ESPECTáCULOS
“Gore”, un raro ejercicio teatral protagonizado por extraterrestres
La obra de Javier Daulte se propone como una revisión escénica del terror de bajo presupuesto, con momentos bien inspirados.
› Por Cecilia Hopkins
“El significado de la palabra Gore –explica el programa de mano de la obra homónima de Daulte– es puñalada, pero la popularidad del término se debe al subgénero cinematográfico Clase B, donde la sangre y la violencia explícita son protagonistas.” En efecto, la trama que propone Gore se inspira en temas característicos de ciertos films bizarros. Concreta así una realidad escénica francamente risible y a la vez intensamente dramática. La obra de Daulte se torna creíble, paradójicamente, partiendo de un planteo por demás inverosímil, remitiéndose a los códigos de la ciencia ficción –literaria, cinematográfica, televisiva– de bajo presupuesto. Estrenada hace más de un año por un grupo de alumnos del autor y director, la obra vuelve a escena después de una exitosa gira por España.
Algunos minutos de gritos y silencios sorpresivos operan a modo de prólogo. La profusa actividad que despliegan los personajes en sus violentas entradas y salidas se aquieta en torno a una escena que funciona como señal de partida. Allí, dos forasteros intentan comunicarse con gente del lugar y, al no comprenderse, fracasa todo intento de colaboración al tiempo que se generan fatales tergiversaciones. Los extranjeros son, aunque su aspecto no lo haga suponer, una pareja de extraterrestres que tiene la misión de salvar a su especie, para lo cual decide elegir sus víctimas entre los habitantes de un difuso barrio cercano a un puerto y ligado al contrabando. Y aunque la incomprensión entre los personajes se produce por el mutuo desconocimiento del idioma que manejan, la falta de entendimiento –por torpeza, abulia o desinterés– está a la orden del día entre unos y otros. En convincente friso, una serie de personajes marginales se entrelazan en brutales relaciones de amor y sometimiento que poco varían aun cuando deben agruparse en torno al enemigo común. La pareja de extraterrestres –que también se encuentra enredada en una relación tortuosa– debe encontrar por las suyas las estrategias que les permitan seguir habitando su planeta, lidiando contra sentimientos tan humanos como los celos y la envidia.
El accionar de los curiosos seres trae consigo un conjunto de códigos secretos y explicaciones científicas de lo más extravagantes. Al momento de despejar incógnitas, las operaciones deductivas de los atormentados personajes que sufren la amenaza de los recién llegados recuerdan los pretendidamente magistrales ejercicios de lógica con los que se lucía Batman, al desentrañar el significado de los acertijos enviados por sus archienemigos.
Pero lejos de emular una tecnología resuelta con computadoras de utilería, la creatividad de Gore propone otras leyes para hacer creíbles sus portentosas comunicaciones interplanetarias. En cuanto a la violencia a la que alude el título, casi nada sangriento ocurre enteramente a la vista del espectador, sino que los cuerpos martirizados por las insólitas intervenciones quirúrgicas de los invasores apenas pueden entreverse. O imaginarse, a partir de los gritos que llegan de afuera.
Por otra parte, el tema del tiempo –como es de rigor en toda obra de ciencia ficción– merece en la trama un espacio privilegiado. Este paréntesis se abre cuando uno de los personajes elabora sus filosóficas conclusiones a modo de elucubración edificante. Y con su discurso –uno de los momentos más humorísticos y extrañantes de la puesta– le aplica una vuelta de tuerca al mensajismo aleccionador que de tanto en tanto asoma en el teatro.