Bressan –quien compone al general Ercan, uno de los responsables de aquellas matanzas– señalan que el propósito no es aquí “narrar” una historia a la manera de un documento sino “reflexionar sobre sucesos tremendamente dolorosos y mantener el alerta ante cualquier manifestación de apoyo al genocidio”. En este montaje, que cuenta con el auspicio de la Alianza Francesa y entidades armenias (Consejo Nacional y Asociación Cultural), actúan Piero Anselmi, Jorge Diez, Jorge Ducca, Herminia Jensezian y Carolina Marcovsky. Miguel Angel Rivas se ocupa de la música, Inés Ruiz de las luces e Ita Saldumbide asiste en la dirección.
“Nuestra búsqueda es tanto de forma como de contenido: trabajamos sobre el presente, el pasado histórico y las fantasías de uno de los personajes. La obra gira en torno de una historia individual, la del estudiante armenio que recibe el mandato de matar a Pashá. Sólo que éste es el punto de partida para abordar otras motivaciones y universalizar la temática”, apunta Bressan, quien a comienzos de la década del 70 formó parte del grupo Libre Teatro Libre de Córdoba y en febrero del ‘76 emigró a México y luego a España, donde participó, junto a otros teatristas argentinos exiliados, de un frente de trabajadores de la cultura. La apuesta de Fernández –otra víctima de la dictadura militar, puesto que en 1978 estuvo “durante dos meses desaparecido”, como cuenta él mismo– es profundizar sobre el genocidio “desde un pensamiento filosófico comprometido y a través de un trabajo escénico despojado, que llegue nítido al espectador”. De ahí el simbolismo de la utilería y los sonidos, algunos artesanales, como el que se logra amasando pan: “Nuestra idea es mostrar un espacio circular limpio que se va complejizando con el desarrollo de la acción y con elementos sencillos, como migas de pan y plumas.”
Fernández cruza aquí cuestiones fundamentales, como mantener viva la memoria del genocidio y exigir justicia. En Son palomas es una madre la que presiona al hijo para que dé muerte al represor. “En una primera lectura ingenua se podría pensar que la madre está pidiendo hacer justicia por mano propia. Pero no es así. Tampoco es lo que se pretende con esta historia”, precisa el autor. “Lo que nos interesa es reflexionar sobre los porqués. Por ejemplo, cuáles son las razones que propician esta clase de proposiciones en una sociedad. Este hijo, estudiante armenio, no cree haber cumplido una misión. Al contrario: se cuestiona el crimen y enfrenta a la madre. Ella sí lo vive como un mandato divino. En su imaginario, no es ella ni la sociedad la que imparte la orden de venganza, sino su Dios personal. La mujer hace su interpretación. Cree que su hijo es un predestinado, que por algo sobrevivió a una masacre, escondido durante días bajo una montaña de cadáveres. Como escribió Pascual Chanian sobre este hecho, matar al genocida no supone lograr una victoria sino cargarcon el peso de tener que cumplir una misión trágica. La impunidad de la que gozan los asesinos es la que lleva a un grupo humano que ha sido víctima a buscar justicia por mano propia, a destruir de forma violenta la mentirosa imagen social de inocente del represor.”

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