ESPECTáCULOS
› ALFREDO ALCON Y ROBERTO VILLANUEVA EXPLICAN “LAS VARIACIONES GOLDBERG”
“En el teatro nunca hay que pedir perdón”
El actor y el director relatan que la obra “no busca la polémica, pero sería interesante que el ambiente se mueva”. Sobre un texto de George Tabori, “Las variaciones...” plantea un humor denso y burlón, apoyado en la idea de que debe vivirse “entre la escatología y el deseo de ser sublimes”.
› Por Hilda Cabrera
“Empezamos con un crimen, la muerte de Abel por Caín, y terminamos con otro, el de la crucifixión.” La síntesis es del director Roberto Villanueva al referirse a Las variaciones Goldberg, de George Tabori, obra que subió a escena anoche en el Teatro San Martín, tiene como protagonista a Alfredo Alcón y cumplirá temporada perfilándose como una de las puestas más interesantes del año. Es probable que aquella recurrencia se conecte (no por los crímenes sino por el formato musical) con la partitura que inspiró el título a Tabori, también autor de novelas, ensayos y guiones. De este artista, que nació en Budapest en 1914, emigró a Londres durante el nazismo e inició una intensa actividad artística en Inglaterra, Estados Unidos y tiempo después en Alemania, se vio tres años atrás la convocante Mein Kampf (una farsa), dirigida por Jorge Lavelli, también en el San Martín.
Las variaciones... es, como aquélla, una apuesta al humor más oscuro y burlón. Un ejemplo lo ofrecen las citas que preceden al texto: “Dios ha muerto”, frase que suscribe Nietzsche, y “Nietzsche ha muerto”, socarrona afirmación de un dios hipotético. En este montaje, acompañan a Alcón, entre otros intérpretes, Fabián Vena, en el papel de Goldberg; Marita Ballesteros, Gabo Correa y María Ibarreta. Entrevistados por Página/12, Villanueva y Alcón se refieren a la musicalidad de la puesta, que no sólo proviene de la introducción de fragmentos de “Las variaciones Goldberg”, de Johann Sebastian Bach, tomados de una grabación realizada en 1955 por el pianista Glenn Gould. La composición se abre y cierra con un aria, sobre cuya base realizó Bach treinta variaciones con el fin de que las interpretara Johann Gottlieb Goldberg, aventajado alumno suyo, para adormecer al insomne conde Kaiserling.
“La pieza de Tabori posee una estructura fragmentada, cuya unidad tendrá que descubrir el espectador”, puntualiza Villanueva. Y esto es en parte así porque la obra se presenta como un ensayo dirigido por un tal míster Jay (Alcón), que intenta desarrollar un tema inabarcable, la creación, asistido por el joven judío Goldberg. Jay es quien entre bromas, blasfemias y malhumor da forma a algunas de sus propias concepciones, por ejemplo la de que “en el teatro como en el amor no hay que pedir perdón” y que “nuestros triunfos y nuestras derrotas hablan por sí mismos”. “Alfredo lo dijo en el primer encuentro que tuvimos por esta obra –acota Villanueva–, Las variaciones... se asemeja a un auto sacramental: Jay hace el papel de Dios y queda involucrado en los sucesos.”
–¿Por qué se subraya el crimen como elemento central en la historia de la creación?
Roberto Villanueva: –Porque los hubo, y en cantidad, en la historia sagrada. Crímenes de grupos contra grupos, que, dicho de forma blasfema, concluyen con el de un padre que ofrece a su hijo, Cristo, supuestamente para salvar a la humanidad. Sin embargo, no hay castigo para los malvados, y entonces, como dice Jay, se inventa el perdón.
–¿Qué opinan de este humor sobre el texto bíblico que Tabori amplifica, abarcando a la actividad teatral?
Alfredo Alcón: –Tabori utiliza por momentos un humor muy basto y tonto, propio del chiste barato, como hacía Shakespeare en algunas de sus obras. En Macbeth, por ejemplo, donde mezcló lo trágico y sublime con lo escatológico. Me gusta esa mezcla, porque nosotros somos y vivimos así, entre la escatología y el deseo de ser sublimes.
