Lun 28.01.2002

ESPECTáCULOS  › CLAUDIA PIRAN, MARIANA CARRIZO Y FRANCO LUCIANI, TRES JOVENES FIGURAS DEL FESTIVAL DE COSQUIN

La música folklórica del siglo XXI ya encontró un semillero

Los tres son representantes de una nueva camada de artistas que no responden a los cánones del llamado “folklore joven”. En los márgenes del festival que termina hoy con la actuación de Los Nocheros, ellos ayudan a construir el futuro del canto popular.

Por Karina Micheletto
Desde Cosquín
Para los músicos e intérpretes de folklore de todo el país, Cosquín representa la gran puerta que, tarde o temprano, hay que atravesar. Saben que si hay un lugar en donde lo que hacen puede trascender las líneas de puntos de sus provincias, es éste y ningún otro. Llegan de a cientos, con mayor o menor producción, mochilas cargadas de demos o combis pintadas con el nombre del grupo. Trajinan las afiebradas calles de las tardes coscoínas mostrando su trabajo, hacen largas colas en las peñas, golpean las puertas de bares y restaurantes buscando un lugar para hacer su música. Todos invierten recursos trabajosamente conseguidos y ahorrados durante el año. Pueden traer premios y reconocimientos de importantes festivales, pero eso no les ahorra el trabajo. Muchos tocan por la comida. Algunos no llegan a tener un lugar, y se largan a las calles a improvisar escenarios en esquinas y peatonales. Unos cuantos son realmente muy buenos. Entre ellos hay quienes –como la cantante Claudia Pirán, el armoniquista Franco Luciani y la coplera Mariana Carrizo– se destacan especialmente por la calidad de sus propuestas. Ellos son, de algún modo, el semillero de Cosquín, y del folklore en general.
Pirán es una sanjuanina de 29 años, dueña de una voz privilegiada. Acompañada por Alejandro Sánchez en guitarra, voz y dirección musical, Carlos Cruz en percusión y teclados, Tito Medina en bajo y percusión y María Fernández en flauta traversa, desgrana huaynos, chacareras, cuecas y zambas arreglados con precisión y sutileza. Su trabajo quedó plasmado en un disco de producción independiente, La mirada de mi alma. Llegó a los espectáculos callejeros de Cosquín en el 2000 y se alzó con el premio revelación. Entonces pisó por primera vez el escenario de la plaza, y estrenó la ropa hecha por su tía y celosamente guardada para la ocasión. En la edición pasada también estuvo allí, pero fuera del horario televisivo. Este año le llegó el turno de actuar en horario central, un momento que la cantante esperó largamente. Además, se presentó en la peña del Dúo Coplanacu, el reducto donde, desde varias temporadas atrás, circula la mejor nueva música de Cosquín. “La primera vez que llegué a Cosquín me subí con el guitarrista a la moto de una amiga y me dediqué a dar la vuelta a la plaza con una mochila llena de compacts. Lo vi en un café a Julio Paz (uno de los integrante del dúo), vencí la vergüenza y le di un disco. Al año siguiente lo llamé para ver si se acordaba de mí”, cuenta Pirán. “Cómo no me via’ acordar, changa, si siempre escucho tu compact en el auto”, le dijo Paz, y así se ganó un lugar en el que es aplaudida largamente cada vez que actúa.
Lo suyo es doble mérito, viniendo de una provincia, San Juan, que tradicionalmente contó con pocos representantes de proyección en la música folklórica. Pero Pirán sabe que Cosquín pasa y hay que seguir trabajando con los mismos recursos. “A qué caballo nos vamos a subir, si no hay ningún caballo”, resume. Venir a Cosquín le significó a Pirán y a sus compañeros un gran esfuerzo. “Para vivir aquí tenemos todo calculado, cuántos días vamos a comer fideos, cuantos días vamos a comer arroz, y cuántas bolsas de cada uno había que traer. Estar diez días en Cosquín es pasar una temporada fuera de tu casa, con todo lo que eso implica. Dejás a tu familia sola, dejás tu trabajo si lo tenés, y te volvés con menos plata de la que tenías cuando te fuiste”, explica. Para solventar los gastos de la estadía del grupo hicieron una vaca entre amigos, consiguieron pasajes de colectivo gratuitos y un pequeño aporte de la Secretaría de Cultura de San Juan. Además, hubo gente que llamó por teléfono a Cadena Vida, la radio más escuchada de su provincia, para ofrecer colaborar con “la polla” de la ciudad. Por eso, Pirán lamenta que Canal 26, el encargado de la transmisión de este año, no llegue a San Juan. El armoniquista Franco Luciani sorprende por sus dotes de ejecutante, en un instrumento poco escuchado como