Jue 31.01.2002

ESPECTáCULOS

“En la hecatombe argentina hay que ser obsesivo, crítico, cuestionador”

El actor y director Omar Chabán está presentando en Cemento la obra de teatro “Clásico amoral”, con entrada libre y gratuita. La semana pasada la función se hizo con los espectadores desnudos.

› Por Silvina Friera

El placer de concretar sus intuiciones primarias, avanzando siempre contra la corriente, transformó a Omar Chabán en el artífice de espacios de vanguardia y experimentación como el café Einstein o Cemento, templo under del rock nacional que vio nacer y crecer a grupos teatrales como la Organización Negra y, posteriormente, De la Guarda. La paradoja de este personaje es que muy pocos advierten que, detrás de la máscara de pequeño empresario, hay un actor y director de teatro que cultiva y reivindica el underground. Un artista que estudió danza, clown, escenografía y pintura, capaz de improvisar una escena del Rey Lear en base a gemidos guturales y provocar sin límites al público como lo hizo en El bulbo jopo show (junto a Vivi Tellas, Sergio Einsenstein y Katja Alemann) o El cataplasma show, que se ofrecían en el Einstein. “Nosotros, los del teatro, tenemos un secreto y ellos no lo saben. En este mundo paralelo, en donde no tenemos conjunción con el poder, hay secretos que están aislados y que el poder nunca podrá penetrar”, afirma Chabán repitiendo un fragmento del monólogo que interpreta en Clásico amoral, todos los miércoles a las 22 en Cemento, con entrada libre y gratuita.
“Tenemos que crear más enigmas. El teatro independiente fue un lugar misterioso, donde el mundo de la cultura oficial no se metía, porque sus genios no entendían cómo se generaba. Ahora nos quieren echar a todos y transformar a la Argentina en una isla. Me parece que vamos a necesitar de esos secretos para resistir”, afirma Chabán en la entrevista con Página/12. Para Chabán los medios articularon paranoias en lugar de informar y trataron de sostener discursos, respecto de temas como la inseguridad o la droga, que la realidad demolió. “Dicen que en otros lugares pasa lo mismo, porque estamos a la vanguardia del delirio”, ironiza.
Clásico amoral, un cabaret brechtiano que mezcla géneros como el vodevil y el music hall, surgió de la mano de cierta onda melancólica provocada por los recuerdos de la exitosa El bulbo jopo show. Los sketches se fueron ensamblando, según comenta su creador, como en el reciclaje de una casa. “El varieté y el cabaret son géneros más fáciles para relacionarse con la gente, no son tan duros como el teatro con cuarta pared”, precisa el hombre que cultiva con perseverancia su excentricidad, supervisa meticulosamente su vestuario y piensa en cómo posar para el fotógrafo como si se tratase de una obra de arte o su próxima puesta en escena. Chabán comparte la experiencia con un elenco de jóvenes actores integrado entre otros por Vanesa Gemelli, Pedro Petrone, Diego Félix, Julieta Gatas, Anita Juárez, Mariano Baez, Daiana Rose, Mirna Morelli y Alex Aleksiejczk, con los cuales realizó la semana pasada una función para público nudista.
–¿Se puede ser siempre transgresor?
–Cuando reiterás algo durante mucho tiempo, resulta complejo sostener ese concepto. Si hoy parece transgresor un programa de chismes, transgresor es cualquier cosa. Donde hay conmoción de lo real no hay transgresión. Aunque al principio me parecía que el varieté estaba pasado de moda, hice una convocatoria de actores y empezamos a trabajar. Ese pensamiento melancólico, que se asimilaba a la repetición de algo hecho en otra época, en este contexto de hecatombe, se transformó en un empalme metafórico. Hay que volverse obsesivo, crítico y cuestionador.
–Los actores del underground, ¿son siempre una misma especie?
–El actor underground de los 70 era esotérico, estaba encerrado y manejaba signos crípticos. En los 90, el actor avanzó tanto que ya no existen límites entre el público y el espectador. El acto teatral implica la decisión de riesgo. Lo real se volvió teatral porque el riesgo está avanzado. Venimos de la moda en la que los políticos eran actores.
–¿De dónde salió el nombre del espectáculo?
–El nombre del espectáculo es un juego punzante de palabras. Lo clásico de alguna manera simboliza lo moral. Sin embargo, lo clásico siempre tiene alguna fuga extraña, por más que sea una estructura cerrada. En ese sentido, amoral es como un sarcasmo sobre lo clásico.
–¿Cómo fue la experiencia de una función nudista?
–En los camarines jodíamos con que nos vemos siempre en bolas. Entonces se me ocurrió hacer una función para público nudista. Todos me decían que no iba a funcionar. Había 120 personas. Le dije al público que podía enfrentarse a sus propios límites y les comenté cómo había cambiado la relación del espectador con los actores, enmarcado dentro de una lógica de sacralidad y de respeto. Nos parecía que era bueno poder hacerlo y sobrepasar el límite de cómo se entiende el teatro. Además, la propuesta ataca a la lógica fascista del cuerpo bello y joven. Hubo un periodista de un medio gráfico que no pudo entrar porque el público quería que ingresara sin ropa. El chiste era que nosotros estábamos vestidos y el público desnudo. Después de mi monólogo final pedí música. Fue excepcional ver a más de 100 personas bailando desnudas durante 15 minutos. El público fue el que rompió el límite e impuso sus propias reglas.
–¿Por qué la gente reaccionó de esa manera?
–Lo obsceno y lo primitivo tuvo mucho que ver en este rito. No había ningún cuerpo idealizado, ninguna luz que lo mejorara. Al estar desnudo también estás en juego de simulación. Esto sucedió en un contexto argentino en donde el cuerpo crudo, el cuerpo social, está en las calles, reclamando justicia. Nunca había vivido una experiencia así, fue sublime.
–¿Piensa repetir la función para nudistas?
–La función nudista es sólo una vez por mes. En un rito tan fascista y reacciario como el teatro, la mirada tiene que ser unívoca. Si el espectador no respeta la convención de que no se debe meter en la escena, el teatro no existiría.

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