ESPECTáCULOS
“Lee mis labios”, la rara fábula del ex convicto y la hipoacúsica
› Por Luciano Monteagudo
Carla está cansada de que la traten como a un felpudo. Trabaja como secretaria, de sol a sol, en una importante compañía de negocios inmobiliarios de París, pero ella sabe que está para más, que puede conseguir contratos a la altura de cualquiera de los ejecutivos de la empresa. El problema es que la consideran apenas un “patito feo”. En primer lugar, es una mujer, y no precisamente de las más llamativas, de esas que hacen carrera con su cuerpo. Para colmo, tiene dificultades de audición y depende de un audífono, lo que la empuja a llevar una vida apartada, solitaria. Durante los almuerzos, sus compañeros de oficina suelen burlarse de ella, a distancia, pero ella sabe exactamente qué están diciendo: para algo aprendió a leer los labios. Cuando de pronto se tropiece con un ex convicto al que contrata como mandadero de oficina, Carla sabrá cómo sacar ventaja de su discapacidad. Pero no será la única.
A la manera del cine negro francés de fines de los años ‘70 y comienzos de los ‘80 que practicaban Alain Corneau y Claude Miller, el guionista y director Jacques Audiard construyó un film noir intenso, oscuro, dispuesto a entroncarse en una tradición que tiene sus propios códigos y que se remonta aún más atrás, a los mundos turbios de Jacques Becker y Jean Gabin. La realidad de hoy sin duda es muy distinta, pero las motivaciones de los personajes son siempre un poco las mismas: la ambición, por supuesto, pero también la necesidad de tomarse revancha con un contexto adverso, hostil. Carla y su protegido, Paul, son dos perdedores. Ella no ha sabido qué hacer de su vida y él la ha tirado por la ventana (“Nada grave, nadie salió muerto”, explica cuando ella le pregunta por qué estuvo en la cárcel). Pero de pronto descubren que, juntos, pueden llegar a hacer de sus defectos virtudes. Y que se pueden sacar respectivamente ventajas. Claro, será cuestión de que confíen el uno en el otro. Y eso, se sabe, no siempre es fácil.
El guión, del propio Audiard, es intrincado, barroco, complejo, pero tiene la ventaja de no parecerlo, salvo hacia el final, cuando se suceden –quizás innecesariamente– diferentes vueltas de tuerca, como si se hubiera engolosinado por demás con su propio material. Como realizador, demuestra un pulso firme y se anima a trabajar muy pegado a sus actores, de quienes recibe una magnífica respuesta. Emmanuelle Devos, que proviene del cine sombrío de Arnaud Desplechin, hace de Carla un personaje vivo, pleno de matices, por momentos inextricable. No por nada obtuvo el premio César a la mejor actriz por esta película. Vincent Cassel, que es hoy una estrella –quizás menos por sí mismo que por su mujer, la escultural Monica Bellucci–, permite descubrir a un actor mucho más sutil que el que mostraba Irreversible. Es más, se diría que en su trabajo está la intención de recuperar el estilo y hasta la figura del recordado Patrick Dewaere y su personaje desesperado en Serie negra (1979), de Corneau.
Un párrafo aparte merece el excelente trabajo de sonido del film, que saca el mejor uso dramático posible de la discapacidad de Carla y de los distintos planos sonoros que se establecen a partir de su punto de vista, como si el film pudiera precisamente hacerse más visual a partir de la sordera de la protagonista.