Lun 09.06.2003

ESPECTáCULOS  › LIA JELIN REFLEXIONA SOBRE LA OBRA “ARYENTAINS”

“Somos un país psicótico”

La directora teatral señala que en la pieza, basada en textos de Fontanarrosa, prevalece una mirada irónica sobre la pérdida de la nacionalidad, mientras escarba en las contradicciones argentinas.

› Por Silvina Friera

Después del éxito de Monólogos de la vagina, la directora Lía Jelín aceptó dirigir a un puñado de hombres dispuestos a exprimir la teatralidad de cinco cuentos de Usted no me lo va a creer, último libro del escritor y humorista rosarino Roberto Fontanarrosa. A simple vista, el viraje de la directora parece radical: del feminismo militante de las vaginas hacia una proclama furibunda de misóginos, reunidos en una mesa de bar para despotricar, como suele suceder, contra las mujeres, excepto las madres. Sin embargo, en Aryentains, que se presenta de jueves a domingos en el teatro Picadilly (Corrientes 1524), según señala Jelín en la entrevista con Página/12, prevalece una mirada ácida e irónica sobre la pérdida de la nacionalidad. “Soy argentino, tengo el corazón de este lado y el bolsillo del opuesto, soy argentino, sueño con caviar del importado, pero como tuco y pesto”, dice una de las canciones, que sintetiza las tensiones entre la realidad y la idiosincrasia de la sociedad argentina. Como en ese magistral relato en el que un argentino, en un aeropuerto, se encuentra con un estadounidense (de esos que con un poco de alcohol suelta pronto la lengua) que trabaja en el Pentágono, más precisamente en el Departamento de complots contra la Argentina. En esa larga espera, típica de un vuelo postergado, el argentino escucha una serie de confesiones inverosímiles y empieza a descubrir, casi al borde de la paranoia, el compendio de desgracias nacionales que truncan cualquier esperanza en un futuro diferente.
Adaptados por Atilio Veronelli, y protagonizados por Jean Pierre Noher, Coco Silly, Daniel Aráoz y Roly Serrano, los cuentos de Fontanarrosa hurgan con agudeza en los cimientos de eso que conforma el “ser nacional”, y operan como grandes condensadores de escenas. Por eso los relatos del escritor son esencialmente teatrales (y tan requeridos por actores y directores de todo el país); apuntalan con naturalidad episodios reconocibles, tan absurdos y delirantes que estallan por el peso paródico de sus propias contradicciones. “Son cinco cuentos que no parecen tener ningún tipo de vinculación entre sí”, aclara Jelín. “Pero siento que los une la idea de una Argentina cartonera. Desde que era chica y vivía en la Paternal, cerca de la avenida Warnes, y pasaba por la puerta de mi casa el botellero, hasta el actual cartonero, los argentinos caminamos en círculos cerrados, estamos siempre parados en el mismo lugar, sin rumbo y desorientados”, precisa la directora. “Argentina es un país un tanto psicótico. Una parte está conformada por prestigiosos artistas como Julio Bocca o Daniel Barenboim. Tenemos gente muy valiosa desparramada por todo el mundo, pero hay otra mitad enfermiza, que es corrupta y mezquina”, opina Jelín.
La directora señala que “la condición humana es sublime y miserable al mismo tiempo. La ternura de vivir es un hilo conductor en los cuentos de Fontanarrosa. También se atreve a meterse con mitos de los argentinos como la pseudo felicidad matrimonial y la armonía familiar. Fontanarrosa tiene una melancolía tan profundamente argentina, que capta la esencia misma de lo que somos”, sugiere Jelín, que para este montaje optó por una premisa que sostiene hasta el final: una vez que los actores salen al escenario no lo abandonan más, incluso los cambios de vestuario se realizan frente a la mirada de los espectadores. “La televisión generó en el argentino una impaciencia en el corazón. Esta cultura del zapping hace que el espectador de teatro esté acostumbrado a la rapidez, que la tenga incorporada y metabolizada, aunque esté en una sala teatral y no frente a la pantalla. Como directora, soy consciente de que la gente no tiene la tranquilidad de espíritu para disfrutar de un texto”, advierte Jelín.
–El humor que caracteriza sus montajes en los últimos años, como en “Monólogos...”, ¿está relacionado con esta intranquilidad para disfrutar de los textos?
–Sí. En Francia, los monólogos se hicieron con mucha solemnidad, al punto que resultaban demasiados trágicos... era como si los franceses no pudieran captar el humor que había en esos textos o les diera pudor hacerlo. En Aryentains hay un humor refinado, de situaciones. Hace tiempo que pienso que hay dos tipos de espectáculos humorísticos: aquellos en los que predomina un humor malo porque sólo se ríen de los otros. En cambio, existe un humor bueno cuando se toma como punto de partida la carcajada o la risa autorreferencial: reírse primero de uno mismo, para después reírse de los otros y con los otros. Desde mi experiencia de dirección de los espectáculos de Tato Bores, aprendí que el humor es como darle un bombón envenenado a la gente, porque te reís de algo que te duele. En definitiva, nos reímos de aquello que nos genera escozor.

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