Jue 12.06.2003

ESPECTáCULOS  › EL REALITY FILMICO DE LOS DOUGLAS

Una familia muy normal

Por H. B.

Un largo aviso publicitario de la familia Douglas: a eso se parece Herencia de familia, la película producida y protagonizada por Michael Douglas junto a su padre Kirk, mamá Diana y su hijo Cameron. Si bien se trata de una película de ficción y los Douglas se llaman aquí Gromberg, sobran los guiños y referencias que llaman a ver a unos como alter egos de los otros. Utilizando la película como vehículo promocional y con el siempre servicial Fred Schepisi (director de Un grito en la oscuridad y Plenty) firmando al pie, los Douglas se pintan a sí mismos como una encantadora familia de locos lindos. Aun quien quisiera hacer a un lado las referencias personales se encontraría con un retrato de familia burguesa sumamente complaciente, en el que las pequeñas locuras, adicciones y neurosis cotidianas están fatalmente llamadas a superarse.
Alex Gromberg (Michael) heredó de papá Mitchell (Kirk) la profesión de abogado encumbrado. Se supone que su esposa Rebecca (Bernadette Peters) es psicoanalista, aunque curiosamente suele vérsela mucho más tiempo en el hogar que en el consultorio. Alex y Rebecca tienen dos hijos, el veinteañero Asher (el carismático Cameron Douglas, en su debut cinematográfico) y el pequeño Eli (Rory Culkin, hermano menor de Macaulay y como tal, miembro de otra familia cinematográfica famosa). Casado con Evelyn (Diana Douglas, mamá de Michael y ex esposa de Kirk en la vida real), papá Mitchell viene de sufrir un derrame cerebral que lo dejó con serias dificultades de habla, como le sucedió en la realidad a Kirk. A Alex le cuesta horrores no serle infiel a su mujer, clara referencia a la adicción sexual de la cual Michael debió tratarse, años atrás. Pero ojo: eso fue antes de que Catherine Zeta-Jones lo curara para siempre de su ansiedad. Si se van a sacar los trapitos al sol, que los trapos sean viejos.
Hay una esencial impostura en este falso psicodrama familiar donde todas las aristas están limadas y pulidas para la ocasión. Por más que padre e hijo actúen su rivalidad, tras la muerte de mamá (a la que se saca de escena de un modo algo más radical que en la vida real) sabrán comprenderse y aceptarse, porque en el fondo se quieren. Comiendo perdices, los Gromberg seguirán siendo, para siempre, Douglas.

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