Sáb 08.02.2003

ESPECTáCULOS  › PAGINA/12 PUBLICA DESDE MAÑANA UNA COLECCION DE CINCO CDS DE CHICO BUARQUE DE HOLANDA

El Chico más grande

La colección es un esfuerzo titánico por intentar resumir la obra de un compositor, autor y cantante –además de novelista y poeta– cuya figura domina la cultura brasileña desde hace casi cuarenta años. Desde entonces se lo considera “la única unanimidad” de su país. Acaso por eso, un spot suyo sirvió el año pasado para alentar a las mujeres a votar por Lula, al que apoya desde siempre.

- En 1968 un periodista afirmó que Chico Buarque de Holanda, que poco antes era un perfecto desconocido, se había convertido con velocidad meteórica “en la única unanimidad brasileña”. El concepto prendió porque definía notablemente una realidad: sus canciones se vendían como pan, en general interpretadas por otros –la versión de Nara Leao había convertido en megahit “A banda”, en 1966– y su rostro de chico bien de Río de Janeiro había devenido en súper popular. Aquel muchacho de 24 años, hijo de un diplomático, historiador y periodista bohemio, dueño de unos ojos magnéticos y un cuerpo privilegiado, que además jugaba al fútbol como los dioses paganos, parecía moldeado para impactar a un amplio abanico de brasileños, desde las chicas de alta sociedad hasta los garotos de las favelas, desde los intelectuales de izquierda hasta los defensores del pasado glorioso. Chico tenía un carisma notorio para alguien de su temperamento, una especie de capacidad de impactar a la gente que parecía por momentos inversamente proporcional a sus deseos. Un presentador de televisión le preguntó entonces, a boca de jarro, qué sentía, en el medio de aquella oleada de aprobaciones a su talento de compositor. “La verdad es que siento vergüenza, mucha vergüenza”, contestó Chico.

- Treinta y cuatro años después de eso, a mediados del 2002, el jefe de campaña de Luiz Inácio da Silva, Lula, llegó a la conclusión de que para atraer el voto femenino en las elecciones que terminarían por consagrarlo presidente faltaba un spot televisivo con una figura que todos los brasileños sintiesen como propia, pero especialmente las mujeres. Cuando a Lula le llegó la idea, sin el nombre del protagonista, su cara se iluminó, como si hubiese descifrado de una la figurita difícil de un juego de palabras cruzadas: “Chico Buarque”, dijo. Así, al final de la campaña, los esfuerzos de los publicistas descansaron en el rostro calmo, y los ojos magnéticos de Chico Buarque explicándole a su pueblo por qué era hora de hacer presidente a aquel gremialista de manos curtidas. Chico, que apoya a Lula desde los años 80, se vengaba así, de paso, del ex presidente Henrique Cardoso, que se había obsesionado con él, por sus críticas incesantes al modelo de ganar elecciones por la izquierda y gobernar por la derecha. A tal punto estaba molesto Cardoso con Buarque que solía hablar de música en las entrevistas sólo para decir que a su gusto los más grandes de Brasil eran Caetano Veloso y Gilberto Gil.

- Caetano Veloso y Chico Buarque tuvieron una rivalidad furiosa (que era además la de Bahía vs. Río, la de la renovación altisonante contra la evolución respetuosa de la tradición) en un Brasil que ya no existe, el posterior al de la explosión y la caída en desgracia de la bossa nova. En noviembre de 1972, esa controversia entre ambos quedó saldada, se supone que para siempre, con un mítico recital conjunto en el teatro Castro Alves de Bahía, capturado en parte en un disco que Página/12 publicó el año pasado. Por entonces, sus figuras representaban para la cultura brasileña “líneas tan nítidas cuanto paralelas”, escribió el crítico Tárik da Souza. Chico era “el dios apolíneo, correcto, imperturbable, con una personalidad tal vez tortuosa, pero siempre sincera”. Caetano “un inquieto dionisíaco, confundido, misterioso, innegablemente ágil en estilos e intenciones”. Ambos se reconocían así mutuamente y terminaban con las belicosidades previas, muchas veces generadas por el resentimiento que solía surgirles cuando les preguntaban en público por los éxitos ajenos. Sin embargo, había un innegable trasfondo político, detrás de esa puja que así se saldaba en público: Chico era lo que después se denominaría un intelectual orgánico, Caetano un disolvente sin dogmas. Más de un cuarto de siglo más tarde, cuando escribió un tema llamado “Para nadie”, inspirado por un disco del carioca llamado “Paratodos”, el bahiano puntualizó, en un ataque de modestia: “Me he pasado la vida intentando llegar a donde Chico Buarque había llegado antes”.

