Sáb 15.02.2003

ESPECTáCULOS

Un cuento de hadas que se funde en un infinito juego de espejos

“La princesa y el guerrero” narra una frenética persecución amorosa que ratifica el estilo de Tom Tykwer, director de “Corre, Lola, corre”.

› Por Horacio Bernades

Sólo el prejuicio de algún representante de compañía major en contra del cine no hecho en Hollywood puede explicar que, en la Argentina, La princesa y el guerrero no se haya estrenado en cines. Lejos de tratarse de una obra maestra, la película es, sin embargo, infinitamente más interesante que la pila de material descartable que esas mismas compañías estrenan semana a semana. Además, su director, el alemán Tom Tykwer, venía de tener un considerable suceso de estima con su película anterior, Corre, Lola, corre, con cuya protagonista, la magnífica Franka Potente, vuelve a reunirse aquí. Pero no hay nada que hacer cuando lo que manda es la estrechez de miras, y es así que La princesa y el guerrero pasó al video, donde a su vez debió esperar largo tiempo hasta que alguien se decidiera a editarla. Finalmente, tres años después de su estreno europeo, a dos de su lanzamiento en Estados Unidos y varios meses más tarde del estreno local de la siguiente película de Tykwer (la desalentadora En el cielo), el sello LK-Tel acaba de hacer llegar a videoclubes La princesa y el guerrero.
Gobernada por un azar que se manifiesta en una serie de cruces, casualidades, simetrías y correspondencias, visualmente sofisticada y con una fuerte carga de romanticismo apenas disimulada debajo de su muy estudiada y bruñida superficie, aun sin la presencia de Franka Potente cualquiera puede adivinar que el director y guionista de La princesa y el guerrero es el mismo que el de Corre, Lola, corre. Dejando de lado el vértigo, la carga de adrenalina y el montaje rápido y entrecortado que caracterizaban a la película anterior, esta vez Tykwer narra un cuento de hadas, que se confiesa como tal desde el propio título y en el que la ingenuidad juega, por supuesto, un papel importante. La heroína no podía tener otro nombre que Sissi, una enfermera que trabaja en un centro de salud mental, y cuya mirada franca (no es un juego de palabras) y transparente parecería la de una niña. Así como en Corre, Lola, corre el destino le daba una triple oportunidad a la protagonista, aquí pondrá a la princesa en el camino de su príncipe azul, pero no del modo más tradicional.
Bodo, ex soldado y actual desocupado (Benno Fürmann), viene huyendo de la policía luego de robar unas chucherías, y tras correr como un desaforado por media Wuppertal logra esquivar a un camión tan grande como la fatalidad misma. La que no atina a hacerlo es Sissi, así como tampoco logra frenar a tiempo el Scania. La chica queda debajo del camión, paralizada de miedo sin poder respirar. Como corresponde a un cuento de hadas, allí viene el príncipe-ladrón a salvarle la vida. Nuevamente, la escena no se parece demasiado al encuentro entre Blancanieves y el príncipe: con una navaja, Bodo le practica una traqueotomía casera y le insufla oxígeno, entre borbotones de sangre. Es un triunfo de Tykwer el haber ideado la escena, y un triunfo mayor el modo en que la narra, que bien podría calificarse de romanticismo gore.
Más tarde se sabrá que Bodo tiene razones bien personales para haber salvado la vida de la desconocida, las mismas que lo llevan a no querer saber nada con algo llamado amor. Por lo cual, en cuanto vea que la chica respira otra vez, desaparecerá de la escena. Pero Sissi no está dispuesta a olvidar a quien le devolvió el soplo, y de allí en más la historia será la de una implacable persecución amorosa, llena de vueltas y desvíos. Como sucede con el Julio Medem de Los amantes del círculo polar y Lucía y el sexo, hay en Tykwer una doble propensión, al floreo estilístico y la digresión narrativa. Como en el caso del vasco, en ocasiones esto redunda en una enorme potenciación de la expresividad, así como en un enhebrado narrativo sumamente abierto y misterioso. Otras veces, el resultado está más cerca del capricho y la oscuridad.
Frente a cierta tendencia dispersiva, Tykwer cuenta aquí con dos fuertes pilares, que amalgaman por sí solos el relato. Franka Potente se confirma dueña de una capacidad de entrega, una elocuencia y una sensibilidad quela emparientan con ciertas actrices de cine mudo. Por su parte, Benno Fürmann le da a Bodo –sin necesidad de ponerse a “componer”, al estilo hollywoodense– una cualidad como de animal herido, que lanza zarpazos casi a su pesar, y que es exactamente lo que el personaje pide. Como le gusta a Tykwer, sobre el final ambos tendrán oportunidad de duplicar escenas anteriores, en un infinito juego de espejos que se reiterará más tarde, convertido ya en tic, en la fatídica En el cielo.

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