Jue 08.05.2003

ESPECTáCULOS

“Cien pasos” en la lucha contra el poder mafioso

› Por Horacio Bernades

Ganadora de varios premios en la edición 2000 del Festival de Venecia y candidata al Oscar al Mejor Film Extranjero un par de años atrás, Cien pasos es una de esas películas que entroncan con una tradición cinematográfica muy específica. En este caso se trata del cine político italiano de los años 60, con el que el film de Carlo Tullio Giordana (quien en días más presentará su film más reciente en el Festival de Cannes) se liga mediante una cita explícita a Manos sucias sobre la ciudad, título clave de esa corriente. Si en aquella película de comienzos de los ‘60 Francesco Rosi aludía a la corrupción política de la sociedad italiana a través de una historia de ficción, en Cien pasos Giordana invierte el mecanismo, narrando, como si se tratara de pura ficción, la trágica historia de un personaje real, que durante los años 60 y 70 desafió el largo brazo del poder mafioso.
Revelado recién en la secuencia de cierre, el recurso de Giordana –cuyo revulsivo documental Pasolini, un delito italiano representó, años atrás, una de las más feroces diatribas contra la vida política italiana del presente– alcanza máximo poder disuasivo. La historia que cuenta Cien pasos es la de Giuseppe Impastato, un muchacho de Cinisi, Palermo, que durante dos de las décadas más politizadas del siglo XX se dedicó a denunciar sistemáticamente (poniendo obviamente en juego su vida) el enraizado enquistamiento de la mafia en su ciudad. Nacido él mismo en el seno de una familia con relaciones mafiosas, tras vincularse con el Partido Comunista Giuseppe se rebeló contra el sacrosanto orden familiar y patriarcal. Y terminó mojándole la oreja al capo local (amigo personal de su padre) mediante emisiones en una radio clandestina, en las que se burlaba del todopoderoso padrone y ponía en tela de juicio a toda la comunidad.
Buscando inspiración en su coterráneo Leonardo Sciascia (quien en sus ficciones sacó reiteradamente a la luz los lazos y brazos del poder mafioso), Giordana se atiene al más clásico canon del realismo all’italiana, narrando la saga de su héroe de modo tan lineal, directo y transparente que bien podría achacársele la intención de reflotar el realismo socialista por sí solo. La amenaza de chatura estética y expositiva que asoma en los primeros tramos de la película, cuando el protagonista es un niño, se ve contrarrestada a partir del momento en que Giuseppe (el excelente Luigi Lo Cascio, ganador del David de Donatello al Mejor Actor Protagónico) define una personalidad caracterizada por la exuberancia, los grandes gestos teatrales y una sed de vivir que es también la de una generación y una época.
En las antípodas de esos héroes muy conscientes y responsables que poblaron el cine político de los 60, Giuseppe parecería –en su permanente agitación, en su voluntad de escándalo, en el lúdico ejercicio de su desesperación– reflejar el espíritu de época y hasta anticipar tal vez el punk de los ‘70. Su desfachatada commedia dell’arte radial, sus bromas públicas convertidas en acción directa y sus imaginativos juegos de palabras sirven para eliminar de Cien pasos todo posible sobrepeso de seriedad y le permiten ganar un dinamismo, una energía juvenil y unavitalidad que la aproximan a las películas del romano Gabriele Muccino, el de El último beso.
Tal vez arrastradas por ese mismo atropello vienen también las disparidades de Cien pasos. Quizás la más chocante sea la casi total negación de las figuras femeninas: más allá de la mamma (obviamente omnipresente) y de alguna ocasional y liberada turista sajona, en la película parecería haber tan poco lugar para las mujeres como en la propia Cinisi. Del mismo modo, resulta abrupto y forzado el remate, súbita erupción de politización en una ciudad a la que, tal como la propia película denuncia, hasta entonces no parecía haberle sobrado coraje cívico.

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