ESPECTáCULOS
› “INSOMNIAC”, UN INTERESANTE NUEVO PROGRAMA DE I.SAT
Los viajes del buen salvaje
El programa es una versión extrema de “Wild on!”, de E!: un comediante que viaja en búsqueda de aventuras de madrugada.
› Por Pablo Plotkin
Desde que viajar se convirtió en un género televisivo, la experiencia deparó toda clase de engendros. En Argentina, los resultados variaron entre el turismo ministerial de “El espejo”, el extremismo deportivo de “MDQ” y las aventuras de Marley + famoso comiendo gusanos en “Teleshow internacional”. La TV extranjera produjo un canal exclusivo (Travel Channel) y una metralla de ciclos antropológicos, mochileros, noctámbulos, pretenciosos, sexuales... Uno de los más frívolos y magnéticos siempre fue “Wild on!”, de E!, que consiste en salir a filmar el reviente de centros turísticos más o menos explotados y editar las imágenes de modo que sostengan la hipótesis de que se trata del “lugar más caliente del planeta”. “Wild on!”, como buen producto hecho en EE. UU. (excesivo y comercialmente implacable), condensa dosis de hedonismo, voluptuosidad física y compulsión consumista. Todos ríen, bailan, practican sexo, beben y gritan. Los daños colaterales (resaca, peleas, agotamiento, descomposturas) están fuera de campo. Lo que se ve son sólo imágenes de un turismo soñado.
“Insomniac” (jueves a las 23 y domingos a la medianoche por I.Sat) propone una variante novedosa. Con una premisa similar, lleva el desenfreno de “Wild on!” a un territorio de realismo y decadencia. Mucho tiene que ver Dave Attell, un comediante stand up que recorre la noche muñido de una cámara de bolsillo y un estómago a prueba de nafta. Attell llega a una ciudad, actúa en un pub y luego sale a buscar historias y diversión a bares, antros, fábricas, casinos, comercios insólitos y las veredas más desquiciadas. En su recorrido, Dave se cruza con personajes de toda índole, brinda, conversa, convida cigarrillos, ríe y se despide rápidamente, ostentando un desapego que le viene bien a la idea de ronda desenfrenada. Attell no se involucra con los interlocutores; los asalta en plena faena y los obliga a reaccionar de manera espontánea. La edición elige a los personajes más freaks y los momentos más graciosos de la noche, que se extiende hasta el amanecer en la media hora de cada episodio.
Producto de la señal y factoría neoyorquina Comedy Central (casa de “South Park”, entre otros hits), “Insomniac” va por su cuarta temporada en EE. UU., donde alcanzó picos de un millón de espectadores. Es tan grotesco como “Wild on!”, pero por razones diferentes. Cuando Attell viaja a Las Vegas, por ejemplo, se relaciona con la baja farándula de esa Babilonia en pleno desierto. Mujeres aberradas por la cirugía estética, estrellas porno, la trastienda de una casa de empeño (donde los arruinados van a dejar su reloj), bares cuya especialidad es un trago turbio conocido como “Ass juice” (jugo de culo) y celebridades de segundo orden jugándose el cachet de la velada. En la trasnoche, Dave se sienta a jugar a los dados junto a un impávido Pat Morita (el actor que encarnó al Señor Miyagi de Karate Kid), una relegada y siliconada vedette (especie de Flavia Miller versión Nevada) y un actor de reparto. El comediante habla un rato y se despide antes de que el espectador tenga tiempo de encariñarse con los personajes.
En Austin, Texas, ese gran bebedor que es Attell —pelado, de voz tabacal y algo zaparrastroso— se topa con cowboys urbanos absurdos, motoqueros, patinadoras bocasucias, mujeres que ante el menor descuido muestran los pechos, rockeros under, fabricantes de androides, productores de tortillas mexicanas en serie, borrachos. El tipo es un jodón tan espontáneo que, en su rueda nocturna, pueden intuirse losmomentos en que se aburre, se agobia o se siente solo. Attell bebe demasiado y no siempre elige las mejores compañías. Pero busca historias originales y no se queda sólo en las barras más concurridas. El final de la noche lo encontrará perdido en alguna calle oscura, rogando a los gritos por algún bar abierto, cansado y feliz por las aventuras y despidiéndose con un slogan ridículamente oportuno: “¡A dormir un rato!”. Ya es hora.