Sáb 15.02.2003

ESPECTáCULOS

“La realidad me engaña, pero el teatro me salva”

En medio de una actividad creativa frenética, el dramaturgo y director Daniel Veronese repuso “Dramas breves 2”, ocho piezas del francés Philippe Minyana, a quien define como alguien que, “por la clase de humor que maneja, parece argentino”.

› Por Silvina Friera

En un cómodo loft de la calle Cabrera, en Palermo Viejo, el dramaturgo y director Daniel Veronese confiesa que le gusta sentirse “extranjero” de su producción. Legitimado por la crítica y el establishment teatral, el autor de Mujeres soñaban caballos sabe que en el teatro cualquier ruptura estética que se cristaliza –como la que él encabezó en los ‘90– requiere ser cuestionada con otra nueva ruptura. Veronese acaba de reponer Dramas breves 2, ocho piezas cortas del francés Philippe Minyana, en El Excéntrico de la 18 (Lerma 420, los viernes y sábados a las 23) y El suicidio (Apócrifo I), montaje realizado por El Periférico de Objetos, que dirige junto con Ana Alvarado, en El Portón de Sánchez. Cuando en marzo vuelva con Mujeres..., en el Espacio Callejón, y en mayo con Open House, en El Camarín de las Musas (previo paso por los festivales de Bruselas y Florencia), será nuevamente el dramaturgo que más piezas tendrá en cartel. “Minyana parece argentino por el humor que maneja. Se atreve a meterse en lugares que son honrados por nacimiento y decreto. Tiene una mirada lacerante y filosa sobre esos valores, como honrar al padre, a la madre y a la patria. El texto es muy inquietante y corrosivo. Toma situaciones ordinarias de incomunicación y produce una gran síntesis al develar lo maravilloso e incoherente que es el ser humano”, explica el autor y director a Página/12.
–¿La imposibilidad de comunicarse provoca violencia?
–Sí, genera violencia en el público porque la puesta es radical. No es un espectáculo que se vea fácilmente porque el espectador tiene que entrar en un código: son ocho obras independientes que tienen un universo que las recorre, pero que temáticamente son distintas. Es un trabajo basado puramente en la actuación. No hay escenografía, no hay cambio de luz o música, no hay nada que distraiga la actuación. Minyana es tan radical que sentía que para ponerlo en escena debía ser más radical que el autor. Esa radicalización del universo crea una violencia que engancha al espectador. No quiero que la gente se sienta expulsada. Es una violencia de expectación, porque la puesta le pide al público que trabaje.
–¿Por qué la violencia es una temática recurrente en sus espectáculos?
–No soy una persona violenta en la vida cotidiana, quizás por eso la puedo abordar con mucho más comodidad, sabiendo que mi entorno está a resguardo. Puedo ser excesivamente violento cuando se trata de algo ficcional. Desde lo teatral, la violencia es un lugar adecuado para abrir ciertas puertas y dejar sueltos los fantasmas. Es una puerta por donde se puede espiar y comprender por qué somos violentos, por qué vivimos en una sociedad violenta. Mujeres soñaban caballos es un texto que me encanta. Uno de los personajes, después de haber matado a todos, dice: “Hay otro tipo de violencia en el aire”. Comprendí que había en esta sociedad un tipo de violencia nueva y pude llevar la obra hacia ese lugar. Estoy en contra del ejercicio de la violencia. No la puedo producir en la realidad, pero sí exponerla en mis obras. Me interesa producir reflexión sobre la violencia.
–¿Cómo afectó la crisis de diciembre del 2001 en el montaje de El suicidio?
–La realidad se metió en nuestro espectáculo y lo modificó desde un formato dramático. La realidad es tan caótica y compleja que me resulta incomprensible. En mis obras hay incertidumbres, más preguntas que respuestas. Siento que la realidad me engaña y que el teatro me salva. La política busca generar consensos y ocultar la verdad. El teatro tiene que generar disenso y enfrentar a la gente con esos lugares contradictorios. El teatro me sirve para pensar, para ver que la realidad debería ser mucho menos dirigida, no para encontrar soluciones inmediatas.
–Tiene dos obras en cartel y en breve repone Mujeres soñaban caballos y Open House. Al trabajar con varias puestas, ¿no teme contaminarlas entre sí?
–Cuando empecé a escribir teatro, mis maestros me decían que no se podía escribir dos obras al mismo tiempo. Siempre hice lo que no se podía hacer. Las pautas escolásticas sobre la creación me causan mucha gracia. El arte está relacionado con la ruptura, con buscar patrones formales nuevos de creación. Pero una vez que han sido creados, se debería romperlos y crear otros. Tengo una necesidad de ser distinto. A los 20, por herencia familiar, empecé a trabajar en la carpintería y siempre quería generar objetos nuevos e inútiles. No me importaba esa inutilidad, quería que fueran bellos. Podría dedicarme a otra actividad que no fuera el teatro, pero nunca perdería esta actitud.
–Sus obras fueron legitimadas por el establishment teatral. ¿Cómo vive esa situación de expectativa que genera su trabajo?
–A veces escupo obras que en muchos casos no comprendo demasiado y prefiero no comprender. Espero sorprender, cambiar y romper con las expectativas de alguien que dice: “Ya sé lo que hace Veronese”. No me resulta cómodo ser metido en un casillero y catalogado. Cuando miro objetivamente Open House, Mujeres soñaban caballos, El suicidio y Dramas breves 2, puedo decir que no fueron hechas por la misma persona. La disparidad sobre la teatralidad me hace sentir libre y me da aire para seguir. Hay gente que dice que le gusta lo que hago y no ha visto mis obras. Es un lugar muy peligroso del cual trato de escapar. Quisiera no trabajar con esa espera de la gente, porque es un condicionamiento que me juega en contra. Me gustaría tener la libertad que tuve con mi primera obra, Crónica de la caída de uno de los hombres de ella, que la escribí en cuatro días. Nunca más pude hacer eso. Ahora, aunque estoy generando un tipo de escritura más escénica, me cuesta mucho ponerme a crear una obra, selecciono y excluyo muchas cosas que antes no tenía en cuenta.
–¿Qué relación tiene con las piezas que escribe? ¿Se reconoce en ellas o siente que las escribió otro?
–Hay obras que dudo que las haya escrito. Me gusta sentirme extranjero de mi producción. No quiero hacerme cargo y explicar mi trabajo, porque si lo intentara seguramente mentiría, porque me vería obligado a producir un discurso racional sobre algo que no fue racional. En el escenario me puedo equivocar, pero no puedo mentir. Hay una frase que dice que “la creación es un dardo arrojado en la oscuridad”. A mí me pasa algo similar: sé que tiro algo y que se va a clavar en algún lugar, pero desconozco en qué dirección.

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