ESPECTáCULOS
› “ENLACE MORTAL”, CON GUION DE LARRY COHEN
¿Sabés quién está en línea?
A partir de una idea hitchcockiana, la película con Colin Farrell hace de una cabina telefónica el infierno tan temido. El film de Jacques Audiard propone un regreso a lo mejor de la serie negra. Y Adrián Suar se prueba en los dominios de Stanislavski.
› Por Luciano Monteagudo
“Toda la acción de La llamada fatal se desarrolla en un living room, pero esto no tiene ninguna importancia. Rodaría también de buena gana todo un film en una cabina telefónica. Imaginemos a una pareja de enamorados en una cabina. Sus manos se tocan, sus bocas se juntan y, por casualidad, la presión de sus cuerpos hace que el receptor se levante solo y se descuelgue. Ahora, sin que la pareja lo sepa, la telefonista puede oír su conversación íntima. El drama ha avanzado un paso. Para el público que contempla estas imágenes es como si leyera los primeros párrafos de una obra teatral. Por lo tanto, una escena de cabina telefónica nos deja a nosotros, cineastas, la misma libertad que la página en blanco de un novelista” (Alfred Hitchcock, en El cine según Hitchcock, de François Truffaut, capítulo 11).
Fue el guionista y director Larry Cohen, creador de series como “Los invasores” y un reconocido maestro del cine clase B, con auténticas joyas en su haber, como El monstruo está vivo (It’s alive, 1974), el primero en intentar concretar esta premisa imaginada por Hitchcock: todo un film hecho en el espacio reducido de una cabina de un teléfono público. Es más, el crítico británico Philip French asegura que el propio Hitch estuvo a punto de llevar a cabo el experimento hacia 1936, cuando todavía militaba en el cine británico y estuvo a punto de adaptar una obra teatral de Patrick Hamilton en la que un hombre común y silvestre era amenazado con llamadas a... una cabina telefónica.
Bueno, Sir Alfred no lo logró y Larry Cohen (que afirma haber discutido la idea con el propio Hitchcock casi medio siglo atrás) decidió vender su guión antes que esperar eternamente que alguna productora se dignara a dejárselo dirigir a él mismo. El azar quiso que en esa ruleta llamada Hollywood el proyecto cayera en manos de Joel Schumacher, un director tan versátil –por decir lo menos– que ha filmado desde Batman eternamente (quizá la peor de la serie) hasta encendidos elogios del fascismo cotidiano como Un día de furia y 8mm.
Bueno, hay que reconocerlo, Enlace mortal (su título original es “Cabina telefónica”) es no sólo el mejor Schumacher posible –lo que en sí mismo sería muy poco– sino también un thriller muy ajustado, que saca muy buen provecho de la concentración de tiempo y espacio, 80 minutos de tensión a la vieja usanza, cuando la consigna, a diferencia de lo que sucede hoy en Hollywood, era “menos es más”.
El punto de partida es bien simple. Nueva York, en los alrededores de Times Square. Stu, un agente de relaciones públicas, que no es otra cosa que un vivillo a quien le gusta darse importancia (Colin Farrell, el rival de Tom Cruise en Minority Report) hace de la calle su oficina. En su ronda de rutina, ingresa a una cabina telefónica para llamar a una aspirante a actriz, a quien quiere convencer de que pase la tarde con él. Esa es la cabina que Stu (que está felizmente casado) usa cuando no quiere que sus llamadas queden registradas en la cuenta de su teléfono celular. Pero alguien sabe que esa es la línea a través del cual Stu dice sus mentiras. Y no lo dejará salir de allí. Al fin y al cabo, está estratégicamenteubicado en alguna de los cientos de ventanas de la cuadra, con un rifle de mira telescópica. El psicópata (a quien nunca se ve) dicta sus órdenes por teléfono y a Stu no le queda más que obedecer, al mismo tiempo que intenta salir con vida de ese ataúd vidriado.
La película se permite más de una vez romper su premisa básica con una pantalla dividida, que muestra simultáneamente varias acciones paralelas, pero aún así no alcanza a perder la concentración dramática que propone la situación central. Enlace mortal asume como propia algo (bastante) de la moralina fundamentalista estilo Unabomber que está siempre detrás de cada psycho killer (cinematográfico o real, es casi lo mismo), aunque las líneas de diálogo de Cohen son lo suficientemente ingeniosas como para disimularlo, haciendo convivir la angustia de Stu con algún oportuno comic relief. No es poco para un film de un director del cual no cabía esperar nada.