solista en el folklore. Es ganador del pre-Cosquín en la categoría solista instrumental, y el miércoles pasado dejó mella en el escenario con sus interpretaciones de “La añera” y “Juntando mistol”. Admira incondicionalmente a Hugo Díaz, de quien aprendió después de cruzarse con una armónica de casualidad y decidir probar cómo sonaba (es además estudiante de percusión y batería), Díaz era un tipo excepcional a nivel mundial, tanto que en la fábrica Höner de Alemania hay una foto gigante suya. Y era santiagueño, lo suyo eran chacareras, zambas, gatos, y un poco de tango y de jazz. Fue tan grande que tras su muerte se hizo difícil llenar ese vacío, y ahora hay que reflotar la armónica en el folklore”, dice Luciani. En eso está. Empezó acompañando a otros músicos, pero pronto sintió que su armónica necesitaba más espacio y decidió crear un grupo de música instrumental folklórica en el que funcione como instrumento principal. Así, el año pasado nació Franco Luciani y La Tropa. A los pocos meses se anotaron en el pre-Cosquín y lo ganaron. “Y bueno, dijimos, ya que vamos, nos quedamos.” Sus versiones de “La pomeña”, “Canción del jangadero” y “La bilingüe”, entre otras, que todas las noches presenta en la mítica confitería La Real, hacen descubrir virtudes insospechadas en una armónica. “Tratamos de arreglar de manera distinta algunos temas, pero no queremos salir de lo tradicional. Sabemos que para tocar folklore de proyección hay que pasar inevitablemente por las raíces”, explica.
Cuando Mariana Carrizo, caja en mano, sube al escenario su diminuta figura y hace brotar de su garganta una copla, hay un tiempo que se detiene. Sus bagualas pueden rezumar las tristezas más antiguas o pintar con picardía amores, desamores y entreveros. Lo suyo es andar los caminos en soledad, con sus coplas. “Voy de festival en festival y al principio caigo rara, sobre todo en un ambiente en el que la mayoría son hombres, pero una vez que conocen lo que hago siento que todos me respetan y me cuidan.” Claro que esto no siempre fue así: cuando se presentó en el Festival del Poncho en Catamarca, cantó la copla “Si la mar fuera de tinta y el cielo de papel doble, no se pudiera escribir lo falsos que son los hombres”, y recibió la desaprobación masculina. “Me silbaron los hombres como quince minutos, hasta que me empezó a dar miedo que me agarraran cuando bajaba. Tuve que hacerles una coplita contra las mujeres para que se calmaran”, recuerda.
Aunque siempre estuvo alrededor suyo, descubrió la baguala después de escuchar un casete de Leda Valladares: “Me entró la curiosidad y empecé a recorrer los pueblitos de ahí cerca para ver si era cierto lo que ella contaba. Resultó que sí, pero yo lo percibía de diferente manera porque soy de los Valles Calchaquíes”, relata. Pero en su casa no fue fácil hacer entender que lo suyo eran las coplas. “Mi papá quería que yo fuera monjita. Pedía mucho, pobre”, se ríe. Ahora trabaja en el famoso Tren de las Nubes, una o dos veces por semana cubre quince horas de viaje en un tren que sube a 4200 metros sobre el nivel del mar, haciendo sus coplas por los vagones y explicando de qué se trata la baguala. En uno de los festivales de los Valles Calchaquíes conoció al Chaqueño Palavecino, que la invitó a grabar con él en el disco Apenas cantor y a compartir escenario en los festivales. En otro festival conoció a los Coplanacu, y desde hace tres años viene a presentarse en la peña del dúo.
Carrizo sabe que, según los estudiosos, hay más de cuatrocientas formas de cantar la baguala. La suya está marcada por la figura de su abuela, que vivía en medio de lo Valles Calchaquíes, donde gente de los parajes más lejanos llegaba a intercambiar alimentos para la temporada y se reunía a cantar coplas que relataban los pormenores del viaje. “Trato de rescatar las cosas que tienen los viejitos. Una vez en Antofagasta canté con un viejito que le pedía permiso a la señora para coplear. Yo hice una coplapicaresca y me dijo bajito: “No me diga eso, señorita, que mi mujer se va a enojar”, cuenta divertida, y dice que lo que menos le gusta de su región es la dependencia de la mujer con el marido. “A mí me gusta la baguala porque en cuatro versos podés decir lo que dice una canción”, dice, y como ejemplo canta la copla que elige para definirse: “Esta cajita que toco tiene boca y sabe hablar, sólo le faltan los ojos pa’acompañarme a llorar”.

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