Sáb 07.12.2002

ESPECTáCULOS  › PAGINA/12 PRESENTA DESDE MAÑANA DOS DISCOS DE OSCAR ALEMAN

Un grande de la música mundial

Era chaqueño y se hizo famoso tocando en París para Josephine Baker. Duke Ellington lo quiso para su orquesta y ella se las arregló para frustrarle el trabajo. Grabó muy poco, pero es un mito en Europa y en los cenáculos del jazz estadounidense.

› Por Diego Fischerman

En los primeros años del siglo XX, el desarrollo del jazz y el tango, en Buenos Aires, no sólo fueron juntos sino que, en muchos casos, quienes hacían una y otra música eran los mismos. Que alguien tan identificado con el tango en su definición más cerril, como Juan D’Arienzo, también haya hecho jazz con sus primeras orquestas es una prueba, en todo caso, de que ambos géneros estaban todavía mucho más ligados con las reglas de ciertos usos sociales como el baile, que a la circulación del concierto, que tanto para uno como para el otro serían preferenciales a partir de los ‘40. En ese contexto aparece un músico como Oscar Alemán, en el que la genialidad, el swing, la inmensa originalidad de su fraseo y su manera de combinar el acompañamiento rítmico con el diseño de veloces melodías en la voz superior aparecen casi por generación espontánea o, en todo caso, sin que él mismo supiera por qué.
Es que a diferencia de otros músicos, además, el talento de Alemán estuvo lejos de desarrollarse en un medio afín. El jazz, en realidad, le llegó en Europa y por una vía nada ortodoxa. Alemán ya era una modesta celebridad en España, adonde había llegado con Harry Fleming, un bailarín de tap que lo había contratado en la Argentina. Su nombre llegó a oídos de Josephine Baker, una mujer dedicada a venderles a los franceses la idea de que esa música –la que ella hacía, que estaba lejos de ser representativa de los movimientos que ya empezaban a gestarse en el jazz a través de los estilos de Louis Armstrong, Earl Hines, Fats Waller, Fletcher Henderson o Ellington– era una especie de ritual salvaje y liberador de almas (y cuerpos). Algunos, erróneamente, aseguraron más adelante que el estilo de Alemán estaba influido por el de Django Reinhardt.
Más allá de que pocas cosas enfurecían más al argentino que la mención a esta supuesta influencia, lo cierto es que sus estilos se desenvolvieron casi paralelamente. Y ese muchacho que había empezado haciendo cualquier cosa en Brasil, y que había aprendido que, para vivir de la música había que ser, además, divertido, tocaba jazz. Aun cuando hiciera cosas extraídas de los repertorios más populares y alejados del jazz, aun cuando tocara con grupos de mala muerte, su forma de articular, de acentuar y, sobre todo, de manejar con naturalidad eso que, a falta de otra palabra más explícita sigue llamándose swing, hicieron de él un músico de jazz de singular importancia. Que esa importancia sea más percibida en países como Francia, donde Alemán es una especie de héroe y se han editado la mayoría de las colecciones con sus pocas grabaciones rescatadas, que en la Argentina, es la simple repetición de otros menosprecios y otros olvidos. En vida, después de su regreso definitivo al país, en los ‘40, pasó por períodos intermitentes de ostracismo. Cada tanto alguien reparaba en que no se había muerto, en que en Europa había sido una estrella y en que Duke Ellington había querido contratarlo, entonces lo llamaban para algún show. Después de muerto, las cosas no fueron mejores. Pocas ediciones discográficas –y desordenadas– contribuyeron a que su nombre, como el de otros, fuera más conocido que su música.
La presentación que realizará Página/12, mañana y el domingo 15, de dos CDs con registros de Oscar Alemán, se suma a los editados hace poco por el sello Acqua para permitir un panorama de uno de los músicos más talentosos nacidos en la Argentina. Oriundo del Chaco y emigrado de niño a Brasil, donde acompañó a su padre y hermanos a buscar trabajo para mandarle dinero a la madre, allí aprendió al mismo tiempo a hacer música y a defenderse sólo en un medio hostil. La madre murió pronto, el padre no resistió el dolor y se suicidó tirándose en un puente desde un tranvía y a sus hermanos no volvió a verlos. Oscar Alemán abría puertas de autos, ahorraba plata para un cavaquinho (su primer instrumento) y, mientras tanto, conocía a quien fue, además de su primer empleador musical, su maestro,socio y mentor. En 1924 Gastón Bueno Lobo formó con él el dúo Les Loupes. Y poco después, el grupo se amplió con la inclusión de otro intérprete genial, el violinista Elvino Vardaro, y pasó a llamarse Trío Víctor. El trío terminó con otro terrible golpe para Alemán: el suicidio de Bueno Lobo en Río de Janeiro.
El capítulo con Fleming y luego con Josephine Baker fue, tal vez, el menos conflictivo para el guitarrista. Durante esos años Alemán estuvo tranquilo, con trabajo fijo y reconocido como showman. A pesar de que siempre mantuvo una especie de cordial enojo con Baker por no haberlo dejado irse con Ellington y de que, como reconocería ya viejo, haberse ido a Nueva York le hubiera granjeado no sólo un mejor entorno musical sino, también, una mejor paga, París (o por lo menos cierto público culto de esa ciudad) lo admiró, incluso, por encima de Baker. La famosa frase con que Alemán narraba el incidente Ellington es, eventualmente, además de un relato cabal de lo que sucedió, una prueba de cómo el guitarrista se veía a sí mismo y sus talentos: “Tengo seis trajes de escena y puedo ponerme cualquiera, pero no encuentro de la noche a la mañana un tipo que cante en español, en portugués y en italiano, que baile, que sea negro, que toque guitarra, cavaquinho, pandeiro, contrabajo, batería y que, además, sea buena persona”, decía Alemán que había dicho Baker cuando Ellington le preguntó, amablemente, si le permitía contratar a su guitarrista.
Los registros discográficos originales de Alemán son pocos. Grabó en los ‘30 con la orquesta de Freddy Taylor, con Danny Polo and his Swing Stara y con la mediocre cantante Lina D’Acosta. Tocó con el notable Quinteto de Swing, junto al violinista Hernán Oliva (con quien se peleó más adelante). Del período con Danny Polo, la Orquesta de Bill Coleman y el Quinteto de Swing son las grabaciones incluidas en un disco francés titulado L’Eclectique génie de la guitarre. El primer CD que entrega Página/12 abarca una selección extrañamente homogénea de registros de entre 1938 y 1950 (exceptuando el período de 1947 a 1950, en el que no grabó). Allí sobresalen, entre muchas piezas de gran valor, las versiones de “Bajo el cielo de París” y “Sweet Georgia Brown”. El disco siguiente tiene como título Con ritmos de Brasil y no hay allí nada que remita a la bossa-nova ni a lo que el imaginario colectivo aprendió a identificar con ese país en los últimos años, sino ese repertorio emparentado más bien con el vaudeville, con las radios de los años ‘30 y con los cabarets en los que Alemán aprendió a tocar. El pasado 14 de octubre se cumplieron 22 años de su muerte. La cirrosis, casi una enfermedad laboral de los músicos populares que empezaron sus carreras en la primera mitad del siglo XX, lo mató a los 71 años. Sus grabaciones, afortunadamente, lo salvan del olvido.

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