ESPECTáCULOS
› “MATRIX: RECARGADO”, DE LOS HERMANOS ANDY Y LARRY WACHOWSKI
Acción filosófica, en un film espectacular
La segunda parte de la trilogía es una golosina tanto para los consumidores de escenas de acción como para los fanáticos de la computación. Sin embargo, pierde en la comparación con la primera.
› Por Martín Pérez
Con Neo viendo la Matrix tal cual es, venciendo a sus enemigos con una mano en la espalda, y volando hacia la cámara, cual Superman. Así es como cuatro años atrás terminaba The Matrix, dejando al espectador converso en un saludable estado de exaltación. Aquella energía, añejada, es la que acompaña el espectacular lanzamiento de Matrix: Recargado, una película que es apenas la cabeza de playa de una invasión virtual cada vez más desarrollada. Un universo propio que desembocará en un opus final de la trilogía, llamado Matrix: Revoluciones, que los hermanos Wachowski querían estrenar apenas dos meses después del primer film. Un deseo que fue retrasado hasta noviembre por el conglomerado mediático de AOL Warner –la verdadera Matrix– que financia sus aventuras. Y necesita disponer de un tiempo prudencial para poder venderlas.
Considerada originalmente por sus realizadores como una película de acción con cerebro, The Matrix fue un film que formateó –algo que ahora queda más claro que nunca– a más de una generación de espectadores. Y el neologismo informático nunca estuvo mejor utilizado. Porque la creación de los hermanos Wachowski es un violento ballet metafísico y virtual sobre un futuro dominado por las máquinas, para un público que sino ha alcanzado a atisbar ya algo semejante, seguramente llegará a verlo. O al menos a pensar en él. Pero en el evidente poder del mundo creado por los Wachowski está el germen de su propia destrucción. Como metáfora y como espectáculo. Al abrazar generosamente ambas posibilidades, Matrix: Recargado como película es una obviedad francamente espectacular, condenada a correr detrás de una idea a la que le alcanza con ser un viaje de ida para llevarse todo por delante y abarcarlo todo, incluso estos nuevos films.
La nueva entrega de los Wachowski arranca luego de que Neo ha aceptado ser the One, o sea: “el elegido”. Pero aun sin saber realmente lo que eso significa. Todo comienza con Neo durmiendo abrazado a Trinity, y soñando con el espectacular final de esta nueva película. Un final trágico, un destino del que luchará por escapar mientras corre hacia él. Regresando a Zion –la última ciudad humana libre en un mundo dominado por las máquinas– para escapar de ella y así poder salvarla de su destrucción, Neo irá a reencontrarse con el Oráculo para saber cómo cumplir la profecía. Pero la acción recomenzará sólo al volver a conectarse a la Matrix, el lugar de las escenas más espectaculares del film. Y la fuente del poder de un film paradójico, que –como escribieron los críticos del diario francés Libération– “al igual que la religión, el psicoanálisis y las drogas, conecta y desconecta los espíritus... ¡al mismo tiempo!”. Apocalíptico e integrado en un mismo movimiento, la obra de los Wachowski es producto consumido a través de la misma Matrix a la que delata su visión apocalíptica de los medios masivos. Porque sólo a través de ellos –tal como sucede en el film– es posible revelar su trampa, así como disfrutar del espectáculo.
Tras haberse centrado en las dudas sobre lo real y lo que no lo es en su primer opus, esta nueva Matrix avanza sobre las paradojas del destino y el libre albedrío, mientras todo se construye y se destruye ante una mirada que no puede dejar de sonreír gozosa ante semejante espectacular gratuidad. Doblando la apuesta tanto en personajes como en escenas de acción, e incluso multiplicándose hasta lo indecible a la hora de reintroducir esa perfecta némesis de Neo que es el agente Smith, Matrix: Recargado es –en sincronía con su paradojal naturaleza– al mismo tiempo la secuela perfecta y una desilusión. Todos los “pero” son evidentes y comprensibles, así como su funcionamiento es ejemplar. Más real que el mundo real, esta segunda Matrix perfecciona la comprensión de su virtualidad, y es toda golosina tanto para los consumidores de las escenas de acción así como para los fanáticos de la computación, diluyendo al mundo real (y al mundo del entretenimiento) en metáforas informáticas.
Concepto antes que película, colosal emprendimiento económico antes que un producto transcultural, Matrix Reloaded sufre de todos los problemas implícitos del vagón del medio de una trilogía: no tiene la sorpresa de la revelación, ni la excitación del clímax. Pero allí están todos los brillos de nuevos personajes, nuevas persecuciones, nuevas y múltiples explosiones. Lo que faltan son los conejos blancos, y las cucharas que no existen. Esta vez no hay demasiadas revelaciones, sino más bien una espectacular recarga. No podía ser para menos con una franquicia cuya entrega original costó 65 millones de dólares para terminar recaudando 458 en todo el mundo. Esta vez se han gastado unos 300 millones en filmar dos películas que dominarán la atención durante todo un año. Un año en el que la Matrix, lejos de ser vencida, seguirá creciendo. Una paradoja con la que la fantasía de los Wachowski encarna desde aquel primer film. Y que para ver cómo se resuelve habrá que esperar a las Revoluciones. Como corresponde.