Vie 13.06.2003

ESPECTáCULOS

“Mi estilo no pasa por la investigación arqueológica”

Cristina Banegas está presentando en el Club del Vino “La criollez”, un cd con canciones de los años reos del tango y poemas de tres grandes como Paco Urondo, Macedonio Fernández y Juan Gelman.

› Por Fernando D´addario

Cristina Banegas es actriz, directora teatral y cantante. A menudo las tres facetas se funden, licuadas en una personalidad muy fuerte, aunque en constante estado de ebullición. Desde un punto de vista formal, hoy y los restantes viernes de junio, en el Club del Vino, hará prevalecer su condición de cantante, particularizada en su ya conocida afición por el tango. Banegas está presentando el CD La criollez, donde su voz rea se deja acompañar por los finos arreglos de guitarra de Edgardo Cardozo. No es ésta la única tensión artística del disco: en la interpretación de tangos de los años ‘20 y ‘30 (de Pascual Contursi, Discépolo, Celedonio Flores, entre otros), la aparente economía de recursos convive con un tratamiento instrumental que no necesariamente coincide con las convenciones del género de esa época. La criollez, además, propone un lúcido cruce de tanguitos y milongas arrabaleras con poemas de Paco Urondo, Macedonio y Juan Gelman. “Yo tengo dentro de mí un poco de todo eso. Si renegara de alguna de esas cosas, no sería yo”, señala Banegas en la entrevista con Página/12.
Los shows tienen, más allá de la ansiedad inherente a todo nuevo espectáculo, un plus emotivo: la situación de regreso permanente al Club del Vino, el local de Palermo Viejo creado por Cacho Vázquez, el marido de la cantante, fallecido tres años atrás en un accidente. El homenaje queda implícito en la elección, pero también está explicitado en el disco, a través de una dedicatoria especial y de la “Milonga pa’ Cacho Vázquez”, compuesta por Ubaldo De Lío. El notable guitarrista, que en su momento compartió un espectáculo con Banegas, sube al escenario para interpretarla. “Es muy fuerte para mí. Ya lo es el solo hecho de ir a ensayar al Club del Vino. Hay que tener en cuenta que, además, yo estoy cantando tango gracias a que Cacho me alentó a largarme, y me produjo el primer disco.” El guitarrista Diego Rolón participa del show, y en distintas fechas estarán como invitados Lidia Borda, Liliana Herrero, Nelly Prince (madre de Banegas, actriz de la época de oro y a quien Cristina aspira a producirle un disco, que ella define como “una reparación histórica”), Oscar Giunta, Santiago Vázquez y el bailarín de tango Jorge Firpo.
Una definición conceptual cierra el CD: “La criollez es un neologismo. Una invención para volver a nombrar la herencia. Una ficción de una ficción. Lo criollo como lo indescifrable. Los tangos, las milongas y los poemas que en el torrente de la memoria la sangre recuerda”. Banegas resume la dosis de historia personal que responde a esa reflexión: “Me crié entre cantores, recitadores y payadores. Iba al campo, cerca de Pehuajó, y allí escuchaba a mi papá y a uno de mis tíos. Había tangos y milongas, por ejemplo ‘Cobrate y dame el vuelto’, que incluí en el disco, que me la sabía de memoria desde chiquita”.
–Pero en su formación cultural también están Gelman y Urondo...
–Yo me casé a los 16 años y me vine a vivir a San Telmo. Era vecina de Urondo, tenía cerca a Cedrón, a Gelman, ellos eran ídolos para mí.
–Aunque en el imaginario representan quizás algo distinto, más cosmopolita, hay una “criollez” también en ellos.
–La impronta está, pero lo criollo no se imponía en los ‘60. Estaba de moda el Di Tella, los modelos de representación eran otros.
–¿En los ‘60 y ‘70 le pasó eso de mirar el tango con cierto desdén?
–No, yo nunca fui de estar cerca de las modas. Tenía dentro de mí esa cosa criolla, me gustaba lo orillero, yo escuchaba a Rivero, a Troilo-Grela, pero también a los Beatles. Ocurre que mi lugar frente al tango fue de privilegio. Mi viejo era productor, era amigo de todos los tangueros. Después me casé con Cacho y vino la historia del Club del Vino, de estar con Salgán, De Lío, Marconi.
–En muchos tangos se nota un tratamiento musical que no es necesariamente el concebido originalmente. ¿Por qué?
–Porque si eso no ocurriera no sería yo. Se trataría de una reconstrucción arqueológica o antropológica, que no es mi estilo. No lo hago en el teatro, y tampoco en la música. No tengo nada contra los que lo hacen, pero a mí me saldría mal, porque no lo siento. Además me parece que es realmente “moderno” esto que estamos haciendo; si entendemos la modernidad en términos históricos, tenemos que retrotraernos a 1915. Y si uno escucha a Salgán, ¿qué es, si siempre estuvo adelantado?
–Para el que la escucha cantar debe ser difícil discernir la frontera entre la interpretación musical y lo actoral. En los últimos tiempos hizo La morocha, donde las dos facetas confluyen.
–Estuvimos haciendo La morocha durante tres años. Y siempre establecí una relación contrapuntística. Edgardo (Cardozo) siempre me decía “estos morochismos” cuando a lo mejor salía con alguna cosa medio expresionista. Por ejemplo, estaba haciendo un texto de Vaccarezza y lo hacía como muy declamatorio, y terminaba en otra cosa deforme. A mí me gusta eso, como actriz y como cantante. Siempre me fascinaron las actrices-cantantes de este país. Entonces, el disco es una consecuencia feliz de La morocha.
–¿El tango es en sí mismo una puesta en escena?
–Yo lo veo como algo totalmente teatral. Es una escena permanente. Sus temas, el amor, el desengaño, el malevaje, llevan a la puesta teatral. Me encanta la poesía de Celedonio. ¿Cómo se para una ante esa cosa medio moralista? Obviamente no puedo compartir esa moral, pero sí puedo sostenerla desde un lugar casi brechtiano, de presentar un discurso e interpretarlo, sin parodiarlo.
–Es que aun en la época en la que fueron escritos, muchos de esos tangos esconden humor. “Malevaje”, de Discépolo, por ejemplo...
–Pero claro... si esta gente tenía un humor muy especial. Hay una profunda ironía, un sarcasmo impresionante detrás de esas letras. No hay que olvidar que la generación tanguera de Discépolo fue contemporánea del grotesco en el teatro. Sin ir más lejos, su hermano Armando. Discépolo, con su talento, supo tomar lo patético, lo tragicómico...
–¿Eso también resignifica el estereotipo del machismo tanguero?
–Yo creo que ya el hecho de tomar un discurso machista y volver a presentarlo incluye una mirada crítica. Si canto “Atenti pebeta”, queda claro que hay una resignificación. Además, en la interpretación hay un modo de decir las cosas. Cuando canto “Fumando espero” pienso en Billie Holliday, no en una cantante de tango. Lo reviento como ella cuando estaba dada vuelta. En esto de cantar, yo me hago cargo del cirujeo, de agarrar de todos lados.
–¿Esta “criollez” tiene que ver con una suerte de tendencia a revalorizar lo “nuestro”?
–Es un momento del país en el que la gente de la cultura y el arte se muestra más comprometida con la historia y la realidad, reflejando la catástrofe argentina. Yo noto una resistencia monstruosa a nivel cultural, lo veo claramente en el teatro pero se expresa con mayor naturalidad en el tango, porque ¿qué más argentino que el “efecto tango” en la cultura? El tango indaga en nuestra identidad, y desde su poética se puede volver a pensar el país.

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