ESPECTáCULOS
› A PARTIR DE MAÑANA, PAGINA/12 REEDITA LOS PRIMEROS DISCOS DE ANDRES CALAMARO
Retrato del artista adolescente
La colección incluye “Hotel Calamaro”, “Vida cruel” y “Nadie sale vivo de aquí”, tres álbumes indispensables para entender la evolución de un músico fundamental de los últimos veinte años. Se trata de una etapa que puede mirarse como un eslabón entre Los Abuelos de la Nada y Los Rodríguez.
Por Claudio Kleiman
Repitiendo una parábola tristemente familiar, Andrés Calamaro triunfó en España antes de ser reconocido en la Argentina, primero con su grupo Los Rodríguez y luego con el inmensamente exitoso Alta Suciedad, que a su vez abrió el camino para su conversión en artista de culto, con trabajos desafiantes e inclasificables como Honestidad Brutal y El Salmón.
Pero hay una historia casi oculta que cubre el bache entre Los Abuelos de la Nada y Los Rodríguez, que son sus primeros pasos como artista solista en nuestro país. Esa historia puede ser (re)descubierta ahora a través de la colección que comienza a publicar Página/12 a partir de mañana, que incluye los álbumes Hotel Calamaro, Vida cruel y Nadie sale vivo de aquí, este último un trabajo que ya ha alcanzado dimensión legendaria.
El ingeniero de grabación y productor Mario Breuer fue la “mano derecha” de Calamaro durante toda su primera etapa como solista. “Conocí a Andrés cuando tenía 15 años, en 1978, grabando el disco B.O.V.Dombe de Raíces en los estudios de Fonema. Nos hicimos amigos y unos años después yo me fui a estudiar ingeniería de grabación a Estados Unidos. Al poco tiempo, él se apareció por mi casa en Los Angeles y vivimos juntos durante un par de meses. Allí, bajo estados alterados, hicimos juramentos y promesas sobre nuestro futuro. Soñamos con tocar con Charly García, hacer giras, tenerlo a Spinetta en el estudio, grabar con David Lebón, y todo el tiempo Andrés me hablaba de que quería tener una banda que tocara una música un poco latina, con algo de funk, de rock, de reggae. Yo le explicaba que ese tipo de bandas no existía, que era una cosa o la otra. Una vez más me equivoqué, y terminó teniendo una banda donde se hacía una música latina, que tenía fusión, rock, reggae, funk: se llamó Los Abuelos de la Nada. Todos esos sueños y promesas eran cosas medio difíciles de alcanzar, nos pusimos un plazo de diez años. Teníamos todo cumplido en menos de tres años.”
Mario Breuer también fue el encargado de montar, con Ernesto Soca y Gustavo Donés, el Estudio del Jardín, que se transformaría en un verdadero epicentro del rock argentino durante la década del 80. Allí se hicieron los primeros demos de Los Abuelos; además Andrés concurría asiduamente con su colega inseparable, el guitarrista Gringui Herrera (autor del hit de los Abuelos, “Tristeza de la ciudad”), para plasmar los temas de la Elmer Band, uno de los tantos subgrupos under que a Calamaro le gustaba armar para despuntar el vicio de componer, arreglar y grabar. Varios de esos temas irían a integrar su primer disco como solista.
Hotel Calamaro
Hacia 1984, Los Abuelos, que estaban pasando por su mejor momento en términos de éxito comercial, atravesaban un período altamente inestable. Tantas personalidades fuertes en un grupo suelen conducir a los inevitables choques de ego, y en Los Abuelos existían varios compositores, además del propio Andrés. Miguel Abuelo, por supuesto, pero también –en distintas combinaciones– Cachorro López, Gustavo Bazterrica y Daniel Melingo, que fue el primero en abandonar el barco, cuando el éxito de Los Twist –de los que también formaba parte– hizo imposible la doble pertenencia. Calamaro empezó a adquirir un perfil propio como el compositor de hits del grupo: en el primer LP fue “Sin gamulán”, en el segundo “Mil horas”. Prolífico desde siempre, era inevitable que comenzara a vislumbrar un futuro como solista.
