ESPECTáCULOS
› OBRA IMPACTANTE EN EL CETC
Un bello cautiverio
› Por Diego Fischerman
En La belle captive confluyen varias fuentes: un texto de Robbe-Grillet, unos cuadros de Magritte, el cautiverio de algunas mujeres que escribieron poemas en la ESMA. Además, una música que remite a una especie de rock de discoteca, al tecno y, en las canciones (claramente diferenciadas estilísticamente del resto de la música) a un lirismo modal, apoyado en unos pocos acordes à la Satie tocados en un piano grabado. Las voces son la de la excelente actriz Analía Couceyro, que dice estos textos (en los que no hay referencias explícitas al cautiverio) con una declarada falta de énfasis, y la de la cantante Carla Filipcic. Hay, además, una fantástica idea escénica: las acciones, mínimas, de la actriz, transcurren casi en su totalidad, detrás de la pantalla en la que también se proyectan imágenes de video –la ciudad, quemada por la luz; los pasillos del Colón; algunos primerísimos planos de Couceyro–, de manera que esa superficie es, en realidad, la que media todo el relato. La iluminación, exquisita y sugerente, colabora con la inquietud provocada por esas imágenes. Con un tono general sumamente atractivo, en que el contraste entre la música y la naturaleza de los textos no es un hecho menor, hay algunas cuestiones en las que la obra flaquea: la repetición literal entre algunas de las acciones y las palabras, algunas antigüedades como la idea del espejo y una conexión con los poemas elegidos que no llega a trascender un aspecto un poco exterior y decorativo. Muchos de los textos, tal vez por errores de traducción, resultan sumamente estandarizados y el hecho de que algunos de ellos pertenezcan a cautivas de la ESMA no llega a convertirse en una materia esencial de la obra.