- Chico Buarque no sólo compone excelentes, muy buenas y buenas canciones, y las graba e interpreta en vivo con suma gracia, aunque cada vez con menor frecuencia. Ha escrito novelas –dos, muy elogiadas, Estorvo y Benjamín–, obras de teatro, poemas, óperas populares y bandas de sonido y guiones de películas, apuntando siempre a lograr aquello que a los l6 años lo llevó a querer ser músico, ante la sonrisa benévola de su padre, un lector devoto de James Joyce: la forma renovadoramente clásica de relacionarse con el arte de Joao Gilberto. El actual ministro de Cultura de Brasil, Gilberto Gil, lo expresó así: “Nosotros, los tropicalistas, en nuestro afán de cambiar todo, de ser revolucionarios y heroicos, nos equivocamos en público, desafinamos aunque no fuese necesario, hicimos cosas feas, incluso creímos en el feísmo. Chico Buarque no, nunca. Chico siempre tuvo claro que no había que hacer circular las malas canciones, las ideas sin decantar”. Chico Buarque es como la ropa que usa: elegante, irreprochable, clásica sin ser antigua, bien planchada, agradable, usualmente clara. Gil tuvo una discusión pública muy fuerte con Buarque cuando apoyó a Cardoso a mediado de los ‘90 –vaya ironía, ahora es ministro de Lula–, pero ha dicho y reiterado que lo considera el mayor artista de la música brasileña, luego de Joao Gilberto. Sí, también Chico fue un muchacho de río deslumbrado por Elvis Presley hasta que un día de 1958 oyó “Chega de saudade”. Sí, también Chico se encerró horas y horas, días enteros, a intentar sacar con su guitarra los temas de Joao. Nunca lo logró del todo, pero en el camino fue creando un modo personal e intransferible de componer, que lo convertiría en el diamante más pulido de la escena musical brasileña. Para casi todo el mundo, Brasil es el país más musical del mundo.

- La colección que Página/12 publica desde una mañana es una respuesta, original de Brasil, a la pregunta clave de si se puede resumir la obra de un compositor de sus bemoles. Se puede, sí, pero es imposible en un disco. Se puede, sí, pero con el recurso de plantear que su obra se ha desarrollado a partir de un puñado de grandes asuntos. Los discos incluyen setenta de sus canciones, divididas en “Cronista”, “Amante”, “Político”, “Trovador” y “Malandro”. Muchas de esas canciones podrían tener vida independiente como poemas, al contrario de lo que pasa con la enorme mayoría de las letras de la música popular. “Siempre fui mejor alumno de portugués que de música”, le dijo a principios de los 70 al periodista Elifás Andreato, que lo entrevistaba para la revista Veja. En esa misma entrevista confesó una particularidad muy de músico: que les tiene tirria a sus discos, que una vez que los graba raramente los escucha, y que cuando cede a la tentación, suele irritarse por lo que considera falencias y errores, más que alegrarse por los aciertos. Y no le gustan los elogios ajenos, sobre todo cuando los cree más fruto de la admiración cholul aque del conocimiento profundo de su obra. “Nunca me gustó el tema de la unanimidad”, subraya. “Siempre me pareció un subproducto de las culturas totalitarias.” Lo explica con una broma: es fanático del Fluminense pero cuando le insisten demasiado con el asunto siente unos deseos impresionantes de hacerse de un equipo de primera D. En 1974 el cineasta Glauber Rocha dijo de él: “Es nuestro Errol Flynn”. Chico Buarque le respondió: “Gracias, mi amigo, pero es una responsabilidad con la que querría no cargar”. Luego, explicó que no quería resignarse a aceptar toda su vida elogios excesivos. “Pero la verdad es que a veces me canso de explicar eso a distintas personas, de decirles ‘miren que yo no soy eso que ustedes piensan’”.

