ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA AL NOBEL IMRE KERTESZ
“Spielberg no tiene idea de lo que es el Holocausto”
El escritor búlgaro radicado en Berlín dijo al conocerse la decisión de la Academia sueca que el dinero del premio le permitirá seguir trabajando tranquilo. En esta entrevista explica cómo fue su vida de escritor, por qué Auschwitz es el tema central de su obra y que piensa de aquellos que tratan “con sentimentalismo” el tema del Holocausto.
Por Herman Terstch
Desde Madrid
Es muy difícil encontrar a alguien con semejante sonrisa y gesto amable que sea menos ingenuo que este hombre. Es cada vez más improbable conocer a alguien que se haya interiorizado con tanta fortuna –para él y para los demás– del horror que ha presenciado, alguien que haya convertido el miedo al ser humano en calor agradecido hacia la vida y los humanos en su entorno. Judíos húngaros víctimas supervivientes del nazismo y del comunismo ha habido muchos. Pero ninguno ha sabido plasmar como el flamante Premio Nobel de Literatura Imre Kertész las tinieblas de aquel pasado que siempre retorna y la fuerza del recuerdo en el diálogo de una víctima consigo misma –del Yo otro que da título a uno de sus libros más bellos– y que no concluye sino con la muerte. Quien ha escrito obras como Sin destino, Kaddish por el hijo no nacido o Fiasko tiene que ser un gran escritor, pero Kertész es a todas luces más que eso. Es una persona que ha sabido hacer arte literaria y cultura en donde otros sólo pueden encontrar desolación y neurosis. Está vivo, contra todo pronóstico inicial y después de saber a qué huele la carne humana quemada y el humo que se llevaba hacia el cielo por las chimeneas a hombres, mujeres y niños. Escribe y recuerda en Budapest desde Berlín, donde se ha radicado. Sus éxitos literarios en Europa son enormes, pero no es ni por asomo un hombre rico.
Su novela Sin destino, ya publicada en castellano, es un libro imprescindible. Con cierto contenido autobiográfico, es para muchos la mejor novela jamás escrita sobre el Holocausto y una de las más grandes obras europeas de la segunda mitad del siglo XX. Con un lenguaje que, como dice el autor, es producto de dictaduras del siglo europeo, el joven judío de Budapest, Köves, va descubriendo el mundo del terror en los campos de exterminio y recreando continuamente la realidad en ellos, al tiempo que se transforma él, con su mirada lúcida, tan lejana del cinismo como del sentimentalismo. Kertész detesta el sentimentalismo que tanto prolifera en obras sobre el genocidio nazi y destaca especialmente al director estadounidense Steven Spielberg, cuya Lista de Schindler considera el mejor ejemplo de cómo no hay que tratar esta cuestión. “Spielberg no tiene ni idea de lo que fue el Holocausto y sólo confunde. Con lágrimas en los ojos se ve muy mal”, dice mientras observa satisfecho la portada del último libro suyo traducido al castellano, Kaddish por el hijo no nacido.
–¿Usted escribió que cuanto más se habla de Auschwitz, menos se entiende y más se ritualiza e instrumentaliza. ¿Cómo percibe usted esta polémica?
–Es difícil de contestar. Existe ahora un libro muy polémico de Finkelstein llamado La industria del Holocausto. No lo he leído, pero ahora estoy leyendo uno de Peter Novick titulado Tras el Holocausto. Es éste un libro muy serio de un historiador muy serio, profesor en Chicago, y en él describe cómo en los años cuarenta, inmediatamente después del Holocausto, no existían prácticamente ni debate ni información sobre el genocidio, por diferentes razones políticas. También los judíos supervivientes que llegaban callaron, y lo hicieron también las grandes organizaciones judías. Después, éstas utilizaron el genocidio para otros fines, sobre todo para la creación del Estado de Israel. El Holocausto como tema de debate resurge después en los años setenta, treinta años después de los hechos, y se convierte en un trauma, aunque el autor duda de si es un trauma verdadero. Todo ello es muy típico en este debate, en el que sin duda hay muchos intereses, muchas falsedades y muchas manipulaciones y distorsión de la realidad, como es, por ejemplo, La lista de Schindler, de Spielberg, con ese sentimentalismo que no ayuda en nada al debate esencial, que es lo que le sucedió a la cultura europea en Auschwitz, con Auschwitz y por Auschwitz.
