Mié 21.05.2003

ESPECTáCULOS

“La escritura, en teatro, debe ser un interrogante”

El dramaturgo Ricardo Monti estrena mañana “No te soltaré hasta que me bendigas”, una pieza de inspiración bíblica, protagonizada por sendos alter ego de Julio Argentino Roca y Sarah Bernhardt.

› Por Hilda Cabrera

El título del nuevo estreno del dramaturgo Ricardo Monti no es de los que pasan inadvertidos. No te soltaré hasta que me bendigas fue escrita en 1999, pero recién ahora se apropia de la escena en un montaje de Mónica Viñao, quien ya experimentó con otras piezas de este autor: Asunción y Finlandia. Antes de esta puesta, que se verá a partir de mañana en la Sala Orestes Caviglia del Teatro Cervantes, la obra fue presentada en ciclos de lectura, uno de éstos realizado en París y con traducción de la investigadora teatral Françoise Thanas. En diálogo con Página/12, Monti aclara que en francés se la conoce como Hotel Columbus y que, respecto de Viñao, no dudó en entregar el texto a esta directora, maravillado ante sus observaciones. “Estas revelaban su profunda intuición”, apunta, conforme además con el elenco integrado por Luis Solanas y Néstor Sánchez. La escenografía y el vestuario fueron diseñados por Luciana Gutman, quien comparte la responsabilidad de las luces con Viñao, asistida por Jorge Rod.
El título de la obra surge de un pasaje del Antiguo Testamento, y la frase es dicha por Jacob (hijo de Isaac y Rebeca), en lucha con un ángel. “Soy lector de la Biblia, y siempre me atrajo ese episodio”, cuenta Monti, creador, entre otras valiosas piezas, de Una noche con el señor Magnus e hijos, Historia tendenciosa de la clase media, Visita, Marathon, Una pasión sudamericana y La oscuridad de la razón, donde una María (versión de Clitemnestra) llama a su hija Alma (Electra) con palabras demoledoras: “Ven, oscura/ me das pena/ siempre en sombras de muerte/ y la vida es este brillo mate/ fugaz/ que se acaba”. No te soltaré... anuda alegoría y misterio, y no sólo por aquella lucha con un ángel, “que en las traducciones es identificado a veces como varón y otras como alguien, o una presencia o Dios”.
–¿Relaciona esa imposición a ser bendecido con un deseo de felicidad?
–Diría que, en algún aspecto, con el deseo de identidad, porque después de esa lucha Jacob cambia de nombre (Israel, según el relato bíblico). Pero la relación de la obra con ese pasaje no significa que el tema sea Jacob. Utilizo ese episodio como metáfora. En el origen de No te soltaré... hay una mezcla de imágenes del presente y otras que se formaron en mí hace tiempo. Algunas se remontan a los ‘70, a la época en que escribí Una noche con el señor Magnus... Los personajes de Roca y Sarah surgen también de un anterior proyecto que abandoné. Ahí reunía a dos figuras importantes de la política y del arte, que fueron amantes: el estadista francés Adolphe Thiers y la actriz Sarah Bernhardt. Me interesaba tratar la relación entre poder y teatro, frecuente en casi todas las épocas y países, incluido el nuestro. Retomé el proyecto recién después de leer un artículo periodístico sobre una reunión de presidentes latinoamericanos en Ecuador. Me extrañó que ese encuentro se realizara en un hotel (el Colón) rodeado de un barrio de malandrines, prostitutas y travestis, donde se había practicado preventivamente una razzia. Recuperé aquella historia de Thiers, pero esta vez el personaje no sería un presidente sino uno de sus custodios.
–O sea, un servidor del poder...
–Que suele ser teatralmente más interesante que un poderoso. También se me ocurrió que un travesti de ese barrio se había perdido en el hotel y que al encontrarse con el custodio había establecido un pacto. La obra es un thriller en el que Roca (por el presidente Julio Argentino Roca) y Sarah (por Bernhardt), mantienen durante el tiempo que dura el espectáculo una ficción que para ellos se convierte en “estados de la verdad”. La relación es de presidente y señora, pero siempre en un clima de misterio.
–Una atmósfera que instaló en otras obras, en algunas como transfiguraciones...
–Pero aquí el suspenso es extremo. Quizá porque mientras la escribía no imaginaba su fin. Si uno se ata a una idea previa, la obra va perdiendo interés, porque se convierte en ilustración de un pensamiento. Cuando esto ocurre, no queda nada por descubrir, y el espectador lo advierte. El proceso de escritura debe ser un continuo interrogante.
–¿La búsqueda de la “bendición” implica la necesidad de trascendencia?
–El custodio y el travesti son dos pobrecitos de la vida. Roca está un poco pirucho pero quiere ser presidente, y Sarah una gran actriz. Trascender, salir de la cárcel de uno mismo, es un deseo de estos personajes y de todos. No importa el nivel social ni el trabajo de cada uno. No vivimos en una sociedad que propicie la trascendencia, pero tampoco existe ese algo que pueda destruir ese deseo. Esta es una época de quiebre, donde muchos no podemos imaginar siquiera el futuro cercano. Este año, los organizadores del Festival Internacional de Buenos Aires nos pidieron a Roberto Cossa, Eduardo Pavlovsky y a mí que escribiéramos cada uno un monólogo para un espectáculo con un título común: Yo manifiesto. El título no me parece adecuado, la gente puede pensar que es un panfleto, pero la propuesta es mostrar a través de un monólogo una visión de la Argentina de hoy, teniendo en cuenta los sucesos del 19 y 20 de diciembre.
–¿Y cuál es su visión?
–La de mi personaje es casi apocalíptica, quizá porque en mi experiencia diaria veo que son pocos los que se aventuran a proyectar su vida más allá de un mes.
–¿Ese pesimismo no va en contra de sus propios planes?
–Parece que no, porque tengo dos por delante, sólo que ahora necesito saber si No te soltaré... tiene o no eficacia escénica, “cerrarla”, despegarme de ella con este estreno para recién avanzar con otro trabajo.

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