ESPECTáCULOS
› “EL DIA QUE ME AMEN”, CON SUAR Y LETICIA BREDICE
“Rain man” se mudó al planeta Pol-ka
› Por Horacio Bernades
El día que me amen es algo así como la versión terapia individual de “Culpables”, aquella serie sobre pacientes de grupo que le reportó a Pol-ka un anhelado prestigio. Sin embargo, más allá del elemento psi, serie y película no podrían ser más opuestas. “Culpables” era creíble, tanto en términos dramáticos como (con las licencias del caso) terapéuticos; estaba sostenida en guiones sólidos y fluidos (gentileza del tándem Campanella-Castets), así como en una dirección sumamente asentada y actuaciones que se sacaban chispas. El día que me amen cuenta con el mismo director (Daniel Barone) y dos de sus actores (Alfredo Casero y sobre todo Jorge Marrale, que repite el rol de analista), y sin embargo no tiene ni uno solo de esos méritos. Peor aún: viniendo de la factoría Suar, sorprende que no sea ni pizca de entretenida.
Sería muy fácil echarle la culpa de todo al propio Suar, quien, desafiando el más elemental sentido de realidad, ha supuesto que estaba en condiciones de componer a un fóbico que hace dos años no sale de su habitación y vive aferrado al recuerdo de la madre muerta, a la que íntimamente hace cargo de haberlo abandonado. Acomplejado niño rico que vive en un chalet de Acasusso junto al padre (Juan Leyrado) y la segunda esposa de éste (Marta Bertoldi), los tics y gestos de Joaquín hacen pensar que durante su largo enclaustramiento se la habrá pasado viendo a Dustin Hoffman en Rain Man y a De Niro en Despertares. Joaquín necesita algo o alguien que lo saque del encierro, y aunque al doctor Balbis (Marrale) se lo ve bien intencionado, lo suyo no alcanza. Otro gallo canta cuando vuelve de España la vecinita de al lado, Mara (Leticia Bredice), quien además de pasearse en tentadores minishorts está tan perdidamente enamorada de Joaquín como toda partenaire de Suar suele estarlo.
A lo largo de maratónicos 120 minutos, si algo pone a El día que me amen frente a la permanente inminencia del ridículo no son tanto los arrebatos stanislavskianos de Suar como el forzado aire de seriedad que se le quiso dar al asunto. Como si la vulgata psicoanalítica fuera un templo que Pol-ka se propuso tomar por asalto, teniendo un par de películas como modelos. Frente a un guión carente de acciones dramáticas y una dirección que no elude los flashbacks al estilo Gente como uno, sólo queda lugar para los shows unipersonales. A la inevitable no-actuación de Suar se contraponen los excesos de Bredice, cada vez más abocada al show-off. En algún momento, Alfredo Casero y su desaforado morcilleo se chocan contra la película, como si se tratara de meteoritos. Aunque no tenga nada que ver con el resto, al menos brinda un divertido recreo, antes de que el psicoanalista de Marrale se tire literalmente a la pileta, para curar de una buena vez a su conflictuado paciente.