R. V.: –La luz no existe sin la sombra, ni ésta sin aquélla. Si no fuera así, ¿qué sería de Rembrandt?
–¿Se trata de realizar un montaje basado en elementos contrarios?
R. V.: –No totalmente, pero me interesa ese juego que se da en la pintura. Trabajo sobre asociaciones. Me atrapó una fotografía publicada en un diario, y la asocié al asesinato. También algunos cuadros famosos. Pero todos ellos son citas apenas. Después desaparecen.
–¿Qué mostraba la fotografía?
R. V.: –A dos señores hablando en un espacio vacío que podía ser el patio de una fábrica. En un ángulo se veía un cúmulo de chatarra. Asocié eso con las variaciones, con lo que se renueva. Esa chatarra se me apareció como el resto de una cultura. En esa chatarra puede haber un piano como el de Goldberg. Imaginé el paso de una cultura a otra, siempre renovada, tanto en el área del llamado gran arte como en el de las cosas más sencillas y cotidianas.
–¿Por eso el atrevimiento de Tabori de introducir expresiones pedestres que pueden sonar blasfemas para quien sostiene un pensamiento ortodoxo?
A. A.: –Esas expresiones vulgares no son un invento de los traductores (aquí Pablo Gianera y Daniel Samoilovich). Se buscaron, eso sí, algunas equivalencias lingüísticas.
R. V.: –Se oyen groserías, como las que aparecen en las canciones de los judíos (que van in crescendo a partir de una presentación en la que dicen: “Somos los judíos/ somos tan cretinos/ como a ustedes les gusta pensar:/ Zurdos, lumpen, rufianes/ asquerosos perros/ que ladran a la luna sin parar”).
–¿Existe entonces una búsqueda de contrastes, sobre todo teniendo en cuenta la delicadeza musical de “Las variaciones Goldberg”?
R. V.: –Sí, entre esa música, de la que se utilizan sólo fragmentos, y la creada por Oscar Edelstein, quien se encarga también de la música incidental. Una obra de teatro debe conformar una unidad con todos los ritmos. En general, utilizo música en mis puestas, aunque yo sea un músico frustrado: de chico, los maestros me echaban de sus clases y en mi casa se dieron cuenta de que estaban malgastando el dinero.
A. A.: –En el teatro, las palabras son también un equivalente de la música. A mí me gusta que las actuaciones y la dirección se parezcan a un pentagrama, que tengan respiración y sonidos.
–En esta obra la nota discordante la da a menudo el mismo director Jay. ¿Por qué creen que sucede esto?
A. A.: –Jay, mi personaje, pretende armarlo todo, pero también lo desarma, y no se sabe por qué. Tal vez tenga la esperanza de que su asistente lo haga mejor que él. Manda ensayar, construye y destruye. Sabe que éste no es el mejor de los mundos posibles, pero sí que Goldberg tiene otro en su cabeza.
R. V.: –Tabori resuelve esa búsqueda de la esperanza con un verso de Paul Celan, dicho por Mr. Jay al retirarse del escenario.
A. A.: –“Aún quedan canciones por cantar más allá de los hombres”, y yo creo en eso, porque de lo contrario no me dedicaría al teatro. Puede parecer una cursilería, pero siempre hay un resto de voluntad para mantenerse vivo. Jay trata mal a los actores, es un inseguro y tiene miedo. Depende de Goldberg, aunque lo niegue. La suya no es simplemente una relación razonada entre director y asistente. Allí hay más sangre y comunicación: la misma que uno tiene con su propio brazo.
–¿Están preparados para la polémica?
R. V.: –No la buscamos, pero sería interesante que el ambiente se mueva un poco más y el público polemice entre sí.
A. A.: –Y sienta el aguijón por todo lo que pasa en el escenario, que reflexione y pueda reírse libremente de este humor negro y blasfemo de Tabori.