ESPECTáCULOS
“El hombre es un salvaje armado con computadoras”
El autor y director Tito Loréfice se anima a “Romeo y Julieta” en versión de títeres para adultos. “Es necesario hablar del amor entre los jóvenes, y también del desamor que los rodea”, explica.
› Por Hilda Cabrera
Entre los riesgos artísticos a los que apostó el titiritero, autor y director Tito Loréfice figura el de haber llevado los títeres al Teatro Colón en el espectáculo Una voz en el viento. Sin embargo, no cree que por ello el género “títeres para adultos” sea considerado a igual nivel que otras disciplinas escénicas: “Aunque ha crecido en importancia, en la Argentina se lo considera algo menor. No ocurre lo mismo en Europa, sobre todo en Francia. En Italia, los títeres sicilianos legaron una técnica. En Grecia, el teatro de sombras para adultos posee un fuerte componente erótico”, puntualiza este artista en una entrevista con Página/12, a propósito del reciente estreno de una versión para títeres de guante de Romeo y Julieta, de William Shakespeare, que dirige y está destinada a un público de adolescentes y adultos.
La obra, que puede verse en la Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530), de miércoles a domingo a las 20.30, es interpretada por el Grupo de Titiriteros que conduce Adelaida Mangani. La dramaturgia pertenece a Ana Alvarado, el diseño de luces a Miguel Morales y Loréfice, también a cargo de la música junto a Miguel Rur. La escenografía y el vestuario, como el diseño de títeres, son creación de Maydée Arigós. El hecho de que se utilicen títeres de guante para adultos y en un drama supone una novedad. “En realidad, quien lo introdujo en la Argentina en los ‘30 fue Federico García Lorca”, precisa. Durante su estadía aquí, cuenta, en reuniones de las que participaron Javier Villafañe y Mane Bernardo, entre otros, se crearon nuevas bases sobre el arte del guiñol.
–¿Cómo fue en un principio la utilización del títere de guante?
–En general se lo empleó en su aspecto grotesco, porque permitía movimientos veloces. Cuando aparecía una situación dramática era para contraponerla al grotesco. Esa fue una de las razones por las que se lo empleó casi exclusivamente en dramas o comedias. Se suponía que por sus limitaciones gestuales no soportaría la complejidad de un texto trágico. Yo elegí Romeo y Julieta porque me parece necesario hablar hoy no sólo del amor entre los más jóvenes sino, sobre todo, del desamor que los rodea, representado por la intolerancia de los Montescos y los Capuletos.
–¿Cree posible modificar ese entorno?
–En nuestra versión no hay arreglo. Cuando en el texto de Shakespeare el Príncipe separa a los jóvenes que pelean se refiere a viejos odios y viejas armas, y lo que nosotros queremos reforzar es aquello de poner en jóvenes manos armas viejas. En las sociedades de toda época se reitera la mecánica de los ejércitos. La palabra infantería deriva de aquellos tiempos en que se mandaba como primera línea de batalla a los niños para que el enemigo consumiera en ellos su armamento. El odio de los padres mata a los hijos, pero existe una sociedad que lo tolera.
–¿Por qué es imposible la reconciliación?
–La reconciliación sólo ocurre si antes se trabaja realmente sobre temas como el amor al prójimo y el respeto por el otro. Si trasladamos estas carencias a nuestra época, vemos que hoy se confunde tecnología con civilización, sin advertir que llegamos a un punto crítico de desorganización moral y espiritual. El ser humano es hoy un salvaje armado con una computadora, o con otros adelantos, que se comporta como si viviera en la época del garrote, y acepta impávido o impotente cómo se suceden las masacres, guerras y bombardeos. Que acepta que los jóvenes se convierten en víctimas del odio de los poderosos. Y lo que es peor, que no se rebela cuando algunos jóvenes enarbolan odios ajenos como si fueran propios.
–Ante eso, queda el recurso de decir que alguien los engañó...
–Sí, es más cómodo, y eso forma parte de la poca circulación del amor por el otro y de la solidaridad. Sé que es una utopía pretender que en lahora que dura nuestra versión se puedan transmitir tantas cosas, pero lo intentamos. Algo está pasando para que no podamos distinguir las verdades de las mentiras, ni la memoria del olvido, que es parte del desamor, o la cultura de la incultura. Porque lo sabemos: un pueblo que no discierne no puede reconocerse a sí mismo ni entramar una sociedad más sana.
–¿En qué es diferente esta puesta de otros trabajos suyos?
–Por un lado está esto de querer pisar esa delgada línea que separa lo trágico de lo grotesco y, por otro, los cambios en el nivel interpretativo. Allí hay un desdoblamiento, pero sin el formato del retablo tradicional. La zona iluminada es el retablo, el resto es penumbra. Otro riesgo es adaptar una obra como ésta al títere de guante, una técnica donde la metáfora debe sintetizarse al máximo.
–¿Se puede hablar de una conexión entre el cerebro y la mano?
–Sí. Al titiritero le pasa lo mismo que a un músico. No se sabe si es el títere o el instrumento el que lo conduce. Esa es también mi experiencia: yo provengo de la música. Trabajé como actor y músico hasta que la vida me fue llevando, y hace 20 años que me dedico a los títeres. Mis próximos espectáculos van a estar relacionados con las máscaras y otro tipo de objetos. En esta obra colaboró también Roberto Castro en la preparación de actores, porque el titiritero es un intérprete dramático con muchos puntos de contacto con el actor, pero no es como éste. El fenómeno teatral no sucede en su propio cuerpo sino fuera de él. En esta obra, esa exploración espacial es también particular: trabajar sin retablo marea al intérprete, y quiero potenciar ese mareo para que llegue al público y experimente qué cosas suceden cuando se está en medio de sentimientos y emociones encontrados, tan parecidos a una batalla.