Dom 29.06.2003

ESPECTáCULOS

“No me gustaba la idea de esperar tres años”

La actriz Teresa Costantini, que ya se había probado como directora de cine con “Acrobacias del corazón”, presenta el miércoles un nuevo largo, rodado en apenas 48 horas. María Vaner, Hilda Bernard, José Luis Alfonzo, Boy Olmi, Alejandro Awada y María Socas participaron de esta experiencia de improvisación colectiva.

› Por Oscar Ranzani

Solamente cuarenta y ocho horas le llevó a la realizadora Teresa Costantini el rodaje de Sin intervalo, un telefilm de ochenta minutos. Esta es la segunda vez que la actriz trabaja como realizadora, luego de debutar como cineasta con Acrobacias del corazón (2000), en la que también actuaba. En este caso, la directora convocó a María Vaner, Hilda Bernard, José Luis Alfonzo, Boy Olmi, Alejandro Awada y María Socas, entre otros artistas que aceptaron el reto. Una de las características de Sin intervalo es que, a partir de un pequeño núcleo argumental, Costantini les dio rienda suelta a los actores para improvisar. El telefilm se proyectará el próximo miércoles 2 a las 21 en el Malba (Figueroa Alcorta 3475) y todos los jueves y viernes de julio en Espacio K (Costa Rica 4968) a las 21, con entrada libre y gratuita.
La historia está centrada en la figura de Débora Martín (María Vaner), una estrella de cine retirada que un buen día decide, sin mediar ningún motivo, convocar a todos sus familiares, con quienes ya no tiene relación alguna. Sin embargo, sus hijos, a pesar de las distancias (físicas y emocionales), sienten la influencia de su progenitora. A partir de allí un clima opresivo y la incertidumbre se apoderarán de la historia al igual que las improvisaciones. “A cada uno de los artistas les dije ‘vos te llamás así’ y les di una hoja con una idea más o menos de su caracterología. Una idea sobre la cual después cada uno tenía que trabajar y elaborar su personaje”, dijo Costantini a Página/12. Durante dos meses el equipo se reunió y con las improvisaciones se fueron armando los vínculos y las relaciones de la ficción. Una vez realizado este proceso exploratorio y de investigación, comenzó el fugaz rodaje.
–¿Por qué decidió trabajar esta historia con improvisaciones?
–Lo decidí por una cuestión de experimentación con el material digital. Me parece que es un nuevo mundo que se abre a cualquiera que quiera trabajar en cine. Y tenía muchas ganas de contar una historia sin un guión que te lleve tres años. Y desde lo actoral, el tema de las improvisaciones es algo que nosotros en los talleres lo trabajamos muchísimo. Después llega el momento de montar un espectáculo o de hacer una película y la improvisación queda como medio de lado. Pero la improvisación para el actor tiene algo muy vivo y a mí me pareció fascinante. Es increíble cómo a pesar de todos los miedos y de todo lo que nos asustó con las crisis que tuvimos, los llantos, las alegrías, si hilás bien, es como que está vivo todo eso.
–¿Qué margen les dio a los actores para la improvisación y cómo pulieron los procesos de creación?
–El margen era amplísimo. Lo que ellos me pedían todo el tiempo era que los cortara antes de empezar con el “papo”. Porque, a veces, uno se instala con algo y no pasa nada. En la improvisación eso es algo muy común. Me decían “si empiezo a hablar y no pasa nada, cortá”. La preocupación de los actores era que yo estuviera como muy pendiente de que no dijeran cualquier cosa o que la escena no fuera aburrida. A medida que la experiencia avanzaba en tiempo, cada vez había más entrenamiento y gimnasia. La búsqueda fue muy libre donde cada uno inventó. Pero no se pulieron, se fueron cortando esas acciones y enganchando. Hubo muy pocas escenas que se hicieron dos veces.

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