Sáb 01.02.2003

ESPECTáCULOS

“Yo sólo conocía las favelas a través de la televisión”

La película brasileña “Ciudad de Dios”, de Fernando Meirelles, muestra el hambre y la violencia que Lula pretende erradicar del país.

Por Teresa Cendrés
Desde Barcelona

Hace unos días, mientras promocionaba en Los Angeles su película Ciudad de Dios con vistas a los Oscar, el brasileño Fernando Meirelles recibió una gran noticia. La mejor. Asegura el cineasta –y se intuye la franqueza– que lo hace más feliz todavía que la candidatura de su film a la codiciada estatuilla. La buena nueva es que el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ha decidido poner en marcha un programa de recuperación de las favelas y ha elegido como piloto precisamente la que sirve de escenario de su historia, la favela Cidade de Deus, un barrio misérrimo de Río de Janeiro donde impera la violencia, los niños a los nueve años ya llevan revólver, trafican drogas y muchos de ellos mueren antes de los veinte. Esta favela de nombre paradójico, porque desde luego está dejada de la mano de Dios, es el ejemplo palmario del Brasil hambriento y sin ley con el que el nuevo presidente ha prometido acabar.
“Aunque seguramente el film –que se estrenó en plena campaña electoral en Brasil y tuvo un gran éxito– ha influido en la decisión política, la opción me parece acertada porque Cidade de Deus es una evidencia para el mundo entero de una situación que no puede continuar, que debe cambiar”, dice este cineasta nacido hace 47 años en San Pablo, y que nunca había pisado una favela hasta que, profundamente conmovido por la lectura de la novela de Paulo Lins en la que después basó su película, decidió visitar Cidade de Deus, el arrabal cuya vida describía el libro. “Ojalá funcione el plan del Gobierno y que Cidade de Deus se convierta en un lugar habitable”, invoca Meirelles. “Si eso sucediera”, confiesa, “sería para mí un premio aun mayor que el mismo Oscar”. Y añade con cierto rubor: “Y me gustaría creer que mi película habrá tenido alguna responsabilidad en esa transformación, aunque sea una responsabilidad muy pequeña”.
Por su físico, Meirelles, que acaba de presentar su película en Barcelona, no es el típico brasileño. Más bien parece finlandés, pelirrojo y paliducho, y es difícil imaginarlo bailando samba o jugando al fútbol. Pertenece a la clase media de su país y, aunque empezó estudiando arquitectura, su pasión siempre fue el cine, aunque hasta ahora se venía ganando la vida como director publicitario. Explica que se embarcó en el rodaje de Ciudad de Dios con el objetivo de mostrar a los de su clase la desgarradora miseria que existe en su propio país y así sacudir sus conciencias, igual que Lins había golpeado la suya con su novela. “Yo, como mucha gente en Brasil, sólo conocía las favelas a través de la televisión, los periódicos y alguna película, pero el punto de vista de esa realidad siempre era distante, la mirada procedía de alguien que no estaba implicado realmente. Había visto imágenes brutales, pero tenía la sensación de que nadie me había explicado qué sucedía allí de verdad hasta que leí a Lins, que se había criado en Cidade de Deus, y quise contar en el cine lo mismo que él en el libro, y que las imágenes tuvieran la misma pegada que sus palabras”, cuenta el cineasta.
Meirelles admite que nunca pensó que Ciudad de Dios pudiera tener semejante eco –en Brasil fue vista por más de tres millones de espectadores, recorrió festivales y fue nominada a los más destacados premios internacionales– y apunta al momento actual de esperanza que atraviesa su país como circunstancia que ayudó a dar a conocer la película, que se vendió a 62 países. “La lucha contra el crimen organizado fue uno de los ejes de la campaña presidencial; los candidatos hablaron de la película y Ciudad de Dios acabó promoviendo un debate muy intenso. De manera que, aunque no sale ningún actor conocido, no hay bellas mujeres ni escenas de sexo, o sea no tiene ningún reclamo comercial, su tema interesa a la sociedad brasileña y, por lo visto, a todo el mundo”, comenta. Para rodar la película –que no se pudo filmar completa en Cidade de Deus, porque el capo del narcotráfico del barrio se opuso–, Meirelles convivió durante dos años con los meninhos da rua, chicos de la calle cariocas, protagonistas y actores de la película. Esa experiencia, revela, ha sido transformadora para él y para muchos de los niños que participaron en el film, algunos de los cuales siguen ligados al cine. “Mi vida cambió. Antes, cuando veía a un chico pidiendo lo esquivaba. Ahora, aunque jamás lo haya visto, lo conozco. Sé que tiene una historia y eso me hace sentir más próximo a él.” Tanto se implicó Meirelles en la defensa de los desposeídos que en su próximo film abordará el tema de la globalización con historias situadas en Brasil, China, Indonesia, Kenia y EE.UU.

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