ESPECTáCULOS
› “RONDA, UNA FIESTA DE CIRCO RIOPLATENSE”
Fantasías en vuelo
El nuevo y notable espectáculo de Gerardo Hochman combina el lenguaje del circo, el teatro y la danza, en un imaginario que, con música rioplatense, evoca al barrio y las fiestas populares.
Por S. F.
¿Quién no soñó de chico que podía volar? Sólo era cuestión de cerrar los ojos, quedarse dormido y disfrutar de tirarse al vacío. Dicen que en esos breves instantes, justo cuando se está por llegar a tierra, un sacudón en la cama (no hay más remedio que despertarse) sustrae al protagonista de la pesadilla de observar cómo se estrellaría contra el suelo. En Ronda, la compañía dirigida por Gerardo Hochman, que abreva en el lenguaje del circo, el teatro y de la danza, demuestra la consolidación de una identidad estética que apuesta permanentemente a renovar el pacto de complicidad con sus espectadores. Desde el subtítulo, “una fiesta de circo rioplatense”, y el soporte musical del tango, el candombe, la murga y la milonga, este espectáculo de sostenido vuelo poético evoca al barrio, las fiestas y la pasión futbolera. Estrenado en España, en mayo de 2002, los arriesgados intérpretes (Carolina Noya, Luciano Martín, Carolina Della Negra, Matías Plaul, Iván Larroque, Luciano Mosca y Safira Algamiz) dan clases magistrales de destreza corporal y rutinas circenses con un soporte dramático original por su sencillez.
La experiencia de verlos construir en escena –los cuerpos ensimismados y en precario estado de equilibrio– esas impresionantes pirámides humanas dejan como saldo las cabezas de los espectadores elevadas varios metros por encima del escenario. Queda en evidencia que cada escena está elaborada con una delicada síntesis entre el riesgo que implica algunos movimientos y la ajustada velocidad que se requiere para pasar de un salto a un puñado de cabriolas o a una coreografía sobria, que permita digerir tanto vértigo escénico. El mediocampo de una cancha de fútbol, único detalle escenográfico, da rienda suelta a la imaginación y al delirio futbolero. Dos camperas, utilizadas para marcar los límites del arco, y una pelota de fútbol disparan un fluido intercambio de destrezas y gags entre tres de los intérpretes, que comunican con gracia y desparpajo los desafíos que conlleva meter la pelota dentro del arco. La frescura de la puesta reside en la simplicidad de las emociones que se expresan, sin apelar a la grandilocuencia de la parafernalia tecnológica.
Si en Vibra, anterior montaje de Hochman, el punk rock-gitano de Emir Kusturica resultaba ideal para ambientar el descontrol, en Ronda, la música del quinteto Omar Gianmarco, que compuso cinco de los temas para la obra, transita por la cuerda de la sensualidad y la melancolía rioplatenses. Esto sucede con una pareja que se trepa y desliza a lo largo de un mástil, al ritmo del tango “Dame un beso”. La búsqueda del otro suscita un juego de acercamiento en las alturas, de separaciones y rechazos, propios de la conquista amorosa. Los cuerpos suben, bajan, se pierden, se encuentran, y cuando se enlazan generan una superposición de imágenes que se sustentan en una aceitada poética del movimiento, una marca patentada por Hochman desde su primer espectáculo, Emociones simples. Otros números, como el de la rueda alemana, provocan fascinación. Los ojos de los espectadores giran desorbitados, mientras un habilidoso acróbata se empeña en mostrar lo fácil que parece dar tantas vueltas sin marearse.
El virtuosismo de los intérpretes (algunas rutinas las hacen literalmente de taquito), el riguroso trabajo coreográfico –a cargo de Teresa Duggan–, la austeridad escenográfica y la combinación de los códigos barriales (que anidan en el imaginario de los espectadores) con los lenguajes del circo, la danza y el teatro, están al servicio de un espectáculo concebido como una celebración única e irrepetible. El sueño de volar y lanzarse al vacío no requiere de quedarse dormido. Hochman y los suyos lo saben y consiguen que los ojos, bien abiertos, disfruten del vuelo aunque dure apenas poco más de una hora.