ESPECTáCULOS
› “EL DISCIPULO”, CON AL PACINO Y COLIN FARRELL
Nunca confíes en un espía de la CIA
La película dirigida por Roger Donaldson confirma el meteórico ascenso que consiguió en Hollywood el protagonista de “Daredevil”.
› Por Horacio Bernades
El mantra que la película machaca hasta el hartazgo (“Nada es lo que parece”), la reiterada recurrencia a fragmentos filmados como método de apoyo para la instrucción de novatos y el propio hecho de que la práctica cinematográfica y la de los espías comparten ciertos resortes básicos –en ambos todo es representación, engaño y simulacro– pueden llevar a pensar El discípulo como una sofisticada reflexión sobre el cine, a partir del espionaje. Nada de eso. Lo que era válido para la primera Misión imposible (obsesivo del cine como arte de la simulación y el engaño, Brian de Palma sí multiplicaba el juego de espejos) no lo es para El discípulo, que más que desarrollar ese paralelismo parecería toparse con él, sacándoselo de encima para caliente.
Lo más relevante de El discípulo es, al cabo, un mero dato estadístico. La película dirigida por el australiano Roger Donaldson confirma el meteórico ascenso a las ligas mayores de Hollywood del irlandés Colin Farrell –a quien se viera en Sentencia previa y Daredevil—, que de aquí a fin de año tiene nada menos que media docena de películas en fila de estreno. Para Farrell –que comparte con el astro de El Padrino, Sérpico y Tarde de perros un estilo de actuación caracterizado por la hipervisibilidad– darle las réplicas al cada vez más autocaricatural Al Pacino debe haber sido como tocar el cielo con las manos. De hecho, la relación de maestro y discípulo que la ficción plantea entre los personajes de ambos es sin duda reflejo de la existente entre los actores. Farrell es aquí James Clayton, geniecillo de la programación de computadoras a quien Walter Burke (Pacino, cuya barbita candado y teñido a la carmela recuerdan más al cantante Billy Caffaro que al animador Claudio Morgado) se le arrima una noche en el pub donde trabaja, para ofrecerle entrar a la CIA. Así nomás. Con la misma facilidad con que Burke se lo ofrece, Farrell acepta. Es verdad que Burke “engancha” al nuevo candidato con la promesa de hacerle saber finalmente cómo y por qué desapareció su padre, ingeniero de la Shell desaparecido en Perú, tiempo atrás. Desde las primeras escenas se sabe que la trama estará llena de traiciones y engaños. Pero como la película parecería no estar del todo segura de que esto se haya percibido, Pacino repite una y otra vez aquello de que “Nada es lo que parece”. Después de tantas advertencias, que nadie se queje cuando los aliados se vuelvan traidores y cuando los presuntos maestros se revelen como... bueno, ya cada uno lo descubrirá por su cuenta.
Es curioso lo que ocurre con El discípulo. La película pretende envolver al espectador en una trama conspirativa tan retorcida como es propio del género, pero lo que está en juego es ínfimo: no el destino del mundo, sino la mera aprobación del examen de ingreso a la CIA por parte de un grupo de aspirantes. Así, el espectador no sufre por la vida del héroe, sino por el hecho de que pase cada test con eficacia. Con lo cual, El discípulo invita a verla más como una versión-CIA de “Generación pop”, que como actualización de Tres días del cóndor. Coherente con esta miniturización resulta la revelación final, cuando se devela que la superrecontraconspiración que se esconde detrás de todo esto no aspira a un cambio en las relaciones de poder internacionales sino a la simpleretribución que un burócrata reclama por los servicios prestados. No hay más que comparar El discípulo con la más estricta actualidad para confirmar que en el presente, los grandes relatos (conspiraciones a gran escala, rediseño planetario, control del mundo por la fuerza y las armas) no pasan ya por Hollywood, sino por “Telenoche informa”.