ESPECTáCULOS
Imaginen a Sade viviendo en la Argentina de los ’80
Los dramaturgos Rubens Correa y Javier Margulis explican por qué estrenan esta noche “La clase del Marqués de Sade”, una pieza que une dos obras del dramaturgo Carlos Somigliana, que murió hace hoy exactamente quince años.
Por Cecilia Hopkins
Hoy se cumplen 15 años de la muerte del dramaturgo Carlos Somigliana y el Teatro del Pueblo le brindará un homenaje bien de teatro: estrenará La clase del Marqués de Sade, dirigida por Rubens Correa y Javier Margulis. Un texto escrito por Roberto Cossa enlaza en el espectáculo dos piezas breves escritas por Somigliana con cuatro años de diferencia. La primera, El Mundo Nuevo, fue estrenada en 1980 durante el mítico primer ciclo de Teatro Abierto. La segunda, La democracia en el tocador, escrita en 1984, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, nunca fue puesta en escena. De carácter abiertamente farsesco, las dos piezas tienen como personaje protagónico al francés Donatien Alphonse François, más conocido con el apodo de Marqués de Sade. La clave de las obras es que el dramaturgo planteó la acción bajo la premisa ficcional de que el Marqués más famoso del mundo vivía en la Argentina de los años ‘80. Somigliana fue uno de los dramaturgos más importantes de la llamada “generación realista” de la década del ‘60, en que descollaban también Tito Cossa, Osvaldo Dragún y Carlos Gorostiza. Entre sus obras se destacan Amarillo, La bolsa de agua caliente, De la navegación y El ex alumno. “Nuestra obligación como intelectuales es ser la memoria colectiva”, había afirmado Somigliana años antes de morir.
Somigliana imaginó que el personaje, luego de escapar del manicomio parisino de Charenton (donde en verdad fue recluido a principios del siglo XIX), se instala en “una imaginaria capital sudamericana” durante un gobierno de facto del siglo XX. Para el público del Teatro Abierto y los años siguientes estaba claro que ese lugar era Buenos Aires en tiempos de la dictadura militar. Luego de codearse y alternar con todos los representantes del poder y frente a la hipocresía reinante, Donatien se da cuenta de que tiene mucho que aprender de esa gente que, a diferencia de él, no llama a las cosas por su nombre. “Abomine usted de los mandamientos de Dios, si quiere –lo amonesta un ministro– pero vaya a misa todos los domingos..., extermine a los pobres, pero diga que lo hace en nombre del bienestar futuro.” Una vez llegada la democracia, el Marqués sobrevive haciendo “demostraciones teóricas y prácticas de los goces de la libertad”. Aunque en realidad, como describe Margulis en la entrevista con Página/12, “es un corrupto total que se quedó solo y empobrecido después de la dictadura porque, según dice, una cosa era sobornar a uno o a dos y otra cosa es sobornar a cien”.
Los directores, que han trabajado en colaboración en muchos montajes (Rojos, globos rojos, Violeta viene a nacer, Los siete locos y Once Corazones, entre otros) comparten también la extraña sensación de formar parte de un organismo nacional (Margulis es director de Fomento y Correa, director general del Instituto Nacional del Teatro) dependiente de una Secretaría de Cultura, que sigue acéfala a cuarenta días de la renuncia de Fernando de la Rúa. Mientras desde el Instituto dan curso a los asuntos que ya habían sido acordados antes de lo sucedido y en tanto esperan que se defina su situación, ambos aceptaron encarar esta puesta en escena. Para Correa es el primer trabajo de dirección desde que asumió su cargo. Margulis, en cambio, estrenó en ese lapso El experimento Damanthal y participó en Teatro X la Identidad.
–Al leer la obra, da la sensación de que se trata de un comic, a pesar de los temas que toca. ¿Cuál es su punto de vista?
Margulis: La obra tiene la forma de un vodevil, con todos los lugares comunes del género, pero habla de la corrupción y la hipocresía generalizadas. Como Somigliana trabajaba en el Poder Judicial como oficial primero –incluso colaboró con el fiscal Strassera en el juicio a la Junta Militar– siempre estuvo muy al tanto de los casos de corrupción de Estado. Correa: La segunda obra la escribió cuando apenas empezaba la democracia pero él ya se vio venir que la democracia iba a consistir en el ajuste. Es una obra que ahora parece mucho más actual que en esa época. De la figura del Marqués toma al sadismo como rasgo más obvio, pero finalmente la obra demuestra que todas las perversiones que él pudo haber cometido en su vida no son nada al lado del sadismo de los demás.
Margulis: El otro día, el FMI pidió perdón por lo que está pasando en la Argentina: al lado de esa actitud, cualquier perversión queda chica...
Correa: Es una obra con mucho humor. Es cruel y a la vez hace reír, deja superar la angustia. Nosotros nos pusimos a hacerla casi por una cuestión terapéutica, en especial pensando en la clase media, la gran golpeada en este momento, que es la que va al teatro y cree en el teatro.
Margulis: El objetivo fundamental es que la gente se divierta, frente a todo lo que está viviendo. El texto es muy explícito y es cierto que al lado de la realidad de hoy, la obra es ingenua...
–Será que lo humorístico no es lo de ustedes...
Correa: Aunque éste es un vodevil con ideas, puede ser que tengamos más tendencia hacia el drama. Aunque yo soy un optimista por convicción, por vocación, siento que la violencia en este momento es tremenda. La crisis de valores que estamos viviendo está expuesta de una manera muy descarnada. Ya no existen lugares de seguridad donde apoyarse en un país en donde los bancos, en vez de cuidar la plata, la roban.
Margulis: Yo, en cambio no soy optimista o más bien, como ya dijo alguien, soy un optimista bien informado. Igual creo que las cosas van a cambiar pero después de algo muy costoso, muy terrible, algo que es todavía peor de lo que está pasando.
Correa: Sin embargo, todo lo que ocurre está generando defensas. Se está produciendo un fenómeno de conciencia colectiva muy positivo a nivel social. Venimos de un culto a la figura del pícaro, capaz de pasar por encima de las reglas. Ahora, hay cambio: la gente está reclamando ética. Pero va a ser un proceso largo, porque la sociedad no tiene dirigentes ni referentes y necesita encontrar en quien creer.
Margulis: El sábado de la semana pasada los vecinos de Villa Crespo descolgaron los teléfonos y así colapsó la central telefónica. Eso no lo informó nadie. Es fantástica la iniciativa de la gente, con los cacerolazos y las asambleas barriales. Son hechos que dan cuenta de que la mayoría no es otra cosa que la suma de un montón de minorías.
Correa: Me parece que ahora esta empezándose a hablar de ideas. Es cierto que los políticos no van a purificarse de golpe y esta crisis de dirigencia también tiene que ver con la generación asesinada durante la dictadura: entre los 30.000 desaparecidos pudieron haber estado los grandes dirigentes de este país.