ESPECTáCULOS
› PAGINA/12 EN UN RODAJE DE THEO ANGELOPOULOS
Sólo se suspende... por buen tiempo
El director de “La mirada de Ulises” y “Megalexandros” está filmando al norte de Grecia “El prado de las lágrimas”. Esta es una crónica de una visita a la locación.
› Por Luciano Monteagudo
Página/12
en Grecia
Desde Tesalónica
La propuesta suponía asistir a un día de rodaje de la nueva película de Theo Angelopoulos, el director que con films como Megalexandros (1980) y La mirada de Ulises (1995) se convirtió en el más importante cineasta griego y en uno de los más reconocidos de toda Europa. Pero ya la noche anterior, en la oficina de prensa del Festival de Tesalónica, se informó que la visita guiada al set de El prado de las lágrimas –cuyo estreno está previsto para la próxima edición del Festival de Cannes, en mayo del año próximo– seguía en pie, pero que el rodaje se había suspendido... por buen tiempo.
Es ya famosa la predilección del director de La eternidad y un día (la película que en 1998 le valió precisamente la Palma de Oro de Cannes) por esa luz densa y grisácea que provee la bruma casi permanente que cubre el norte de su país, allí donde Grecia comienza a formar parte de los Balcanes. De hecho, uno de sus películas más celebradas, lamentablemente nunca estrenada en la Argentina, se titula Paisaje en la niebla (1988). Pero desde el comienzo mismo del festival, que termina hoy domingo, estuvo soplando el “Vardaris”, un potente viento frío y seco que baja de las montañas –como si los dioses del Monte Olimpo se pusieran a exhalar todos juntos– y que empujó a la espesa bruma mar adentro, haciendo brillar el sol de manera inusual sobre la superficie mansa del Egeo.
Nada peor para Angelopoulos, que necesita trabajar sobre una paleta de grises y que la semana anterior, a su vez, ya había sufrido otra suspensión del rodaje, a causa de una lluvia torrencial. Aun así, parecía estar de buen humor cuando recibió al nutrido grupo de periodistas que bajaron del ómnibus, como turistas accidentales, y que dificultosamente se fueron abriendo paso por el barro que inundaba las calles de un pueblo construido enteramente para la película, sobre uno de los muelles del puerto de Tesalónica, no muy lejos del centro logístico del festival.
La primera impresión del set es realmente impresionante. Cuadras enteras de barracas y tristes casas de madera se amontonan unas junto a otras y se van perdiendo en perspectiva hacia un viejo silo abandonado, que es lo único que se ha aprovechado de la zona y que no se construyó expresamente para la película. “Son casi 10.000 metros cuadrados de escenografía”, confirma una asistente del director, que calcula que necesitarán entre 300 y 500 extras para darle vida a ese pueblo fantasma, que simulará un asentamiento de refugiados. “El problema es que tienen que ser muy flacos, porque en esa época se sufría el hambre, y hoy no es fácil encontrar en Grecia gente como la que necesitamos”, se lamenta, no sin cierto orgullo.
La época a la que se alude es principios de 1900. “El prado de las lágrimas será la primera película de una trilogía que abarcará todo el siglo XX y los comienzos del siglo XXI”, se entusiasma a su vez Angelopoulos, en la improvisada conferencia de prensa que tiene lugar en la taberna del pueblo, hecha de cartón-piedra y con la pintura aún fresca. Los grandes procesos históricos siempre fueron la preocupación central de la obra del director y su nuevo proyecto no parece ser la excepción, en la línea quizá de Megalexandros, en la que se podía seguir todo el devenir de las experiencias revolucionarias del siglo XX a través de la parábola de un bandido libertario que se calzaba las ropas del mito. “La trilogía seguirá el destino del helenismo a través de la historia de un hombre y una mujer que se conocen siendo niños, en 1919, cuando el millón y medio de griegos que habitaban en la zona del mar Negro tuvieron que abandonar el puerto de Odessa, con la entrada del Ejército Rojo”, informa Angelopoulos. “Esta pareja se irá encontrando y desencontrando a lo largo del tiempo y del espacio, en los distintos caminos del exilio que siguió el pueblo griego en los últimos cien años. Pero no será un film histórico en sí mismo; no quiero hacer un catálogo de acontecimientos sino, en todo caso, una historia de las ideas y de cómo un amor es capaz de sobreponerse a los tiempos más difíciles.”
