Mar 29.01.2002

ESPECTáCULOS

La vida de Marguerite Duras, en la piel de su fiel amiga Jeanne Moreau

La gran actriz francesa accedió a encarnar a la autora de “El amante”, en una película que hará hincapié en los últimos tramos de su vida.

Por Octavi Martí*
Desde París

Una industria del espectáculo, una cultura, no pueden basarse sólo en lo previsible, lo multitudinario, en el deseo colectivo. El buen cine, como la buena literatura, se alimenta también de las películas que no encuentran su público, de los libros que tardan en encontrar sus lectores. Marguerite Duras supo de eso. Durante años sus novelas tenían éxito de crítica y remitían a otras que antes sí habían interesado a mucha gente. Era la autora de la que se lamentaba que no volviera a escribir Un dique contra el Pacífico, Moderato Cantabile o El marinero de Gibraltar, hasta que en 1984 llegó El amante y el equívoco de ser una autora popular o, mejor dicho, un personaje. El film homónimo de Jean Jaques Annaud multiplicó por cien su popularidad previa.
Jeanne Moreau, amiga de Duras, intérprete de alguna de sus películas -de las dirigidas por la propia Duras o de las adaptadas por Peter Brook, Tony Richardson o Alain Resnais–, de varias de sus obras teatrales, es ahora Marguerite Duras en Cet amour-là (Ese amor), un film firmado por Josée Dayan, una mujer cuyo prestigio como profesional de la imagen no era, a priori, el más adecuado para encargarle el transformar en película esta adaptación de un texto de Yann Andrea, admirador y compañero de la escritora durante 16 años. En efecto, Dayan, al convertir en telefilmes la vida de Balzac o textos como Los miserables o El conde de Montecristo, sólo había demostrado ser capaz de asumir desafíos de producción, talento para mover masas de figurantes. Era el “elefante en el bazar” y esa idea se fue consolidando cuando pasaba el tiempo y Cet amour-là, rodada en 2000, seguía sin estrenarse. Moreau confió en Josée Dayan “porque ella me insufló la energía que últimamente me faltaba, porque es una mujer que sabe leer”. El encuentro entre las dos se produjo en uno de esos telefilmes que Dayan maneja como un bulldozer y luego tuvo continuidad cuando las dos mujeres codirigieron una ópera. En el caso del film, el resultado es sorprendente, sobre todo cuando la obra escapa a lo estrictamente biográfico, a la obligación de tener que mostrar el alcoholismo, el éxito o la muerte. Sus mejores momentos son una receta de sopa de puerros, los pequeños comentarios sobre las transformaciones que sufre la vida cuando se convierte en literatura o las broncas entre Yann Andrea (“eres menos que nada”, le dice ella) y Duras (“puta de la costa normanda”, le llama él).
Yan Andrea es el actor Aymeric Demarigny, que irrumpe en la película como una figura romántica, un tipo que lleva cinco años escribiéndole a Marguerite, analizando sus textos, confesando su devoción, sin conseguir ser recibido. “No me ama a mí sino lo que escribo”, le dice ella. Los cuarenta años de distancia que separan a la autora de su admirador se desvanecen a ratos, pero luego vuelven a crecer, como un muro infranqueable en el que se escuda una mujer tacaña y alcoholizada. Y es que la escritora aparece como una persona cualquiera, insoportable a ratos, trivial a veces, aunque siempre poseída por ese extraño don de la palabra y el relato, por esa misteriosa necesidad de transformar la experiencia en palabras, por tejer y destejer de manera infatigable la historia de una infancia marcada, una infancia que sigue viviendo siempre en ella, a la que no quiere renunciar. Moreau sabe ser niña, como lo sabía ser Duras, cambiar el gesto y la voz, hacer existir de nuevo esa Indochina en la que descubrió el drama y la sensualidad, en la que su madre se agotó luchando por ponerle barreras al mar.
Moreau es Duras sin dejar de ser Moreau. Va vestida como la escritora, con sus chalecos o anteojos, pero sin recurrir a ningún otro tipo de elemento que facilite la identificación física con una figura que todos los franceses reconocen porque la habían visto centenares de veces en la pequeña pantalla. Los anteojos y el chaleco son suficientes. Demarigny, como Andre, es un debutante, un actor recién salido delconservatorio que acepta el reto de plantar cara a Moreau y a esa Duras que nunca le permitió apearse de un respetuoso y distanciador tratamiento ‘de usted’.
El mejor elogio que puede hacerse de Cet amour-là es reconocer que Moreau, Demarigny y Dayan logran resucitar los 16 años de vida común entre Duras y Andrea, hacernos ver La vida material, El mal de la muerte o el texto que da título al film. Claro que entre Moreau y Duras había algo más que amistad, que entre la actriz y los personajes que interpreta existe una corriente profunda de empatía, algo que ella, la gran Jeanne, resume con el estupor de una falsa inocencia: “Cuando pienso en ello me doy cuenta de que existe una afinidad entre yo y todos los personajes que cuentan en mi filmografía, incluida esa loca de Fiebre, de Jacques Demy, o esa mujer perdida del Querelle de Fassbinder”.

* De El País de Madrid, especial para Página/12.

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