- Estudió Arquitectura, en la época en que estaba rigurosamente vigilado por una familia a la que había asustado con una boutade de chico rico y eso se nota en la construcción de sus canciones. Aquella boutade –robar un Peugeot estacionado, a los 16 años, para dar una vuelta– le originó el primero de sus varios incidentes con la policía. A fines del siglo XX utilizaría la foto del prontuario que le abrieron por aquel robo, que fue publicado en los diarios como noticia, para ilustrar la tapa de uno de sus discos. Todos los otros problemas con los uniformados ocurrieron cuando ya era un profesional de la música, casi siempre porque en vivo cantaba letras y canciones que estaban censuradas por la dictadura militar, que en Brasil duró más de veinte años (del ‘64 al ‘85). En algún momento, esos choques lo impulsaron a vivir en Italia, donde había residido un tiempo por un destino diplomático de sus padres, de niño, pensando que era mejor irse que aceptar los condicionamientos. Luego volvió, pero siempre mantuvo un circuito europeo de actuaciones, con base en París y Roma. La estadística marca que desde que se hizo famoso a mediados de los ‘60 hasta el retorno de la democracia a mediados de los ‘80, de cada tres canciones que componía Chico, dos no pasaban las redes de la censura. Para él eso era un ejercicio de refinamiento, pero a la vez un motivo de dolor personal. El público del futuro acaso debería agradecerle no haber dejado de componer, como alguna vez juró, humillado por los interrogatorios, las persecuciones y la autocensura: canciones como “Construcción” o “Calice” –ambas incluidas en el disco “Político” de esta colección de Página/12– llenas de sobrentendidos y audacias formales, fueron producto de esa lucha despareja contra los servidores del régimen militar.

- “En los años ‘60 y ‘70, las canciones de muchos creadores alcanzaron en América Latina una importancia política central, por la falta de democracia”, analizó Buarque a mediados de los ‘90. “Hubo canciones, entre ellas algunas mías, que adquirieron una importancia de vida, superior a lo que debería ser, por la anormalidad constitucional. En lo que a mí respecta, siempre escribí canciones políticas y canciones que nada tenían que ver con la política, porque en mi vida cotidiana la política ocupa un espacio para nada central. Sin embargo, desde los años de dictadura hasta hoy, siento que casi todo lo que escribo se interpreta políticamente. Me da un poco de vergüenza aceptar que por pereza intelectual eso resulte lógico”. Francisco “Chico” Buarque de Holanda lee más de lo que escucha música. En el living de su casa en el morro de Gavea, un alto y elegante sector residencial de Río, se alinean libros de Sartre, Camus, Pavese, Calvino, Moravia, Pessoa, Borges, Cortázar, Dostoievski, Céline, Gide, Flaubert, Stendhal, entre muchos otros. Sin embargo, Chico jamás escribió una letra antes de la melodía. Y muchas veces musicalizó poemas de otro. Como letrista, tiene un piné altísimo. Cierta vez, Vinicius de Moraes le insistió para escribir una canción juntos. Tenía una idea, pero no le cerraba. Chico se negó: Vinicius, además de un poeta notable, era el letrista oficial de la bossa nova. Vinicius se enojó, y así consiguió su objetivo. La canción que Chico le reescribió, cambiándole casi toda la letra, se llama “Gente humilde” –está en el disco “Cronista”– y es una de las más maravillosas que haya generado la música brasileña de todas las épocas. Yo que soy ateo, cuenta en la canción, rezo por esa gente humilde, que tapiza Brasil entero.