Es como si, paralelamente con el que sería el tercer álbum de Los Abuelos, Himno de mi corazón, Calamaro graba y edita en ese año su primer álbum como solista, Hotel Calamaro. La alusión a The Doors en el título (Morrison Hotel era uno de los discos más conocidos de ese grupo) muestra la intención de Andrés –ya desde el comienzo– de insertarse en la historia grande del rock. Pero en lo musical, las referencias eran otras.
El sonido bien ochenta de este disco remite a Los Abuelos y al primer Charly García, de cuya banda Andrés también había participado. Justamente, Charly produce cuatro temas de Hotel, en los que participa su banda de entonces: Pablo Guyot, Alfredo Toth y Willy Iturri (que a la vez eran GIT). Entre ellos, el que sería el éxito del LP, “Fabio Zerpa tiene razón”, que cuenta con un monólogo –entre naïf y desopilante– del propio Zerpa. La lista de invitados es una buena muestra de la intención integradora de Andrés y su proverbial avidez por fagocitar e integrar todo tipo de música (y músicos), más allá de estilos y personalidades. David Lebón aporta un par de solos que tienen su sello inconfundible, y aparecen desde Pipo Cipollatti y Fabiana Cantilo (en “Detenida”, un twist que pertenecía al repertorio de Los Almirantes, otro subgrupo que integraban Calamaro y Pipo) hasta el trío vocal folk Oveja Negra, en “La vi comprándose un sostén”. Otro Abuelo, el vasco Bazterrica, toca guitarra y contribuye con un complejo arreglo coral en “Radio actividad radial”. Sin embargo, Calamaro está solo en el que sería uno de los temas más perdurables del álbum, quizá la primera de esas características baladas que en años sucesivos le ganarían un devoto público femenino, “No me pidas que no sea un inconsciente”.
Vida cruel
Para su álbum siguiente, Vida cruel, Calamaro ya había abandonado definitivamente a Los Abuelos, no sin antes dejarles un último hit como regalo de despedida, “Costumbres argentinas”. Corría 1985, el dark hacía estragos entre la juventud porteña, y Calamaro decide cambiar su perfil de ídolo teen y fabricante de hits, por uno mucho más oscuro, desesperanzado, enigmático. Esto se hace patente ya desde el título y el arte de tapa, que lo muestra con uno de esos sobretodos largos que eran el uniforme de todo dark y gótico que se preciara de tal. Para ello, recluta dos de los músicos que estaban a la vanguardia del movimiento: el guitarrista Richard Coleman –líder de Fricción, protegido de Cerati– y el baterista Fernando Samalea, que tocaba simultáneamente en Fricción y Clap, grupo liderado por Diego Frenkel. A ellos se sumaron Cano (bajista de Los Twist), el infaltable Gringui Herrera y Fabián Quintiero. En el disco abundan las marcas del sonido dark de los ochenta: secuencias, baterías electrónicas, sintetizadores y saxos (a cargo de El Gonzo, Petinatto y Melingo). Las influencias de Spandau Ballet, Prince, Joe Jackson, The Cars, Frankie Goes To Hollywood, Y.M.O., Elvis Costello, son claramente detectables.
Hay dos “super session” (Andrés dixit) remarcables tanto por los temas en sí como por las implicancias que guardan en relación con el pasado y futuro de Calamaro: “Vi la raya” (título ochentoso si los hay) reúne en un mismo tema a Charly y Spinetta, concretando uno de los sueños que habían fantaseado junto con Breuer años atrás. “Acto simple” (donde también participa Stuka, de Los Violadores) es la primera colaboración de Andrés con Ariel Rot, guitarrista argentino radicado en España que había tenido éxito en ese país con Tequila, grupo dirigido al público adolescente. Algunos años después, Rot se uniría a la banda solista de Andrés, y más adelante ambos iniciaban en España la aventura de Los Rodríguez.
“Vida cruel pinta un poco el clima de la época, pero también el período azul y negro de Andrés, como los colores de tapa. El tenía algunos días realmente oscuros. Sin embargo es mi disco favorito”, dice Breuer. “Lo hicimos muy juntos. Un día estaba con problemas, de un humor pésimo, y quería abandonar la sesión. Yo le dije que volcara todo eso en un tema, y ahí nomás salió ‘Principios’, que dice ‘ellos se van a morir primero’.”
