ESPECTáCULOS
› LA ENTREGA DE LOS OSCAR TENDRA CONNOTACIONES MUY ESPECIALES
Una ceremonia hecha de incógnitas
Para la Academia de Hollywood, el estallido del conflicto en Irak no impediría, el domingo, un ritual que nunca fue suspendido en 75 años de historia. “El show debe continuar”, afirman los organizadores.
Por Elsa Fernández Santos
De El País
El próximo domingo, 23 de marzo, se celebra la 75ª edición de los Oscar. La Academia de Hollywood desmintió que la gala se vaya a cancelar como consecuencia de un posible ataque contra Irak. En cualquier caso, la sombra de la contienda afectará a la glamorosa cita californiana. La gala, inevitablemente, será diferente. Si se palparán o no los aires pacifistas y la fuerte oposición de ciertos sectores de Hollywood a la política de George Bush es todavía una incógnita. De momento, y para prevenir sorpresas, los organizadores han pedido “moderación política” a las estrellas, que se ciñan al guión.
La ceremonia de los Oscar no se ha cancelado nunca. Durante sus 75 años de vida, sólo se retrasó tres veces. Por el atentado contra Ronald Reagan, en 1981, se aplazó un día. Por los funerales de Martin Luther King, en 1968, dos. Y por las inundaciones que sufrió Los Angeles en 1938, una semana. Ni la Segunda Guerra Mundial, ni la guerra de Vietnam ni la del Golfo fueron motivos de peso para que los premios más importantes de la industria del cine dejaran de celebrarse. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Academia se limitó a sustituir las estatuillas doradas por otras de un material menos noble. Cuando la guerra terminó, los ganadores pudieron cambiarlas por las originales. En 1991, la ceremonia se celebró poco después de la guerra del Golfo. La gala y su guión –preparados en plena contienda– estuvieron marcados por ella. Fue una gala más sobria y austera.
Los rumores de un posible aplazamiento de la gala de este año existen. La cadena que retransmite los Oscar, ABC, ha dicho que sólo si el inicio de la guerra coincide con el domingo 23 se cancelaría la ceremonia. En la tradicional comida de los candidatos (celebrada en el hotel Beverly Hills de Los Angeles esta semana), Gilbert Cates, el productor de la ceremonia, aseguró que los premios se celebrarán aunque coincidan con los bombardeos de Bagdad. El productor echó mano de una célebre frase –The show must go on (El espectáculo debe continuar)– y negó la posibilidad de que la gala se vea afectada por el conflicto bélico. Eso sí, según el Daily Variety, el productor matizó que, si hay guerra, la ceremonia lo reflejará de alguna manera, ya sea con imágenes o incluso con flashes informativos.
Cates también contó que se ha pedido a los presentadores “moderación en sus expresiones políticas”. Sobre lo que digan los ganadores, se lava las manos: “Son sus 45 segundos. Eso no lo podemos controlar”. Ni el productor ni nadie puede controlar el contendido de los discursos, pero este año hay ligeras novedades al respecto, que algunos interpretan como presiones veladas. Las nuevas reglas para los ganadores serán, al parecer, estrictas: nada de sacar un papelito y leerlo a la manera de un discurso y nada de listas de agradecimientos. Al quinto nombre que pronuncie un premiado, la orquesta empezará a tocar. O sea, se diga lo que se diga, que sea breve.
Hollywood no se ha mantenido al margen de la ola pacifista que recorre el mundo y se han recogido más de 1000 firmas entre sus profesionales (la Academia la forman unos 6000) en contra de la política de George Bush. Martin Sheen, Jessica Lange, Sean Penn, Susan Sarandon, Meryl Streep, Tim Robbins y Harry Belafonte, entre otros, se han manifestado abiertamente contrarios a las intenciones de su presidente. Sean Penn (un actor que jamás pisa la ceremonia de los Oscar) viajó a Bagdad hace unos meses para conocer de cerca la situación del enemigo. Penn ha llevado a los tribunales al productor Steve Bing por retirarle, poco después de su viaje a Irak, de un proyecto por sus ideas. Martin Sheen (que interpreta al presidente de Estados Unidos en la serie “The West Wing”) señaló quealgunos ejecutivos de la cadena NBC le hicieron saber su incomodidad ante su militancia antibélica.
El principal sindicato de actores norteamericano, el Screens Actor Guild (SGA) –presidido por una combativa Melissa Gilbert, aquella cándida Laura de “La familia Ingalls”– se ha pronunciado duramente en un comunicado ante cualquier posible represalia contra sus miembros. “Ni la mera insinuación de una lista negra será tolerada nuevamente en este país”, dice el SGA. Aunque ha pasado medio siglo desde la caza de brujas del senador Joseph McCarthy, Hollywood (que nunca volvió a ser igual desde aquella trágica persecución política) todavía tiembla ante una posible repetición de aquel desastre. “Un debate abierto”, añade la SGA en su comunicado, “sólo beneficia a la salud de nuestra nación. La libertad de expresión es un derecho constitucional en los Estados Unidos”.
Esta semana, en el almuerzo de los nominados, Ed Harris (candidato a mejor actor de reparto por Las horas) señaló: “La gala debe celebrarse, pero el tono tendría que cambiar. Los Oscar no son un foro político, pero estaría bien expresar una plegaria por la paz”. Daniel Day-Lewis (candidato a mejor actor por Gangs of New York) fue más lejos: “Resultaría obsceno ponerse a dar saltos sobre una alfombra roja mientras la gente se está matando. Habrá que ser, por lo menos, respetuosos”. Nicolas Cage (candidato al Oscar a mejor actor por El ladrón de orquídeas) también se ha pronunciado: “No soy político, me expreso a través de mi trabajo”. Y John C. Reilly (candidato a mejor actor de reparto por Chicago): “Yo me pronuncio cuando voto. Y mi voto lo mantengo en secreto, igual que mis ideas”.
Los Oscar mueven millones de dólares, son el antes y el después para muchos actores y directores. Son, en definitiva, sagrados para una industria que muestra su cara más amable y publicitaria a través de ellos. Pocos se han arriesgado a lo largo de la historia a convertir sus minutos de gloria en un arma de propaganda que pueda perjudicar sus carreras. Hay que ser un gigante para darle un corte de mangas a su espectacular maquinaria. En la memoria de los Oscar son escasos los momentos de alto voltaje político. Uno de ellos ocurrió en 1972. Marlon Brando, para quien los Oscar sólo son una ceremonia “grotesca”, era candidato a mejor actor por El padrino. Brando, embarcado entonces en la lucha por los derechos de los indios americanos, envió en su nombre a Pequeña Pluma Sacheen. El actor ganó y la joven india recogió la estatuilla en su nombre. Pequeña Pluma llevaba un discurso escrito por el actor, pero el productor, Howard Koch, le prohibió hacer uso de él. Rodeada de máxima presión, Pequeña Pluma improvisó unas palabras en nombre de su pueblo. “Yo me sentí orgulloso de ella”, recuerda Brando en sus memorias. “La estatuilla no sé si llegaron a enviármela, no sé dónde está ahora.”
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