Nacido en el seno de una familia de clase media de Atenas, en 1935, Angelopoulos vivió su primera infancia bajo la dictadura de Metaxas, luego sufrió la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, la guerra civil de 1944-1949 y la tristemente célebre “dictadura de los coroneles”, a fines de los años ‘60. Las cicatrices, en todo caso, parecen haber quedado en su cine, que ya desde su primer largo, Reconstrucción de un crimen (1970), donde asomaba la sombra trágica de Agamenón, aprendió a prescindir de las palabras para eludir el largo brazo de la censura. Son célebres sus largos planos-secuencia sin diálogos, donde todo el discurso queda a cargo de la imagen. “En la tormenta de las palabras muchas veces se pierde el sentido”, dice el director, que tiene pensado volver a utilizar los grandes movimientos de masas en su nueva película.
“Ya lo estuve haciendo, en las primeras escenas, que filmé en un lago al norte de Grecia, donde simulé una inundación”, se jacta Angelopoulos. “Cuando bajaron las aguas del lago, construimos un pueblo y cuando subieron filmamos a toda la gente evacuando sus casas en bote.” A pesar de que cuenta con apoyos y capitales de toda Europa –se estima que, en su totalidad, la trilogía utilizará un presupuesto de 40 millones de dólares–, Angelopoulos tiene la libertad de saberse su propio productor, lo que le permite manejar los tiempos a su voluntad y esperar (como lo hace ahora) que las fuerzas de la naturaleza jueguen a su favor. “Esto jamás lo podría hacer si tuviera detrás a una empresa productora de Hollywood”, se ríe. A su alrededor, sin embargo, algunos colaboradores piensan que las diez semanas de rodaje que faltan todavía son muchas para cumplir con la fecha de estreno prevista, aunque Angelopoulos tiene a su favor que va editando sus películas al mismo tiempo que las filma, en parte porque utiliza esos prolongados planos sin cortes que son su marca registrada.
La ambición del proyecto es tal que todavía no se sabe, por ejemplo, qué actores interpretarán a la pareja en la segunda parte de la trilogía, aunque Angelopoulos se anima a deslizar que piensa “en Michelle Pfeiffer y Elias Koteas”, para cuando a fines del 2003 se mude con sus cámaras de Grecia y Uzbekistán a Nueva York y a Toronto. Las fronteras, se sabe, son otra de las obsesiones del director griego. Y sigue empeñado en derribarlas. “Están las fronteras geográficas, como las que dividen ahora absurdamente a los Balcanes, pero también están las fronteras simbólicas. Hay fronteras o límites para la existencia, para el amor, para la comunicación... Y, para mí, ir más allá de las fronteras significa también desafiar a la muerte, a los márgenes que fija el tiempo.”
Contra esos márgenes, cada vez más ajustados, lucha también todo un ejército de carpinteros y decoradores, que siguen dándole los últimos retoques a la monumental escenografía. “Este pueblo también será derribado durante la película, porque la historia del siglo XX es una historia de destrucciones”, explica Angelopoulos, con cierto tono docente. “Si es que antes no lo destruimos nosotros”, comenta irónicamente, en voz baja, como un alumno travieso, uno de los periodistas, advirtiendo el peligro que significa que la mayoría esté fumando en un lugar que no parece el más indicado para hacerlo. Nada grave sucede, sin embargo. Apenas un resbalón en el barro de un cronista francés, durante la confusa retirada, antes de abandonar el sol que tanto preocupa a Angelopoulos por la noche eterna de las salas de cine, donde el festival continúa su marcha, proyectando su propia luz.