ESPECTáCULOS
› GABRIELA IZCOVICH HABLA DE “CUANDO COMIENZA LA NOCHE”
“El teatro es un hecho vivo”
La actriz y directora protagonizará hoy el estreno mundial de una obra de Hanif Kureishi, autor del que ya había versionado “Intimidad”.
› Por Silvina Friera
“Las familias son peores que las guerras”, dice uno de los personajes de Cuando la noche comienza, pieza inédita del inglés Hanif Kureishi, que -en un hecho poco frecuente para el teatro producido en Argentina– tendrá su estreno mundial en Buenos Aires, hoy a las 21, en La Carbonera (Balcarce y Carlos Calvo). Gabriela Izcovich, responsable de la dirección, junto con Alejandro Maci, interpreta a una mujer (Julia) que decide reencontrarse con su padrastro, veinte años después, para saldar las cuentas pendientes y reparar los traumas psicológicos que ella le imputa desde su adolescencia. Julia, una viuda que heredó una fortuna de su marido (un famoso guionista de cine), cree que necesita matar a su padrastro, tal vez para liberarse de los sentimientos tan ambiguos como prohibidos que él le provoca. “Siempre me seducen las relaciones vinculares. Este es un vínculo muy siniestro y perverso, aunque la sensación que te transmite el texto es que esto sucede hasta en las mejores familias”, explica Izcovich en la entrevista con Página/12.
Autor de los guiones de las películas Rompa limpia, negocios sucios y Sammy y Rose van a la cama, dirigidas por Stephen Frears, Kureishi (que nació en 1954, en un suburbio de Londres; hijo de padre pakistaní y madre inglesa, se crió en el mismo barrio que David Bowie y Billy Idol) publicó El buda de los suburbios, Intimidad y El álbum negro, entre otras novelas y cuentos. Desde que Izcovich adaptó teatralmente la novela Intimacy (también versionada en cine por Patrice Chéreau), la actriz y directora mantiene un asiduo contacto por mail con el escritor, al que conoció en Londres. “Después de ese encuentro, él me confesó que le dieron ganas de volver a escribir teatro. Y al poco tiempo, me mandó una primera versión de Cuando la noche comienza”, recuerda Izcovich, que sorprendió con el unipersonal Un poeta en la calle, sobre textos de Jacques Prévert (1996). Dos años después, se animó con Nocturno hindú, de Antonio Tabucchi, montaje del que fue adaptadora, actriz y directora. En 2000, dirigió Faros de color, de Javier Daulte, donde participó como actriz. Posteriormente, fue codirectora de otra pieza de Daulte, Fuera de cuadro (2001).
“Me pareció una obra interesante, que requería de un abordaje tan complejo, que me generaba un enorme desafío como actriz y directora. Creo que al mandarme el texto, Kureishi me estaba tentando para que la hiciera”, opina Izcovich. De la tentación inicial al estreno hubo un arduo proceso que fue de la traducción (a cargo de Martha Izcovich, con correcciones de Maci) a la incorporación de Marcelo D’Andrea (que interpreta al padrastro) y, finalmente, la definición de un espacio escénico despojado: apenas dos sillas en las que se acomodarán los personajes, en tanto los espectadores se ubicarán alrededor de los actores. “La puesta es un ring de boxeo, porque la primera impresión que tuve es que son dos fieras, dos boxeadores que no se dan respiro. Sé que hay un forzamiento en la elección de que el público rodee a los personajes. Los espectadores pueden sentir que no quieren estar tan cerca, porque esta obra es muy violenta”, confiesa Izcovich. “Cuando actúo lejos del público siento que no actúo para nadie. La elección del público cerca es mucho más angustiante, pero es necesaria, porque el teatro es un hecho vivo y el espectador tiene que trabajar de alguna manera.”
Izcovich señala que Julia empuña el cuchillo porque está convencida de que va a matar a su padrastro. “Pero después se transforma en una parte de su mano. El cuchillo pierde importancia, pero siempre está ahí y sabe que lo puede utilizar. Por eso el desafío como actriz es encontrar los matices indispensables para sostener estas tensiones. Juego mucho con sus contradicciones, porque ella ama y odia con excesiva intensidad a ese hombre. Es muy difícil superar situaciones traumáticas. Los personajes viven convencidos de que vencieron los temores y las angustias del pasado, cuando en realidad siempre afloran por algún lado.” “Sólo un escritor que se mete en carne viva en los cuerpos de los personajes puede diseñar los personajes que creó Kureishi en esta pieza”, admite Izcovich. Siempre las víctimas despiertan una empatía especial en los lectores y espectadores y, al principio, Julia convence a todos de este rol. Pero a modo de un rompecabezas, el reencuentro entre el padrastro y su hijastra pone las piezas en su lugar y, en cierto modo, desplaza las simpatías hacia el padrastro. “El peso de la madre, ausente en la obra, pero siempre mencionada, es contundente. Ella es responsable de la locura de Julia. Me apasiona esta situación teatral, donde hay personajes que están muy presentes por su ausencia”, admite la actriz.
Además del tema del público cerca, Izcovich adoptó otra decisión riesgosa. El padrastro, un hombre de más de sesenta y cinco años, está interpretado por un actor de treinta y pico. “Me interesaba el desafío de una energía joven. De pronto, el personaje se saca la camisa y se ven unos músculos que no se corresponden con la edad. Me gusta recordar que el teatro es mentira”, sugiere Izcovich.