- Chico aúna en su obra un marcado lirismo, un notable compromiso con su sociedad, una relajación envidiable, y una relación de profundo respeto por el samba tradicional y los rituales populares, desde el carnaval al fútbol. Tiene, acaso por su origen de clase, una marcada admiración por los malandras, es decir, los vivillos y atorrantes que pululan por su ciudad, tratando de vivir de los otros, y siempre dispuestos a la cerveza y el baile, a tal punto que podría afirmarse que sin ese desvío no se entiende su personalidad. Algunos de sus grandes temas de carnaval –como”Noite dos mascarados”, “Membembe o “Vai trabajar, vagabundo” –incluidos en “Malandra”– reflejan ese costado hedonista y juerguero de su personalidad. Chico suele perderse todos los homenajes que le realizan pero ni en broma los desfiles de carnaval. Puede decirse de él cualquier cosa menos que es un renovador: de hecho su obra ha transcurrido en paralelo con la irrupción, el desarrollo y el estancamiento del rock como cultura sin registrarlo, sin sentir jamás la sensación de dialogar con él. En él, hay más bien una sensación permanente de nostalgia por un tiempo perdido que jamás se convierte en reaccionaria, que se detiene en el punto exacto en que podría parecer laudatoria de un pasado supuestamente glorioso. Pensar en sus temas es pensar en un hombre que en muchísimas oportunidades ha escrito desde una perspectiva femenina, o mejor, desde una visión femenina de las cosas. De hechos, temas grandiosos como “Atrás da porta” –en el disco “Amante” o “Cotidiano” –en el disco “Trovador”– o “Mujeres de Atenas” fueron escritos como si el autor fuese mujer. Otros, como “Mar y luna”, directamente para hablar sobre el amor entre mujeres. Acaso su multiplicidad de puntos de vista ayude a explicar parte de su eterno éxito con las mujeres, en todos los sentidos en que un hombre, incluso este abuelo, puede ser exitoso.

- No tiene ninguna canción que roce siquiera la jerga política de la izquierda tradicional latinoamericana, esos panfletos musicalizados que a fuerza de repetidos devienen en clásicos de la militancia. Fue capaz de hacer una canción única e involvidable sobre el deseo sexual, la famosa “O que será”, incluida en el disco “Político”, sin nombrarlo nunca, como quien rodea el centro de su interés porque no está dispuesto a la obviedad. Para hablar de sus simpatías políticas en Africa, en la era de las revoluciones, escribió, apenas, una canción sobre una mujer de Angola. Sin embargo es un artista profundamente político y marcadamente de izquierda. En 1997, por ejemplo, cuando vino a la Argentina para cantar, sin cobrar por ello, en un festival que homenajeaba la figura del Che Guevara, a treinta años de su asesinato –aprovechó la oportunidad para filmar su participación en el proyecto del video en homenaje a las Madres de Plaza de Mayo “20 años, 20 artistas, 20 poemas”– no necesitó de demagogias para ganarse un lugar de privilegio en un cartel que compartía con Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute, Daniel Viglietti y Víctor Heredia, ante un público sediento de proclamas. Cuando compartió con su autor, el cubano, la enorme “Pequeña serenata diurna” –Vivo en un país libre cual solamente puede ser libre en este siglo en este instante y soy feliz porque soy gigante, amo una mujer clara, que amo y me ama sin pedir nada, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual. Y si esto fuera poco, tengo mis cantos, que poco a poco muelo y rehago, habitando el tiempo, como le cuadra a un hombre despierto. Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad– casi todo lo que tenía para decir estaba dicho. Y no le hacía falta gritar, ni repetir consignas pensadas por otros.

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