Jue 19.12.2002

ESPECTáCULOS  › “FUERA DE CONTROL”, UN INTENTO EN EE. UU. DEL INGLÉS ROGER MICHELL

El choque que el seguro no cubría

Samuel Jackson y Ben Affleck encarnan a dos personajes condenados a un cambio de vida ejemplar, en una trama de tintas recargadas.

› Por Horacio Bernades

Drama trascendental, thriller existencial o película espiritualista de acción. Llámesela como se quiera, Fuera de control es antes que nada una película de guionista, en la que éste intenta encajar a la fuerza tremendos dilemas éticos en un formato de entretenimiento. Como suele ocurrir, el resultado es una película terriblemente solemne para entretener a nadie y espantosamente ingenua para sus altas pretensiones de seriedad. Por una perversa paradoja típica de Hollywood, los productores importaron al británico Roger Michell por haber logrado una comedia tan exitosa como Un lugar llamado Notting Hill, pero pusieron en sus manos un guión que se le parece tanto como el agua al aceite.
Maniquea desde la propia premisa estructural, Fuera de control enfrenta a un representante de la cumbre con otro del llano, para que del choque entre ambos surjan ciertas conclusiones sociales y morales. El choque es literal: lanzado en velocidad por una autopista en las afueras de Nueva York, el auto de Gavin Banek (Ben Affleck) roza al de Doyle Gipson (Samuel L. Jackson) y éste termina incrustado contra un guardarrail. Representantes de dos universos que parecerían diseñados para no encontrarse jamás, Banek y Gipson sólo pueden llegar a cruzarse por un accidente. Joven y prometedor abogado casado con la hija de su encumbrado jefe, Banek trabaja en uno de esos estudios jurídicos especializados en defender sólo a los poderosos de Wall Street, mientras que el morocho Gipson trata de reordenar una vida que se le va por la alcantarilla.
Separado y con serios problemas de alcoholismo, Gipson acaba de comprar un departamento en el que espera dar techo a sus hijos, último recurso para quedarse con su custodia. Por culpa del accidente terminará llegando tarde a la audiencia, y el juez dictamina que los chicos se queden con la madre. Cuando se produce el accidente Banek va también rumbo a los tribunales, pero para defender a los miembros de su estudio de una acusación de malversación de fondos y de la fe pública. Tiene todas las pruebas para hacerlo, menos una: la carpeta conteniendo un poder, que en medio del nerviosismo del accidente (del cual Banek fugó, en lo que la película pinta como grave transgresión moral) fue a parar a manos de Gipson. Sin esa carpeta, Banek va a caer en picada desde lo más alto, y Gipson, furioso, se relame para ser él quien lo empuje.
Apelando hasta el hartazgo al montaje paralelo para dejar bien clara la fatal interrelación entre lo alto y lo bajo, Fuera de control machaca cada uno de sus temas con la sutileza de un camión que aplasta liebres a toda velocidad. La oposición entre el buen y el mal camino, las ideas de pecado y punición, la posibilidad de redención y la intervención de un azar que no puede considerarse menos que divino, son temas que ya estaban bien presentes en guiones anteriores de Michael Tolkin, quien pasó súbitamente de la oscuridad a la luz (para utilizar una analogía muy afín a su pensamiento) gracias a su trabajo en Las reglas del juego, de Robert Altman. Si todo ese batiburrillo místico–trascendental aparecía allí diluido por el típico cinismo altmaniano, aquí aparece tan en crudo como en Extasis y New Age (que Tolkin dirigió años atrás), aunque en esta ocasión firme el guión junto con el debutante Chap Taylor. La toma de conciencia y rebelión de Banek contra un destino de lujos y placeres son puestas literalmente en diálogo, mientras Gipson es salvado de caer en la perdición gracias a la intervención de un ex alcohólico ángel guardián, introducido por William Hurt. Tanta obviedad dramática y vulgata pseudo religiosa alcanzan su apoteosis en una secuencia en la que Banek va a confesarse a la iglesia, al mismo tiempo que Gipson libra una discusión con su ex esposa y detrás asoma un cromo de Cristo. Todo termina en un taxi de cuyo espejito retrovisor cuelga tremendo crucifijo, a modo de literal deus ex machina.

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