ESPECTáCULOS
› PHILIP NOYCE Y SU VERSION DE “EL AMERICANO IMPASIBLE”
La gran revancha de Graham Greene
La nueva adaptación de la célebre novela del autor británico le devuelve su sentido original, al señalar hasta qué punto la intervención estadounidense en el sudeste asiático precipitó la guerra de Vietnam.
› Por Luciano Monteagudo
Aunque más no fuera por la complejidad moral de su trama, la enorme riqueza de sus personajes, la transparencia de su prosa y la verdad e inmediatez con que describe la vida en Saigón a comienzos de los años ‘50, El americano impasible ya sería una de las grandes novelas de Graham Greene, sin duda un texto esencial en la prolífica obra del autor británico, tantas veces vampirizada por el cine. Pero sucede que, además, The Quiet American fue una novela visionaria, que ya en el momento de su publicación, en 1955, cuando apenas había pasado un año de la derrota del ejército colonialista francés en Indochina, supo ver el grado de influencia y protagonismo que llegaría a tener la intervención estadounidense en todo el sudeste asiático en general y en Vietnam en particular.
Adaptada al cine por primera vez en 1958 por Joseph L. Mankiewicz, en una versión que en palabras del propio Greene constituyó lisa y llanamente “una traición”, en la medida en que invertía las motivaciones de los personajes para no ofender al Tío Sam, El americano impasible llega ahora en una transposición bastante más fiel. Lo suficientemente fiel, en todo caso, para que la película haya estado a punto de no estrenarse jamás, a causa de la nueva ola de patrioterismo que invadió a los Estados Unidos después de los atentados terroristas del 11 de septiembre y que le hicieron pensar a la productora Miramax que era mejor enterrar el film antes que reivindicar a un autor como Greene, quien desde que publicó esa novela y hasta su muerte, en 1991, estuvo bajo la vigilancia estricta y permanente de los servicios de inteligencia norteamericanos.
La adaptación del guionista y dramaturgo inglés Christopher Hampton y del director australiano Philip Noyce (que con esta película pareciera querer limpiar en parte su prontuario hollywoodense, que incluye Juego de patriotas y Peligro inminente, sendas versiones de los best sellers paranoicos del ultraderechista Tom Clancy) se puede decir que es más respetuosa al espíritu que a la letra de la novela, en la medida en que desaprovecha quizás algunas de sus magníficas líneas de diálogo. También se le podría objetar al film que se preocupe demasiado en hacer explícitas unas relaciones que en el libro eran más sutiles y tácitas. Pero por lo demás El americano (el título de estreno local prescinde necia, orgullosamente de todo adjetivo) se mantiene fiel a las intenciones y a los personajes de Greene.
Quizás el mayor hallazgo de la película sea el haber confiado al gran Michael Caine (quien ya había encarnado al protagonista de El cónsul honorario, otra de las muchas novelas de Greene llevadas al cine) el personaje de Thomas Fowler, ese decadente corresponsal del Times de Londres que no concibe la idea de tener que abandonar alguna vez Saigón, una ciudad a la que se ha hecho tan adicto como a la pipa de opio que consume cada noche. Con esa adicción tiene mucho que ver Fuong, su joven amante vietnamita, a quien se aferra discreta pero desesperadamente, sabiendo que ella representa para él una vida que Londres jamás le daría. Es por eso que cuando en su horizonte aparece, de pronto, la sombra luminosa de Alden Pyle (Brendan Fraser), ese “americano impasible”, capaz de confesarle abierta y cándidamente su decisión de arrebatarle a Fuong, Fowler siente por Pyle una rara mezcla de estima e indignación. ¿Quién es ese estadounidense que pretende, según sus propias palabras, “salvar” a Fuong? ¿Su misión oficial de asistencia humanitaria también la incluye? En todo caso, ¿qué se esconde detrás de las mejores intenciones de ese egresado universitario de Boston que se llena la boca hablando de “libertad” y “democracia”? ¿Hasta cuándo Fowler podrá seguir escondiéndose detrás de su máquina de escribir? ¿Alguna vez no tendrá que comprometerse, con una mujer, con una causa, con un país?
La mayor dificultad, quizás, que plantea la adaptación una novela como la de Greene es la manera indiscernible con que el destino terrenal de los personajes está entrelazado con su poder simbólico. Al fin y al cabo, Fuong (que Greene reconoce, en el prólogo de su novela, refiere a un nombre y a una mujer real), quiere decir “fénix” y en su singularidad ella representa también a todo un pueblo, que nunca dejó de resurgir de sus cenizas, primero bajo el fuego de mortero de los franceses y luego bajo el napalm de los marines estadounidenses. En este sentido, al film de Noyce le cuesta estar a la altura de la novela, pero tampoco la desmerece.