–¿Qué fue en su opinión?
–Yo creo que Auschwitz, pero también las dictaduras, han producido un profundo cambio en la cultura y también en las formas de vida de la humanidad.
–Dice en alguno de sus textos que Auschwitz acabó sólo porque cambió la suerte de la guerra, pero que nunca ha habido nada que pueda considerarse una negación fundamental de lo que fue y supuso Auschwitz.
–Exactamente, yo creo que Auschwitz y las dictaduras europeas han tenido un profundísimo efecto sobre las conductas también en aquellos países que no las sufrieron, como Estados Unidos o Escandinavia. En Alemania se comenzó con una toma del poder por parte del nazismo, una dinámica que aspiraba a arrastrar a toda la sociedad y que de hecho lo consiguió. Esta dinámica creó una maquinaria que tenía como un objetivo capital la aniquilación de los judíos. Y en la dinámica generada por los nazis, la gente sólo podía sobrevivir integrada en esa maquinaria. Es un ejemplo de lo que esta dinámica de poder e industria pueden lograr.
–¿Hay muchos ejemplos de cómo la libertad que existía en el siglo pasado para vivir con privacidad e intimidad está en peligro? ¿Cree realmente que el hombre del siglo XIX era más libre que el actual?
–No, pero no había posibilidades de dominar totalmente al hombre, y hoy, sin embargo, los medios para hacerlo están disponibles. Y son las dictaduras y Auschwitz las que generaron en el siglo pasado las dinámicas para que esta total dominación del hombre, de sus conceptos, informaciones, conductas y formas de pensar se haya hecho posible.
–En su obra Yo otro usted reflexiona con el protagonista que, después de sus sufrimientos como víctima, es incapaz de cualquier integración y adaptación. ¿Coincide con su protagonista?
–Sí, me niego a adaptarme e integrarme. Siempre, desde un principio, ha sido una de mis máximas aspiraciones mantenerme al margen de la sociedad húngara o, digamos, de la sociedad que me rodeaba en Hungría. Yo tenía que desarrollar una forma independiente de pensamiento para escribir las novelas que quería escribir. A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, con la dictadura también de valores, fueron muchos los intelectuales que se adaptaron y se generó una inmensa mentira en los círculos intelectuales, una autocensura en el escribir. Yo no podía participar en aquello.
–¿Cuándo se decidió a escribir y cómo piensa hoy su obra?
–Comencé con diecinueve años, como periodista en la prensa húngara en la que aún no se había impuesto la censura absoluta comunista, lo que acabó ocurriendo en 1948. Después escribí un poco de todo lo que podía, como guiones de radio y vodeviles. En casa se acumularon muchos otros escritos que quedaron sin publicar. Después comencé a escribir sobre mis experiencias en los campos en Sin destino, que llegaría a publicarse en 1975, pero que no tuvo ninguna repercusión, porque su existencia fue callada por la censura. Hoy pienso que mi obra es un compromiso conmigo mismo, con la memoria y con la humanidad. Mi judaísmo es muy problemático. No soy un judío creyente. Pero como judío me llevaron a Auschwitz y como judío estuve en los campos de exterminio, y como judío vivo ahora en una sociedad a la que no le gustan los judíos, con un gran antisemitismo. Siempre he tenido la sensación de que me obligaban a ser judío. Lo soy, y lo asumo, pero en gran parte es cierto que se debe a una imposición. Pero al tiempo siento que en la profundidad de grandes revelaciones, incluidas las que surgen de tragedias insuperables, siempre hay un momento de libertad, un momento que confiere un algo más, un enriquecimiento de nuestras vidas y que nos hace conscientes de la auténtica realidad de nuestra existencia y nuestra responsabilidad para con ella. Por eso, cuando reflexiono sobre los efectos traumáticos de Auschwitz, reflexiono paradójicamente más sobre el futuro que sobre el pasado.