En una nota realizada por este cronista para la revista Cantarock, Calamaro definía así a Vida cruel: “Los dos lados son diferentes. El ladoA es en tonalidad menor, más áspero y nocturno, de sesiones de grabación y mitología neuropsiquiátrica. El lado B es más luminoso y mayor, con temas más tradicionales del rock lento, de la canción rock y la balada”. La edición que publica Página/12 restituye la secuencia original del LP (que había sido alterada erróneamente en las anteriores ediciones en CD). También repara un error aún más garrafal: la desaparición (atribuible a esos típicos descuidos de las grabadoras) del tema “Sobran habitaciones”, uno de los puntos altos del álbum. Si Hotel Calamaro había recibido palos de la prensa y obtenido un relativo éxito comercial (limitado, porque Andrés no pudo presentarlo en vivo al encontrarse aun en Los Abuelos), Vida cruel conoció un destino inverso: tuvo cierto reconocimiento de la crítica, pero fue ignorado por el público.
Nadie sale vivo de aquí
Calamaro se retrae de los escenarios (aunque siguió siendo una presencia constante, tocando como invitado con grupos y artistas amigos) y se recluye en los estudios, aplicando lo aprendido en esos años a su nuevo rol como productor. Durante 1986-87 consigue varios éxitos resonantes, con álbumes de Don Cornelio y La Zona, Enanitos Verdes y Los Fabulosos Cadillacs (el recordado Yo te avisé). Pero el bichito del rock no abandona a quienes alguna vez ha picado, y pronto Andrés vuelve a sentir la fiebre del escenario. Allí es cuando decide ensamblar una nueva banda para afrontar su próximo proyecto. En las guitarras, Ariel Rot y –una vez más– Gringui Herrera. La base rítmica ya venía armada, porque llevaban años peleándola en Autobús: “El Alemán” Alejandro Schazenbach en bajo y Ricardo González en batería. Era una banda de rock, que encajaba con el nuevo perfil del cambiante Andrés: ya no era el ídolo teen ni el chico dark, ahora aparecía como un cantante-compositor rockero con un sonido más duro y una poética al tono, un artista en tránsito hacia la adultez. Con esta formación, Calamaro registra sus dos discos siguientes, Por mirarte (1988) y Nadie sale vivo de aquí (1989). Pero es realmente este último, considerado el “disco maldito” de Andrés, el que define el perfil que marcaría su rumbo de allí en más.
Allí mostraba también la absorción de una nueva serie de influencias que marcarían a fuego su poesía, sus melodías, su manera de decir las letras, su forma de plantarse ante la canción. Fundamentalmente Lou Reed y Tom Waits, pero también el compositor mexicano José Alfredo Jiménez, y es probable que Dylan ya empezara a aparecer en su vida. Este ya es un Calamaro pleno de urgencias y desasosiegos. Las cosas ya no son en blanco y negro; la vida y el mundo en el que ésta transcurre se han vuelto demasiado complicados. Aquí todo es creíble: los himnos guitarreros para la carretera (“Pero sin sangre” “Señoritas”), las canciones de corazones destrozados (“Pasemos a otro tema”, “Señal que te he perdido”), los himnos mexicanos para cantar con coro de borrachos (“No tengo tiempo”, “Adiós, amigos, adiós”, que luego volvería a hacer con Los Rodríguez), y hasta un poema de conmovedora brevedad, “Vietnam”, que aparece en dos versiones (una de ellas, junto a Cerati y Fito): “Nuestro Vietnam, hecho de saliva y sangre, es verdad. Y tal vez no te voy a perdonar, nuestro Vietnam”. El caos social que se despliega a su alrededor (1989 fue el año de la hiperinflación y los saqueos) ayuda a cincelar los versos con una pátina del más crudo realismo. Calamaro se encuentra en una encrucijada de la que sólo se puede huir hacia adelante.
Aunque algunos críticos consagran a Nadie sale vivo de aquí como Disco del Año, en 1990 Calamaro decide dar una vuelta de página y viaja a España. Allí recluta a otro ex Tequila, el guitarrista Juan Infante, para abrir el siguiente capítulo de su carrera, Los Rodríguez. Con ellos conocería el éxito que le fue negado durante toda su primera etapa como solista en la Argentina. Pero Calamaro, tanto ahora como entonces, aceptalos riesgos y sus consecuencias. Por algo decía aquello de “Nadie sale vivo de aquí pero igual me metí”.
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